Cuando
llega el invierno solo nos queda la esperanza de la primavera, que es su
fracaso, el fracaso de nuestro fracaso que se convierte en éxito. En realidad es cuando se fracasa cuando hay
que ponerse a sembrar a la espera de la primavera, o buscar una tierra más
fértil para hacerlo, o una mejor semilla, o tal vez baste con extremar los
cuidados y la atención. El fracaso siempre tiene sus causas, y es huérfano,
cuando llega lo esencial es encontrar su origen para no incurrir en los mismos
errores que lo propiciaron. Pero no hay salida, si no incurres en el mismo
incurrirás en otros. Lo más doloroso de
esta búsqueda es constatar que, por mucho que hayan tenido que ver los demás en
tu fracaso –siempre tienen que ver los demás- el principal responsable eres tú,
pues debiste prever que los demás no te lo iban a poner fácil. El problema es que si solo nos importa el
éxito y nada más iremos dejando un montón de cadáveres en nuestro camino y cuando
volvamos la vista atrás más nos vale carecer de sentimientos porque entonces
nuestro éxito general se convertirá en nuestro
fracaso personal. Si no los tienes, ¡pobre de ti! El fracaso, pues, es lo
habitual; el éxito es puro azar,
combinación de factores que, unidos en tiempo y lugar, lo propician. Por eso no se aprende del éxito,
sin embargo sí del fracaso. A veces
incluso uno deja que el fracaso se produzca con tal de que el éxito sea el
fracaso de otros, aunque no lo sepan, pero lo sabrán.
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