miércoles, 26 de junio de 2013

LA LEVEDAD QUE NOS MANTIENE







  Ayer asistí a la presentación del libro “MADRID: GOLPE  A LA CORRUPCIÓN” del que soy coautor con el relato breve titulado “El Enviado”. El acto, organizado por la editorial Atlantis en la librería “LÉ”, estuvo coordinado por mi amigo Emilio Porta, polifacético escritor y poeta y gran comunicador. 

   Tras la presentación del libro, varios autores tuvimos la oportunidad de hablar de nuestro relato, todos ellos centrados en el tema de la corrupción, ese espectro que se ha instalado actualmente en nuestra sociedad y  se ha extendido como una mancha de aceite por todas sus capas sociales. Tras lo cual hubo un coloquio lo suficientemente interesante y vivo como para haber prolongado la velada hasta la madrugada, pero a las 21.00 horas tuvimos que concluir. Hora y media de debate que nos supo a poco. 

   Yo abordé el tema de la corrupción desde el concepto de “modernidad líquida” acuñado por Zigmunt Bauman, como la situación en la que hoy se encuentra “instalado” el mundo, desprovisto de unas bases sólidas desde las que organizar la convivencia y afrontar los retos a los que se enfrentan todas las sociedades.  Pero esas bases sólidas se han perdido, no existen, lo cual ha determinado comportamientos cada vez más egoístas e insolidarios en el que subyace el grito “sálvese quien pueda” antes de que se hunda el barco, contexto en el que la corrupción campa por sus respetos.  

   Preguntaba yo cuándo comenzó la “liquidez” de nuestra sociedad que ha terminado por empaparnos a todos hasta el punto de que ya no sabemos dónde aferrarnos  para  mantenernos firmes en nuestras  convicciones y no dejarnos arrastrar por el pesimismo reinante, pues como se desprende del concepto, lo líquido se ha filtrado en lo sólido y ha minado su firmeza, por lo que para moverse en el nuevo escenario, cuya inconsistencia nos asusta, no hemos tenido más opción que aliviarnos de la carga de nuestros principios, de nuestra moral y nuestra ética para poder movernos con mayor garantía de supervivencia.  Lo cual no deja de ser un contrasentido, pues sin principios y orientados por el relativismo volvemos a la ley de la selva.  

   Para mí no cabe duda que la “liquidez” de la sociedad tiene su antecedente inmediato en la injusticia y en la incapacidad de la propia sociedad para evitarlas y/o repararlas, lo que ha abocado a su división. Los intereses contrapuestos y los conflictos mal resueltos en el seno de la sociedad ha abocado a esta “liquidez” social que amenaza con destruir las bases de nuestro modelo de convivencia democrática y pacífica, con nuestro sistema de libertades, pues parece evidente que ya no funciona, y no funciona porque quienes tienen la responsabilidad de articular la participación política sobre la base fundamental del interés general no cumplen con esa misión, pues anteponen su interés particular, tratan de imponer su modelo ideológico y no respetan los elementos fundamentales que  cohesionan y dan firmeza a la sociedad, como la educación, la justicia, las coberturas sociales, la sanidad y el modelo de Estado. España en los aspectos mencionados es un caos.  Todo ello ha  devenido en la pobre idea que la ciudadanía tiene de España, y cuando se tiene un concepto pobre de lo propio no se respeta, y si no se respeta no se le tiene en cuenta y si algo tan básico es menospreciado el sentimiento de pertenencia se desmorona y cunde el desánimo. Y si ni siquiera los dirigentes dan ejemplo, la sociedad tiende a fragmentarse. La sensación es de que cada cual va a lo suyo y la corrupción se extiende, los partidos políticos se financian irregularmente, se generaliza el clientelismo político que cautiva el voto y la sociedad civil, que debería ser la que exigiera a los gobernantes que gobiernen y gobiernen bien, calla, lo cual allana el camino aún más a la corrupción, de manera que la denuncia de los comportamientos corruptos de los que ostentan el poder, ya sea político, económico, social o financiero, depende de unos cuantos periodistas sujetos a todo tipo de presiones. 

   Por tanto, un sistema que funciona así, no puede continuar rigiendo el funcionamiento de la sociedad, debe ser cambiado por otro, más justo, más trasparente, más racional que se lo ponga muy difícil a la corrupción, tanto política, como económica  y social.  Y perseguir la corrupción como traición a los fundamentos de la convivencia y al interés general (un nuevo delito).

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