El hombre, desde que aún era un homínido y se bajó de los árboles para explorar la
sabana, inició una búsqueda que lo ha llevado a explorar, en su infinita
curiosidad, los confines del Universo. Primero encontró a Dios, se vio a sí
mismo tan pequeño en medio de la inmensidad que dio por sentado que solo Dios
pudo crear semejante grandeza. A él
recurrió para explicar lo
inexplicable y encontrarle sentido a su
miserable existencia. En él confió su
futuro y sus ansias de trascendencia al sentirse hijo suyo. De él se valió para
dominar a otros hombres, y no dudó en manipularlo en su propio beneficio. En su
nombre alcanzó posición y poder a costa de otros hombres, incluso de sus
vidas, sin importarle el alto precio pagado pues el alto fin que perseguía lo
justificaba. El hombre no era nada, pero
en tanto que hijo de Dios, era grande, y por amor a Él cometió errores sin
cuento. Por amor odió, por amor murió,
por amor mató. Y de pronto repara en que está solo, radicalmente solo, y desde
su soledad busca la felicidad, lo que ha buscado siempre por los caminos más
tortuosos de su tormentosa existencia aun sin saber lo que buscaba y sin
importarle el método.
¿Por qué digo esta obviedad? Estos días se
ha estrenado un nuevo remake de “El gran Gastby”, la obra maestra de F.S. Fitzgerald
escrita en 1920, y me ha llamado la atención que se insista en hacer una nueva
versión de la obra en una nueva película protagonizada esta vez por Leonardo di
Caprio, que encarna al singular personaje de la novela. Lo cual, desde mi punto
de vista, no obedece a otra cosa que al interés, no solo literario, antes bien
humano, de la temática que desarrolla, de permanente actualidad. Es como si
quisieran llamar nuestra atención sobre lo que ocurre cuando prescindimos de
los valores y lo confiamos todo el poder del dinero.
Esta
y no otra es la problemática que plantea la historia que nos relata F.S. Fitzgerald,
la búsqueda de la felicidad desde la
soledad del hombre en el marco de una sociedad sin valores morales y de una crisis de identidad de una clase burguesa
corrompida y sin norte entregada al hedonismo y al vicio, ficción que gira en
torno a una historia de amor cuyo protagonista, Jay Gastby, coherente con la
sociedad en la que vive, que lo confía todo al dinero, trata de recuperar a su
antiguo amor perdido, y para atraerla
da fiestas esplendorosas a las que todo
el mundo se apunta por la cara. Es decir,
que no emplea su poder de seducción personal ni sus valores morales para
recuperarla, emplea su dinero, lo único
que tiene, para conseguirlo.. Ostentación y lujo para impresionar a una dama
que cae en la trampa deslumbrada e intrigada por el misterioso personaje que no
repara en gastos para atraerla a pesar de estar ya casada. Tanta pompa y derroche suscita la envidia y la
animadversión de una clase burguesa corrompida a la que ella pertenece que no
está dispuesta a tolerar que un advenedizo se salga con la suya. Y lo matan.
¡Pero si él solo quería recuperar el amor perdido! Nos decimos estupefactos.
Sí, pero cometió el grave error de creer que con dinero puede comprarse todo,
el amor y la pertenencia a una clase que no admite competencia. Donde se pone
de manifiesto la falta de valores en él, en ella
y en quienes lo matan. En todos. El poder del dinero aliado con la falta de
valores es una bomba de racimo, pues no solo mata físicamente, sino que corrompe
y destruye.
Es el sueño americano hecho realidad en un
hombre que creyó que el dinero podía comprar el amor perdido sin tener en
cuenta los valores. Y se equivocó, la nueva oportunidad que le brindó la vida
no supo aprovecharla ni los demás, tan corrompidos como él, se lo permitieron.
Es una historia que si enseña algo es a amar la vida sencilla pues el dinero puede comprar cosas y voluntades, pero no
la felicidad, no el amor.
Nosotros nos estamos equivocando también, hemos
prescindido de los valores y cada cual busca su propia felicidad al coste que
sea, incluso vendiendo su alma, corrompiéndose. Ya no hay ideales, no hay
grandes hombres, el egoísmo ha acabado con ellos y con los valores, cada cual busca su propia felicidad sin reparar
en cómo conseguirla. Vivimos una
fragmentación escalofriante y no sabemos ni donde estamos ni qué queremos. Nos
estamos equivocando y lo pagaremos caro. Sin duda, pues los errores siempre se
pagan.
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