¿Os
habéis preguntado cuál es el valor de la realidad? No, no es un valor que se
cotice en bolsa, demasiado variable, demasiado. Además es un valor poco fiable,
está respaldado por gestores poco serios, oportunistas y en ocasiones advenedizos.
La realidad viene siendo maltratada de antiguo al pairo de intereses espurios, es el tema que ha empapado la literatura de
todos los tiempos hasta hoy. Albert Boadella, por ejemplo lo recreó en “El
Retablo de las Maravillas” para denunciar tanto retablo falso como hay en
nuestros días, ya sabéis, el entremés de
Cervantes cuya particularidad era que no podía ser visto por hijos bastardos o
por gente de sangre no pura, es decir, por aquél que no fuese cristiano viejo y
tuviese ascendencia mora o judía.
Está también en el Conde Lucanor, quien nos
cuenta que un rey pasea desnudo porque unos sastres le dijeron que en realidad
lo que lleva es un traje invisible y que sólo lo verán desnudo los hijos
ilegítimos. Ningún cortesano se atreve a decirle a su rey que va desnudo, claro,
hasta que pasa por allí un hombre negro y no tiene empacho en decirle: “Oiga,
que está usted desnudo”.
Está en el “Licenciado Vidriera”, una de
las Novelas Ejemplares de Cervantes, en
la que el protagonista, un estudiante, tiene terror a que le toquen porque piensa que es de vidrio y puede
romperse. Está en El Quijote, en el que Cervantes nos muestra a Dulcinea
idealizada en la mente del ilustre Caballero, cuando en realidad es una
campesina, Aldonza Lorenzo, tosca y poco
agraciada. Está en Homero, que mezcla fantasía y realidad como si fueran la
misma cosa. Y está en los escritores de nuestros días, que mezclan ficción y
realidad y no sabemos qué es una cosa u otra.
Esta realidad,
claro, quien mejor la maneja son los políticos y sus adláteres, le dan el valor
que ellos quieren e interesa a sus fines. Así, no tienen empacho en prometer cosas que luego no cumplen, empeñan su
palabra en que no harán lo que sí van a hacer otros porque es malo para la sociedad, y luego lo hacen ellos y nos dicen que es
bueno, y para disimular le ponen otro
nombre…, es decir se inventan otra realidad para justificarse.
Y está en nosotros, espectadores de la
comedia que se desarrolla ante nuestros ojos, que no sabemos si reír o llorar, pero
caemos en su juego como pardillos, creyéndonos la falsa verdad que, gracias a
nuestras torpes mentes, se propaga para gloria y regocijo de quien la extiende,
aplaudimos el retablo a sabiendas de su falsedad. Si pensáis que exagero estáis
perdidos, formáis parte del retablo o lo aplaudís. Vosotros sabréis por qué…,
si es que lo sabéis.
Todos
los que tienen poder, sobre todo los políticos, pero no solo ellos, tratarán de
convencernos de que no es el perro quien mueve la cola, sino la cola la que
mueve al perro, más o menos como en Matrix, quieren que vivamos en una realidad
que ellos inventan y sostienen, no porque sea mejor ni más real que la de
otros, sino porque la han inventado ellos para medrar a nuestra costa. Lo
sabemos porque cuando alguien se atreve a decirlo, cuando es capaz de sacudirse
el sopor que produce tanto falso retablo, cuando cae en la cuenta del lavado de
cerebro a que nos someten diariamente, cuando pone al descubierto su sucio
juego, si no pueden convencerlo tratan de callarlo, si no lo consiguen, lo
critican, luego lo calumnian, después lo desprestigian, lo apartan de “su”
realidad como a un apestado y, si es necesario, lo eliminan. Yo,
después de mucho reflexionar he llegado a la conclusión de que el problema del
hombre no es su tendencia a la mentira, su problema es que a veces dice la
verdad y nadie lo cree. Un portento. Con razón decía Groucho Marx aquello de "Partiendo de la nada hemos
alcanzado las más altas cotas de miseria"
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