Si digo que todos buscamos la calidad estoy diciendo una verdad que
pocos discutirán una vez que definamos el concepto. Excepto el corrupto, que se
identifica con lo chabacano.
Si digo que todos nos esforzamos por encontrar la calidad serán bastantes
más los que discutan la verdad del aserto. Cierto, la corrupción se ha
extendido tanto que, cual un viscoso líquido, ha penetrado en lo sólido.
Y si
digo que no “debería” haber nadie que no tuviera como objetivo la calidad,
tanto exigiéndola como aportándola, tanto en sus logros como en la forma de
acceder a ellos, también estoy seguro de que me daréis la razón. Pero
objetaréis que entre el “deber ser” y el “ser”, entre lo que “hay” y “debería
haber” se abre un vastísimo trecho que muy pocos lograr atravesar. Excepto los
corruptos, que corrompen su ser.
Esto es una realidad, una realidad que constituye un reto. Pues esto es
la calidad: un reto, un reto que todos deberíamos aceptar como un objetivo básico
de nuestra vida. Sin ese objetivo, sin esa referencia vital, la mediocridad y
lo chabacano nos acecha. Señal inequívoca de que es así es que todo a nuestro
alrededor se torna sórdido y gris, el color de nuestro comportamiento, de tal forma
que cuando alguien nos advierte de que nos alejamos del objetivo no sabremos
apreciar ni comprender su advertencia, es más, lo tacharemos de envidioso. Esta
es una seña de identidad del corrupto, cuyo perfil contiene considerarse el más listo de la clase a quien
nadie puede dar lecciones.
Pero no
valen excusas: si exiges calidad, da calidad; si das calidad no te conformes
con la vulgaridad. Otro signo distintivo del corrupto.
Ya sé que opinaréis que la calidad, como casi todo en la vida, es un
concepto relativo, que unos verán calidad en lo que otros sólo ven bazofia: el
corrupto. De cualquier forma acepto el
argumento, pero entre amar y odiar, entre respetar y menospreciar, entre saber
e ignorar, entre razonar y reaccionar, entre la lealtad y la traición, la generosidad
y la mezquindad, la honestidad y el vampirismo o entre el valor y la cobardía,
no hay relatividad que valga, o hay calidad o miseria moral. La miseria moral
es el alma del corrupto, la mentira y el engaño, su bandera.
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