Necesito tomar una decisión. No puedo soportar
vivir día a día con este peso que me abruma y este nudo que me enerva, que consume mis energías y mis ansias de
vivir. Tengo que encontrarle una salida a esta situación que amenaza con hacer
de mí una sombra sin dueño colonizada por la incertidumbre.
Han sido tantas y tan seguidas las cosas que
me han pasado que mis emociones han colapsado y mi mente no puede más. Debo
encontrar una salida. Lo más lógico es
que actúe, que haga algo, no puedo seguir con esta ansiedad en
permanente estado de alerta, como si se fuera a abatir sobre mí una desgracia inminente o fuera responsable
directo de todas las desgracias que han sucedido en mi entorno, o no estuviera
seguro de haber hecho la cosas cómo debí hacerlas para que todo lo que ha
ocurrido no ocurriera, o de haber dicho algo que ha despertado recuerdos
dormidos que atormentan a quienes no querían recordarlos y a mí también. Y ahora, sea cual sea el origen de esta
angustia, debo hacer algo para ahuyentarla.
Mas
¿qué hacer? Yo ni he matado ni he hecho daño a nadie, nunca intencionadamente, soy de los que tratan de ir por la vida evitando conflictos,
confiando en la capacidad de los demás para controlarse y saber el terreno que
pisan, que eso es exactamente lo que yo he hecho toda mi vida, no meterme en la
vida de nadie como forma de que los demás tampoco se metan en la mía. Pues no estoy seguro de que esta sea una
actitud sensata y provechosa después de haber vivido lo que he vivido. Está bien eso de vivir y dejar vivir, pero en
esta vida no hay verdad que resista el paso del tiempo, uno se da cuenta de eso
cuando la vida empieza a darte batacazos y de pronto te topas con una verdad que ni
siquiera imaginabas. Poco a poco vas descubriendo cosas, observando miradas
huidizas, captando silencios sospechosos, palabras a medias, rumores…, y
entonces, una verdad que nunca esperabas que anidara en aquellos a quienes has distinguido con tu afecto y tu cariño, se
revela en toda su crudeza.
Otro mazazo de la vida que te deja inerme. Pensabas que tus espaldas estaban
cubiertas por ese flanco, has vivido centrado
en tus premisas vitales y no has previsto que hay que tener agarraderas donde
asirse por si sale la riada. Y eso es exactamente lo que me ha pasado, que mis
agarraderas, aunque existen, no son lo suficiente fuertes para hacer frente a
la fuerza de este inesperado vendaval. ¿Cómo reforzarlas ahora? ¿En qué
recovecos de mi memoria encuentro agarres fuertes? ¿Quién hay en la otra orilla
que me lance un cabo?
Me han
reprochado que no he debido decir lo que
he dicho. ¡Qué cosas! Precisamente me lo dice alguien que ha hecho y dicho
cosas que jamás debió decir ni hacer, a pesar de lo cual yo no le hice el menor
reproche. ¿Mal hecho? Tal vez, porque cuando suceden cosas a tu alrededor que
te afectan y callas tu silencio no es bien comprendido, los demás tienden a
creer que quien calla otorga o algo peor, que tienes por qué callar, cuando lo
que persigues es no enconar aún más la situación, pues se trata de personas muy
cercanas a ti. Un error, pues acaban por perderte el respeto, y cuando por fin
hablas y dices lo que debiste decir en su momento, se escandalizan, ¡se
escandalizan!, cuando ellos mismos han dicho exactamente lo que yo he dicho,
incluso peor, solo que en otro contexto. Y tratan, encima, de llevar razón.
¿Qué hacer en un caso así? ¿Ignorarlos? No
puedo. No puedo porque siento sobre mí la pesadumbre de no haber sido claro
cuando debí serlo, el sufrimiento de no hablar cuando debí hacerlo permitiendo
así que ellos se hicieran de mí la peor imagen posible. Sin embargo, cuando han
necesitado algo de mí han venido a pedírmelo y siempre los he atendido.
Ya que por fin he hablado, aunque a
destiempo, por aquello de que más vale tarde que nunca, y dado que lo que he
dicho es la verdad, una verdad que los ha herido a todos a pesar de que la
sabían, solo que no querían saberla, y
dado que mis palabras han sido interpretadas de la peor manera posible, es
lógico deducir que nuestra relación era falsa, que no había afecto, ni respeto, ni nada, solo tolerancia por aquello del
parentesco. Y dado que no soportan la verdad, y que la diga alguien de quien
ellos siempre han tenido una pobre opinión, dicho claramente, han
menospreciado, la conclusión es clara: no merecen la pena. Exactamente lo que pensarán ellos de mí, que
no merezco que me miren a la cara, la
prueba es que al cabo del tiempo salgo con estas. Y puede que lleven razón, puede que no
comprendan por qué ahora me pongo a recordar hechos pasados, tal vez piensen
que debí de haber seguido callado puesto que no dije nada cuando debí. Puede
ser, pero es que mi silencio ha sido interpretado por ellos como cobardía y no se han recatado en hacerme los reproches
más amargos públicamente. Y hasta ahí he podido llegar. Y claro, se han llevado
las manos a la cabeza. Manada de hipócritas.
¿Qué hacer, pues? ¿Olvidarlos, hacer como
que no existen, decirte una y mil veces no tengo hermanos hasta que tu código
genético asuma esa nueva realidad? No, nada de eso. Eso es lo que haría
cualquiera, yo no puedo hacer eso. En mí no cabe otra opción que perdonarlos.
Ya sé que no lo van a admitir, me tacharán de cínico y soberbio, dirán que
ellos no han hecho ni dicho nada por lo que deban ser perdonados, que en todo
caso soy yo quien debería pedirles
perdón a ellos. En fin, lo normal.
Solo que en la práctica es como si ya no tuviera hermanos, pero al menos
no los odio como ellos me odian a mí.
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