Sabemos más que antes, tenemos más medios
que antes, somos más que antes, pero no somos mejores que antes. En realidad
¿qué ha cambiado en el mundo? Cuando
los que lucharon contra la injusticia de una sociedad que no reconocía derechos
subieron al poder cometieron los mismos excesos que denunciaban antes de
acceder a él, aunque cambie el dios antiguo por el nuevo, la fe por la razón, el manto azul por el
rojo, la mano abierta por el puño. Lo único que ha cambiado ha sido la imprenta
por la pluma, la bombilla por la
antorcha, la escopeta por la flecha, el misil por la catapulta, el automóvil
por el carro, internet por el mensajero, el ordenador por el ábaco…, que nos han llevado a saber más, a matar más
fácilmente, a ir más deprisa, a enterarnos antes de lo que pasa, a calcular más
rápido, pero no a ser mejores ni más felices, nada de eso nos ha cambiado.
Necesitamos de gente que sueñe con cosas nuevas, cosas que impidan que el ser
humano se siga degradando, cosas que nos unan,
talentos que sepan impedir las guerras, no políticos que las provoquen.
Reflexionar sobre el ser humano, cuya mísera
condición nada tiene que ver con su pretendido origen divino, es tan obligado
como inútil pues siempre nos lleva a la
misma conclusión: su falta de talento. Esto no ha cambiado. Llevamos en
nuestros genes la tendencia a la disgregación, la división y el
enfrentamiento, el impulso irracional
que siempre vence al talento. La
ignorancia y la superstición dieron lugar a Las Cruzadas, a las guerras de
religión y a la Inquisición. Pero la
solución no era saber más. Saber más es
cierto que deparó la Revolución Francesa que acabó con un régimen injusto
sostenido por nobles, ricos y curas,
pero también la soviética que nos
trajo a Lenin y a Stalin, la guerra fría, las purgas y el Gulag. La avaricia de
las potencias nos trajo la I Guerra
Mundial que nos deparó a Hitler, el holocausto
y la II Guerra mundial. La fisión del átomo originó la bomba atómica que
destruyó las ciudades de Hiroshima y Nagasaki, causó el desastre de Chernóbil,
genera residuos que no sabemos qué hacer
con ellos y constituye una grave amenaza para toda la humanidad. Se desarrolló
la industria, pero con ella apareció la contaminación, la destrucción del medio
y la desaparición de especies. Se extendió
la enseñanza, pero se relajaron las costumbres y se difuminaron los
valores morales al amparo del relativismo, el nihilismo y otros ismos, se
perdió el respeto a los mayores y a los educadores y se generalizaron las
drogas. El conocimiento desarrolló la ciencia y la ciencia la tecnología, pero
también nos trajo el terrorismo, las grandes estafas, el blanqueo de dinero, la
evasión fiscal. Se desarrollaron las telecomunicaciones, se va de un lugar a
otro con mayor rapidez, tenemos todo el conocimiento a la distancia de una
tecla…, sin embargo el hombre es cada vez más desconocido para el hombre, se
pierden costumbres ancestrales, culturas milenarias, valores, no se sabe
conversar, la familia se desmorona, los acontecimientos sociales han perdido su
impronta. La democracia, los derechos
humanos, la igualdad hombre-mujer, el Estado social…, sin embargo se ha
agravado la violencia de género, la
delincuencia se organiza en bandas cada vez más violentas, el fraude se generaliza, el abstencionismo
laboral se expande, cada vez se necesitan más cárceles y más grandes…, estamos
acabando con el mundo rural, los pueblos
se mueren, a ellos llega la
televisión e Internet, pero los vecinos
y las vecinas ya no sacan sus sillas a la puerta de sus casas a charlar. Ahora las nuevas generaciones han sido
absorbidas por un nuevo alimento: la televisión basura, las redes sociales, el “chateo” y el botellón,
pero no son más felices que las anteriores, ni los guía ningún ideal más allá
de enriquecerse y medrar. La democracia
trata al hombre como se merece, haciéndole creer que es libre e igual, que la
justicia existe, que puede ser rico y llegar a ser feliz: vótame, sígueme y haremos juntos un mundo
mejor. ¿Mejor? ¿Para quién? ¡Pero si el
hombre no ha dejado de mentir desde que es hombre! Y lo que es peor, se ha
creído sus propias mentiras para poder sobrevivir. El pacto social es una mentira, sólo ha servido para civilizarnos un poco, el hombre
sigue siendo un ignorante, sigue vendiendo su alma al diablo para dominar a
otros hombres. Hoy conviene que se desarrolle la industria porque eleva el nivel de vida, pero mañana nos
convencen de que lo importante no es el nivel sino la calidad de vida, para lo
cual hay que proteger el medio ambiente. ¿Y por qué no se previó antes? ¿Y Dios, es verdad o es mentira? Sea verdad o
mentira lo cierto es que los que creen
en él no dan ejemplo de conducta
ejemplar a los que no creen. La
verdad hará libre al hombre, sí, pero
cada hombre tiene la suya, luego hay que inventar una para todos, es decir, hay
que inventar una mentira en la que creamos todos. O casi todos. Es la tajada
del diablo, su canon por transmitir la verdad. No hay otra forma de caminar
juntos civilizadamente que mentirnos mutuamente, creernos nuestras propias
mentiras, por eso cuando surge un hombre íntegro que se atreve a decir “la
verdad os hará libres” se le persigue, se le desprestigia, se le margina y se
le crucifica, porque pone en evidencia la mentira del mundo y socava el orden
establecido. El hombre es un niño que
necesita distraerse, pero cada cual lo hace a su forma, unos pocos lo hacen
soñando con un mundo mejor y otros muchos se entretienen engañando a otros
niños. Pero todos buscan lo mismo: la felicidad. Es su sueño. Pero no nos
engañemos, la mentira forma parte de su naturaleza, no puede escapar a ella, de
manera que sólo los sueños lo distraen de tan insoportable realidad.
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