Palabras, palabras, palabras, ¿para qué valen
las palabras cuando te enfrentas a la muerte?, ¿de qué te sirven si no puedes conmover con
ellas el corazón de tu hijo ni de la mujer que amas?, ¿para qué las quieres si
cuando las necesitaste no vinieron y cuando lo hicieron ya era demasiado tarde?
¿Te ayudan a buscar la verdad? Tanto
como a ocultarla. Unas veces te consuelan, otras te martirizan, te bombardean,
te acosan, te traen y te llevan. ¡Te engañan! Palabras que hieren, aniquilan, entristecen. Palabras. La vida es
la palabra, sin embargo la muerte es el silencio porque para la muerte no hay
palabras. ¿Por qué la muerte calla? ¿Por
qué hay vida en la palabra y no hay una palabra para romper el silencio de la
muerte? ¿Por qué hay que callar cuando
se gana y también cuando se pierde? ¿Por qué a veces no hay palabras habiendo
tantas? Tengo para mí que tu palabra, su palabra, mi palabra –nuestra palabra-
no sirven de nada, por muy veraces que sean,
cuando se enfrentan a la
impostura de la vida. Para eso no hay palabras, y cuando no hay palabras para
vencer a la muerte, solo queda el silencio. Y las lágrimas.
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