Las cosas pueden cambiar de dos maneras:
súbitamente o de manera lenta. Para que algo cambie de pronto, de la noche a la
mañana o en poco tiempo, es necesaria una revolución, que normalmente suele ser
cruenta (adelanto que yo solo soy partidario de las revoluciones en el campo de
la ciencia y de la medicina), pues las otras revoluciones, con el tiempo,
vuelven al punto de partida. Sin
embargo, los cambios lentos son los que
perduran porque se producen con el
pensamiento, van calando poco a poco en
el ánimo, en nuestro ánimo y, apenas sin darnos cuenta, nuestra manera de pensar cambia; hemos recorrido un camino que nos ha ido
cambiando paulatinamente, poco a poco, hasta convertirnos en el propio camino
recorrido. Convertirse en camino a
medida que lo recorremos quiere decir que para llegar a la meta sin desviarse
por otros caminos el camino has de ser
tú. Esto tiene tanto de ciencia como de poesía. No anda, pues, descaminada mi
amiga Carmen Fabre cuando dice que la ciencia es la poesía de la realidad. ¿Curioso,
no? La realidad es la ciencia, la poesía, el camino. Ya lo dijo Machado, el
camino se hace al andar, y andar es pensar, pensar es discurrir y discurrir nos
lleva a descubrir la realidad. Poesía,
la auténtica revolución.
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