Repasando algunos escritos míos me he topado con el que reproduzco a continuación y que escribí en 2007. Lo traigo aquí porque sigue estando de rabiosa actualidad y puede explicar algunas de las cosas que han pasado y están pasado. Es el siguiente:
No acabo de entender muy bien por qué, de pronto, la figura del Rey es
objeto de los ataques de grupos minoritarios de nuestra sociedad que, pese a
serlo, han logrado un gran despliegue informativo a nivel nacional y un amplio alcance
en el ámbito internacional. Los independentistas de Ezquerra, de los cuales la
sociedad catalana no debe sentirse muy orgullosa –no digamos la del resto de
España- quemando fotografías del rey como si éste fuera un tirano que ha
cercenado sus libertades y sus derechos fundamentales, cuando en realidad
Cataluña jamás ha gozado de una mayor capacidad de autogobierno y de autonomía
política, cultural, económica y lingüística. De otra, el nacionalismo vasco
que, a través de Iñaki Anasagasti, se ha despachado a sus anchas hablando pestes de la familia real cuando ha
sido con la Monarquía
con quien el País Vasco han obtenido la más alta cota de autonomía política,
social, económica y cultural de toda la historia.; y por último, y aún más
chocante, esa derecha extrema que representa Federico Jiménez Losantos, desde la COPE, pidiéndole al rey que
abdique en su hijo. ¿Qué mal le habrá hecho el rey a esta gente? Y ahora, para
echar más leña al fuego, el anuncio de Ibarretxe de convocar un referéndum
independentista cuando las elecciones están a la vuelta de la esquina y el
Tribunal Constitucional está a punto de pronunciarse sobre el Estatut. ¿Qué está pasando? ¿Qué se persigue tratando
de desgastar a la Monarquía?
¿Existen razones objetivas, independientemente de las políticas, siempre
interesadas, para atacar “ahora” la
figura del Rey? ¿No estamos todos de acuerdo en que el periodo monárquico que
arrancó en la transición ha sido, y es, el más próspero y esperanzador de
nuestra historia, el que más justicia social ha generado, el que ha otorgado la
mayor participación política al pueblo y el mayor protagonismo político a la
clase política, el que ha creado la
España de las autonomías, el que ha reconciliado entre sí a
todos los españoles, el que ha hecho de España una nación respetable y
respetada…? Entonces, ¿qué está pasando? Porque si se tiene todo esto y se
ataca a quien lo ha hecho posible, ¿qué interés se persigue, qué trozo de
pastel hay por repartir del que no han participado los responsables de esta
extraña campaña contra el rey?
Busco en la memoria y encuentro lo que el periodista Jesús Cacho
escribiera en el diario “El Mundo” hace dos años bajo el título
LOS “PARACAIDISTAS AZULES” Y EL FRACASO
DE LA TRANSICIÓN
Bajo este epígrafe correlativo el periodista del diario “El Mundo”. Jesús Cacho, escribió un artículo fechado el día 30 de Octubre de 2005
en el citado diario, en el que aseguraba que la Transición
Política fue un fiasco, señalando al Rey como el responsable
principal del mismo.
Aseguraba el autor que cuando el Rey le preguntó a Gil Robles que “a quién creía
él que debería encargar la tarea de enterrar la dictadura y alumbrar la
democracia”, le respondió que debía
ser alguien “que no hubiera tenido nada
que ver con el régimen” y tuviera además un pedigrí democrático
impecable. “Y mucho cuidado con los paracaidistas azules”, le advirtió.
Pero el Rey, en lugar de seguir su consejo, despidió a Arias Navarro y
se encomendó a un “paracaidista azul” al nombrar Presidente del Gobierno a Adolfo Suárez, quien fuera Secretario
General del Movimiento con Franco. Y
después se echó a dormir.
De la mano de esta introducción, el
periodista de “El Mundo” trata de
convencer al lector de que la
Transición fue un fracaso colectivo, “una salida amañada del
franquismo”.
Para Cacho, la autoridad moral y política de la España de 1975 era el
entonces Príncipe, coronado Rey en 1976, quien desoyendo a Gil Robles, puso el
futuro de España en manos de un “paracaidista
azul” y él se dedicó a enriquecerse, “a hacer dinero”, rodeándose de
personajes tan poco recomendables como Manolo
Prado y Colón de Carvajal, agregándose más tarde De la Rosa,
Mario Conde, Emilio Ybarra, Polanco y, después, Emilio Botín. Es decir, se
rodeó de ricos que además eran madrileños.
De este “selecto” grupo nace una clase de trepadores que conforman el madrileñeo, núcleo de corrupción. Tanto Adolfo Suárez, primero, como Felipe
González, después, miran para otro lado.
Resultado: el corazón del Estado se plaga de las termitas de la
corrupción en lugar de haber emergido como faro guía para las periferias sobre
la base de “un proyecto colectivo de país en el que la creación de riqueza, la
investigación, la cultura y el trabajo honesto” fuera su luz. Aquí radica –afirma el autor- el fracaso del
proyecto de España nacido de la llamada transición “democrática”.
Y ahora nos encontramos con que, las élites regionales, olvidadas y
marginadas del “madrileñeo”, piden participar del festín, de modo que “la corrupción se ha extendido
cual mancha de aceite de arriba abajo”.
La responsabilidad de que esto sea así –estima el periodista- es de
quienes siguen compartiendo el entorno real “sin la honestidad suficiente para
decir la verdad”.
Y para que la rueda siga girando afirma,
las dos instancias que distinguen a una democracia –Justicia y medios de
comunicación- están maniatadas (la Juez
Teresa Palacios tuvo una cena con el ministro Acebes,
entonces Ministro del Interior, a quien Aznar encargó que la convenciera para
que dejara de molestar a Botín. Y el Juez Gómez de Liaño fue retirado de la
carrera judicial por procesar a Polanco).
Concluye diciendo que el problema ya no es
el Rey, al contrario, el Rey debe ser la piedra angular sobre la que se asiente
la unidad nacional; el problema es que
para que el “madrileñeo” haya podido hacer su negocio, ha sido necesario
aparcar los cambios que nuestra democracia necesita de manera urgente, pues
está postrada.
No hay clase política –sostenía Jesús Cacho-, a la política sólo se
dedican los que no pueden prosperar en la empresa privada o en las profesiones
liberales. El mayor ejemplo es el del
Presidente Rodríguez Zapatero, que a duras penas habría
llegado a jefe de negociado, y de los diputados, cuyas habilidades nadie conoce,
nombrados al amparo de las listas cerradas.
A nadie parece importarle la paupérrima calidad de nuestra democracia
–se lamentaba el periodista para finalizar-, ni hacer un país más habitable,
rico, libre, abierto y menos corrupto.
¿Tendrá esto que ver con lo que está pasando o será la excusa para que
cada cual barra para su casa?
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