domingo, 10 de marzo de 2019

CAMBIAR LA REALIDAD







   Si algo distingue al hombre del animal es su obsesión por cambiar la realidad. Algunos han llevado su empeño tan lejos que en lugar de cambiar la realidad la han pervertido. En lugar de hacerlo desde el amor lo han hecho desde el odio. Han ignorado, o simplemente despreciado,  el hecho de que  al hombre no  se le cambia desde la imposición o el odio, sino desde el amor. Desde esta evidencia puede afirmarse  que la realidad no la cambian las revoluciones, la cambia el tiempo. Quienes no han tenido en cuenta esta regla tan sencilla y lo han intentado se han convertido en genocidas, aquellos que, guiados por una plausible idea de justicia, han cometido  las mayores injusticias sin pestañear por creer erróneamente que el fin justifica los medios. Es como si no nos aceptáramos como somos y soñáramos con convertir en realidad el sueño de ser de otra manera bajo unas determinadas condiciones socioeconómicas y culturales, e ignoramos que a lo máximo a que podemos aspirar es a crear un sistema de convivencia razonable bajo el imperio de la ley, y no hay más, pues todos los sistemas que han intentado superar esta sencilla fórmula bajo el argumento de que es inmoral han fracasado estrepitosamente. Han hecho de la inmoralidad su fundamento para mantenerse,  pues no hay mayor inmoralidad que bajo la invocación  del concepto de justicia se arrebate la libertad y la dignidad al hombre. Y también la vida.  

   En este aspecto somos deshonestos y falaces por creer que podemos cambiar la realidad sin cambiarnos a nosotros mismos, por creer que una idea puede más que un beso, por creer que nuestras ideas y nuestra moral son superiores a las demás y que, por eso,  imponerlas está justificado. Detrás de todas esas posturas lo que hay es egoísmo, soberbia, odio,  menosprecio y ambición de poder.  La postura inteligente y honesta que puede cambiar la realidad es  aceptarnos como somos, asumirlo con todas sus consecuencias y, desde la verdad de nuestra condición,  esforzarnos por superarla sin tomar atajos. No es honesto tirar  la piedra y esconder la mano, no es honesto adoptar estrategias para ocultar lo que somos, no es honesto recurrir a  posturas indignas  para conseguir sin esfuerzo lo que requiere esforzarse. Es lo que hace el estudiante que en lugar de estudiar y sacrificarse por superarse emplea sus energías en tratar  de aprobar el examen de forma fraudulenta, o el  político,  que te dice que está trabajando por ti y en realidad lo hace por sus propios intereses, o el idealista que cree que el hombre puede crear un paraíso en la tierra sin tener en cuenta su codicia y su tendencia a lavarse las manos ante cualquier situación comprometida para él.

   Somos tan vulgares que despreciamos a los demás por no despreciarnos a nosotros mismos, soslayamos  la verdad  porque te crea enemistades y te margina.  Es más rentable abrazar una mentira que te permita  medrar y sentirte arropado por quien cree en la misma mentira, pues al final, a base de repetirla se convertirá en verdad, y se unirán  todos  los que vean en ella una oportunidad para ocultar sus complejos y alimentar su perdido orgullo. Son gentes que nunca son conscientes del daño que hacen, es más, están seguros, respaldados por su mentira,  de que actúan correctamente y que el perjuicio que  pudieran causar es menor que el que tú les causas a ellos oponiéndote a su locura,  así que  encima debes de estarles  agradecido. Hasta pasan por ser justos y buenas personas cuando son más dañinos que el granizo, gentes que  jamás han hecho nada por mejorar el mundo, pues solo les importa el suyo. 

   Reprocharles su actitud ante la vida es perder el tiempo, están muy pagados de sí mismos y se revolverán contra ti. No les importa lo que les digas porque están convencidos de que sus ideas son superiores a la tuyas, que su causa está por encima del bien y del mal simplemente porque es suya. 

  Las únicas revoluciones que han cambiado el mundo a lo largo del tiempo han sido la del Neolítico y la liberal. Las demás han sido patéticos intentos de romper la barrera de la condición humana que, como es sabido, se basa en la cultura de la imposición.