domingo, 21 de abril de 2013

EL AMOR Y LA PALABRA









   Uno no puede permanecer indiferente ante el amor. El amor contiene el elixir de la vida. No amar ni sentirse amado es anticipar la muerte. Es por eso que me inquieta pensar que el tiempo pueda volvernos insensibles y no podamos al menos evocar lo mucho que hemos amado, y expresarlo como lo hizo en su poema número 20 Pablo Neruda, con una melancolía infinita: “Puedo escribir los versos más tristes esta noche…”  No podemos hacernos a la idea de no amar y ser amados aunque guardemos la melancolía del pasado como un tesoro de nuestros recuerdos. 

   La vida te recuerda constantemente el amor, no hay un solo día en que, de una u otra forma, nos topemos él. Vas por la calle y de pronto una mirada te taladra, te traspasa, te recuerda que el amor ha pasado a tu lado y no puedes ignorarlo, tienes que volver y mirarte de nuevo en los ojos que te han mirado. Si no lo haces la vida te pedirá explicaciones. Es lo que piensas. ¿Quién nos dice que esa mirada no esconde una historia de amor única? No, no se puede dejar pasar la oportunidad de amar. El amor es más fascinante que el propio universo porque encierra  muchos universos. De hecho, si algo influyó en el origen del universo, tuvo que ser el amor. 

   Pero el amor es la palabra. Estoy convencido de que si pudiéramos expresar con palabras nuestros sentimientos y los sentimientos que nos inspira el amor, no existiría la infelicidad.  Pero lo único de que disponemos es de los silencios, la palabra se nos escapa. Acudimos a la elocuencia del silencio para expresar nuestros sentimientos cuando se agotan las palabras. A veces les damos un significado distinto que nos resarza de nuestra incapacidad para expresarlo con otras, pero el amor sigue estando ahí, retando nuestra capacidad para expresarlo y nuestra imaginación para merecerlo. Luchar por merecer el amor, por ganárselo, es luchar por ganarse el derecho al cielo, una  lucha que no podemos evitar porque la felicidad es el premio, y si no eres feliz tu alma se apaga y todo se ensombrece.  

   Nadie ha definido el amor. Sin embargo  el amor es sobre todo la palabra y no tanto  la acción, es decir cosas y saber decírselas a la mujer, decirle a esa mujer que ha despertado en ti un universo de sensaciones las cosas que ella quiere y necesita oír. Interpretarla con la palabra. No hay amor sin palabras.  

   Los donjuanes se valen de la retórica  para sus conquistas, saben lo mucho que penetra en el corazón de la mujer, sin embargo el sentimiento más profundo se queda en la nada si no se sabe expresar con palabras. El don Juan de Zorrila participó de ambos aspectos del amor de la mano de su retórica amorosa, pero sólo alcanza autenticidad y profundidad cuando se enamora de doña Inés, es entonces cuando la retórica se une al sentimiento, un milagro que nos ha deparado una de las escenas más genuinas del teatro español. En ella, lo que le dice don Juan a la novicia es la exacta interpretación de su persona: “¿No es verdad Ángel de amor…?”. Que enamora perdidamente a la inocente novicia.  

   Becquer es también un vivo ejemplo de cómo las palabras pueden enamorar. El poeta sevillano tiene poemas capaces de conmover el alma siempre sensible a la poesía de la mujer. El ejemplo máximo para mí es una de las estrofas más famosas de sus rimas: “¿Qué es poesía?”, dices mientras clavas en mi pupila tu pupila azul, “Que qué es poesía?” “¿Y tú me lo preguntas?” “Poesía eres tú”. Una prodigiosa interpretación de la mujer. ¿O  es que acaso hay una encarnación más perfecta?  

   Mas si el amor es la palabra, ¿qué sucede cuándo se carece de ella, cuando las palabras no salen a pesar de que el sentimiento se desborda?  Es la angustia de los tímidos, que ponen en la mirada y en la calidad de su silencio su esperanza de enamorar y su necesidad de ser amados. Sí, a veces una mirada dice más que mil palabras, pero el amor no se alimenta sólo de miradas.  Una mirada sin palabras siempre se queda a mitad de camino. Pero el tímido quiere luchar por ganarse el amor y, en su desesperación, le confía a otros su afán. No calcula el riesgo que supone confiarle a otro el poder de la palabra. El caso más paradigmático tal vez sea el de Cyrano de Bergerac, un soldado poeta enamorado de su prima Roxana que tenía un “pequeño” problema: su rostro se veía afeado por una nariz enorme, defecto que le impedía declararle su amor. Roxana, por su parte, estaba enamorada de Christian, un soldado tan apuesto como  parco en palabras. Ambos son amigos. Cyrano se ofrece a escribirle a Christian las cartas a su amada y éste acepta. El resultado es demoledor pues Roxana, conmovida por el contenido de sus cartas le confiesa al joven Christian que si bien el principio lo amaba por su físico ahora lo ama por su alma. La declaración de Roxana  destroza al joven, pero en cambio ilusiona a Cyrano, que había hallado el modo de declararle el amor a su prima indirectamente, aprovechándose de la falta de elocuencia del guapo Christian. 

   ¡La fuerza de la palabra! Una fuerza desatada que enciende pasiones y anima sueños. El día que se agoten las palabras, cuando ya nada tengamos que decir, el amor se habrá acabado. El amor se alimenta de palabras y se concreta en los besos. Las palabras son la respuesta a las  miradas.
  


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