Sucede que los que no saben soñar le roban los sueños a los que
sueñan, sin embargo tenemos que buscar motivos
para no desesperarnos y seguir soñando
aunque nos roben los sueños.
Desesperarse, hundirse, deprimirse es una irresponsabilidad además de un error porque nos distrae, detiene el impulso de buscar la verdad que es lo que da sentido a la vida. Y la vida, ya se sabe, es “lucha”. El mal, pues, nos acompaña aun a nuestro pesar. La Iglesia, de la que se supone es la mejor preparada para combatir el mal por haberlo sufrido y conocido, lo lleva en su seno a su pesar, el mismo mal que ella misma padeció. Debió advertirlo pero no lo hizo. La razón de ser de la Iglesia es denunciar las injusticias del mundo, aquellas que señalara Jesús, pero cayó en el mismo mal que decía combatir al imponer su credo, pero el que impone comete injusticias, la injusticia causa sufrimiento, el sufrimiento es un mal. Detrás de esa postura se manifiesta un fanatismo latente que llevado a sus últimas consecuencias culmina en el odio hacia quien se aparta de la verdad oficial. Y se justifica en nombre de Dios o de la moral. La cuestión, no obstante, es si el mal que hizo queda compensado con el mal que evitó, que es lo único que puede justificarlo, lo único que puede justificar la existencia de cualquier doctrina. “Porque fijaos –permitidme que os tutee Jesús, al señalar a sus hermanos de raza sus errores, su doble moral, y postularse como un enviado de Dios, no hizo sino socavar los cimientos de su propia religión, la de los padres de Israel. ¿Cómo cabía esperar que reaccionaran sus hermanos de raza? ¿Iban a consentir que un nazareno cuestionara su forma de vida, su propia historia? ¿Iban a permitir que un iluminado pusiera en entredicho el propio legado de sus antepasados? De ningún modo, pero cometieron un error: para conjurar el peligro sólo se les ocurrió crucificarlo creando con ello un mártir, un mito. Para los judíos no fue sino un acto de legítima defensa, pero actuaron sin talento. ¿Qué consecuencias tuvo aquel suceso? El nacimiento de una nueva religión que cambió la historia de la humanidad y el odio secular a los judíos. ¿Cuánto sufrimiento han deparado a la humanidad tales hechos? Inconmensurable. ¿Sabía Jesús que sería así? Debía saberlo puesto que era el enviado de Dios, su Hijo, luego la cuestión es: si Dios sabía que el testimonio de su Hijo iba a causar tanto sufrimiento al hombre ¿por qué lo permitió? Sólo se me ocurre una respuesta honesta: porque sin Él el sufrimiento habría sido mayor, de lo contrario no se entendería, pues suponer que el sufrimiento es agradable a los ojos de Dios, o que nos lo ha impuesto como castigo por el “pecado original”, no cuadra con la idea que yo tengo de Dios ni con el hecho de que nos haya hecho a su imagen y semejanza. Si aceptamos esto tenemos que aceptar también que ni siquiera Dios puede evitar el sufrimiento, en todo caso sólo limitarlo. ¿Casa esta idea con la cualidad de omnipotencia y de omnisciencia de Dios? En lo que al sufrimiento se refiere por supuesto que no, así que ni siquiera Dios puede evitar el sufrimiento. Luego el sufrimiento es consustancial a la naturaleza, a la divina y a la humana. El hombre no sólo sufre, sino que causa sufrimiento. Por tanto Dios también sufre y causa sufrimiento. ¿O acaso no estamos hechos a su imagen y semejanza? ¿Puede admitir esto un creyente? No, porque su idea de Dios es otra, pero lo que no podrá negar es que el sufrimiento existe, que incluso Cristo lo padeció en sus carnes y ni siquiera Dios, su padre, pudo evitarlo. Los únicos que no tienen dudas son los fanáticos, que presumen de conocer a Dios y de saber cuál es su voluntad, pero no lo utilizan para hacer el bien, sino para imponer su verdad en su propio provecho despreciando la razón. ¿Y a dónde lleva la sinrazón? Al sufrimiento más atroz. Es decir, al mal. Y el mal por el mal no tienen sentido.
