Ayer asistí a la presentación del libro “MADRID:
GOLPE A LA CORRUPCIÓN” del que soy
coautor con el relato breve titulado “El Enviado”. El acto, organizado por la
editorial Atlantis en la librería “LÉ”, estuvo coordinado por mi amigo Emilio
Porta, polifacético escritor y poeta y gran comunicador.
Tras la presentación del libro, varios
autores tuvimos la oportunidad de hablar de nuestro relato, todos ellos
centrados en el tema de la corrupción, ese espectro que se ha instalado actualmente
en nuestra sociedad y se ha extendido
como una mancha de aceite por todas sus capas sociales. Tras lo cual hubo un
coloquio lo suficientemente interesante y vivo como para haber prolongado la
velada hasta la madrugada, pero a las 21.00 horas tuvimos que concluir. Hora y
media de debate que nos supo a poco.
Yo abordé el tema de la corrupción desde el
concepto de “modernidad líquida” acuñado por Zigmunt Bauman, como la situación
en la que hoy se encuentra “instalado” el mundo, desprovisto de unas bases
sólidas desde las que organizar la convivencia y afrontar los retos a los que se
enfrentan todas las sociedades. Pero
esas bases sólidas se han perdido, no existen, lo cual ha determinado comportamientos
cada vez más egoístas e insolidarios en el que subyace el grito “sálvese quien
pueda” antes de que se hunda el barco, contexto en el que la corrupción campa
por sus respetos.
Preguntaba yo cuándo comenzó la “liquidez”
de nuestra sociedad que ha terminado por empaparnos a todos hasta el punto de
que ya no sabemos dónde aferrarnos para mantenernos firmes en nuestras convicciones y no dejarnos arrastrar por el pesimismo
reinante, pues como se desprende del concepto, lo líquido se ha filtrado en lo
sólido y ha minado su firmeza, por lo que para moverse en el nuevo escenario,
cuya inconsistencia nos asusta, no hemos tenido más opción que aliviarnos de la
carga de nuestros principios, de nuestra moral y nuestra ética para poder
movernos con mayor garantía de supervivencia.
Lo cual no deja de ser un contrasentido, pues sin principios y orientados
por el relativismo volvemos a la ley de la selva.
Para mí no cabe duda que la “liquidez” de la
sociedad tiene su antecedente inmediato en la injusticia y en la incapacidad de
la propia sociedad para evitarlas y/o repararlas, lo que ha abocado a su
división. Los intereses contrapuestos y los conflictos mal resueltos en el seno
de la sociedad ha abocado a esta “liquidez” social que amenaza con destruir las
bases de nuestro modelo de convivencia democrática y pacífica, con nuestro
sistema de libertades, pues parece evidente que ya no funciona, y no funciona
porque quienes tienen la responsabilidad de articular la participación política
sobre la base fundamental del interés general no cumplen con esa misión, pues
anteponen su interés particular, tratan de imponer su modelo ideológico y no
respetan los elementos fundamentales que cohesionan y dan firmeza a la sociedad, como
la educación, la justicia, las coberturas sociales, la sanidad y el modelo de
Estado. España en los aspectos mencionados es un caos. Todo ello ha
devenido en la pobre idea que la ciudadanía tiene de España, y cuando se
tiene un concepto pobre de lo propio no se respeta, y si no se respeta no se le
tiene en cuenta y si algo tan básico es menospreciado el sentimiento de
pertenencia se desmorona y cunde el desánimo. Y si ni siquiera los dirigentes
dan ejemplo, la sociedad tiende a fragmentarse. La sensación es de que cada
cual va a lo suyo y la corrupción se extiende, los partidos políticos se
financian irregularmente, se generaliza el clientelismo político que cautiva el
voto y la sociedad civil, que debería ser la que exigiera a los gobernantes que
gobiernen y gobiernen bien, calla, lo cual allana el camino aún más a la
corrupción, de manera que la denuncia de los comportamientos corruptos de los
que ostentan el poder, ya sea político, económico, social o financiero, depende
de unos cuantos periodistas sujetos a todo tipo de presiones.
Por tanto, un sistema que funciona así, no
puede continuar rigiendo el funcionamiento de la sociedad, debe ser cambiado
por otro, más justo, más trasparente, más racional que se lo ponga muy difícil a
la corrupción, tanto política, como económica y social. Y perseguir la corrupción como traición a los
fundamentos de la convivencia y al interés general (un nuevo delito).
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