Desesperarse, hundirse, deprimirse es una irresponsabilidad además de un error porque nos distrae, detiene el impulso de buscar la verdad que es lo que da sentido a la vida. Y la vida, ya se sabe, es “lucha”. El mal, pues, nos acompaña aun a nuestro pesar. La Iglesia, de la que se supone es la mejor preparada para combatir el mal por haberlo sufrido y conocido, lo lleva en su seno a su pesar, el mismo mal que ella misma padeció. Debió advertirlo pero no lo hizo. La razón de ser de la Iglesia es denunciar las injusticias del mundo, aquellas que señalara Jesús, pero cayó en el mismo mal que decía combatir al imponer su credo, pero el que impone comete injusticias, la injusticia causa sufrimiento, el sufrimiento es un mal. Detrás de esa postura se manifiesta un fanatismo latente que llevado a sus últimas consecuencias culmina en el odio hacia quien se aparta de la verdad oficial. Y se justifica en nombre de Dios o de la moral. La cuestión, no obstante, es si el mal que hizo queda compensado con el mal que evitó, que es lo único que puede justificarlo, lo único que puede justificar la existencia de cualquier doctrina. “Porque fijaos –permitidme que os tutee Jesús, al señalar a sus hermanos de raza sus errores, su doble moral, y postularse como un enviado de Dios, no hizo sino socavar los cimientos de su propia religión, la de los padres de Israel. ¿Cómo cabía esperar que reaccionaran sus hermanos de raza? ¿Iban a consentir que un nazareno cuestionara su forma de vida, su propia historia? ¿Iban a permitir que un iluminado pusiera en entredicho el propio legado de sus antepasados? De ningún modo, pero cometieron un error: para conjurar el peligro sólo se les ocurrió crucificarlo creando con ello un mártir, un mito. Para los judíos no fue sino un acto de legítima defensa, pero actuaron sin talento. ¿Qué consecuencias tuvo aquel suceso? El nacimiento de una nueva religión que cambió la historia de la humanidad y el odio secular a los judíos. ¿Cuánto sufrimiento han deparado a la humanidad tales hechos? Inconmensurable. ¿Sabía Jesús que sería así? Debía saberlo puesto que era el enviado de Dios, su Hijo, luego la cuestión es: si Dios sabía que el testimonio de su Hijo iba a causar tanto sufrimiento al hombre ¿por qué lo permitió? Sólo se me ocurre una respuesta honesta: porque sin Él el sufrimiento habría sido mayor, de lo contrario no se entendería, pues suponer que el sufrimiento es agradable a los ojos de Dios, o que nos lo ha impuesto como castigo por el “pecado original”, no cuadra con la idea que yo tengo de Dios ni con el hecho de que nos haya hecho a su imagen y semejanza. Si aceptamos esto tenemos que aceptar también que ni siquiera Dios puede evitar el sufrimiento, en todo caso sólo limitarlo. ¿Casa esta idea con la cualidad de omnipotencia y de omnisciencia de Dios? En lo que al sufrimiento se refiere por supuesto que no, así que ni siquiera Dios puede evitar el sufrimiento. Luego el sufrimiento es consustancial a la naturaleza, a la divina y a la humana. El hombre no sólo sufre, sino que causa sufrimiento. Por tanto Dios también sufre y causa sufrimiento. ¿O acaso no estamos hechos a su imagen y semejanza? ¿Puede admitir esto un creyente? No, porque su idea de Dios es otra, pero lo que no podrá negar es que el sufrimiento existe, que incluso Cristo lo padeció en sus carnes y ni siquiera Dios, su padre, pudo evitarlo. Los únicos que no tienen dudas son los fanáticos, que presumen de conocer a Dios y de saber cuál es su voluntad, pero no lo utilizan para hacer el bien, sino para imponer su verdad en su propio provecho despreciando la razón. ¿Y a dónde lleva la sinrazón? Al sufrimiento más atroz. Es decir, al mal. Y el mal por el mal no tienen sentido.
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