Uno no puede permanecer indiferente ante el
amor. El amor contiene el elixir de la vida. No amar ni sentirse amado es
anticipar la muerte. Es por eso que me inquieta pensar que el tiempo pueda
volvernos insensibles y no podamos al menos evocar lo mucho que hemos amado, y
expresarlo como lo hizo en su poema número 20 Pablo Neruda, con una melancolía
infinita: “Puedo escribir los versos más
tristes esta noche…” No podemos hacernos
a la idea de no amar y ser amados aunque guardemos la melancolía del pasado
como un tesoro de nuestros recuerdos.
La vida te recuerda constantemente el amor,
no hay un solo día en que, de una u otra forma, nos topemos él. Vas por la
calle y de pronto una mirada te taladra, te traspasa, te recuerda que el amor
ha pasado a tu lado y no puedes ignorarlo, tienes que volver y mirarte de nuevo
en los ojos que te han mirado. Si no lo haces la vida te pedirá explicaciones.
Es lo que piensas. ¿Quién nos dice que esa mirada no esconde una historia de amor única? No, no se puede dejar pasar la oportunidad de amar. El amor es más fascinante que el propio
universo porque encierra muchos
universos. De hecho, si algo influyó en el origen del universo, tuvo que ser el
amor.
Pero el amor es la palabra. Estoy
convencido de que si pudiéramos expresar con palabras nuestros sentimientos y
los sentimientos que nos inspira el amor, no existiría la infelicidad. Pero lo único de que disponemos es de los
silencios, la palabra se nos escapa. Acudimos a la elocuencia del silencio para
expresar nuestros sentimientos cuando se agotan las palabras. A veces les damos
un significado distinto que nos resarza de nuestra incapacidad para expresarlo
con otras, pero el amor sigue estando ahí, retando nuestra capacidad para expresarlo
y nuestra imaginación para merecerlo. Luchar por merecer el amor, por
ganárselo, es luchar por ganarse el derecho al cielo, una lucha que no podemos evitar porque la
felicidad es el premio, y si no eres feliz tu alma se apaga y todo se
ensombrece.
Nadie ha definido el amor. Sin embargo el amor es sobre todo la palabra y no tanto la acción, es decir cosas y saber decírselas a
la mujer, decirle a esa mujer que ha despertado en ti un universo de
sensaciones las cosas que ella quiere y necesita oír. Interpretarla con la
palabra. No hay amor sin palabras.
Los
donjuanes se valen de la retórica para
sus conquistas, saben lo mucho que penetra en el corazón de la mujer, sin
embargo el sentimiento más profundo se queda en la nada si no se sabe expresar
con palabras. El don Juan de Zorrila participó de ambos aspectos del amor de la
mano de su retórica amorosa, pero sólo alcanza autenticidad y profundidad
cuando se enamora de doña Inés, es entonces cuando la retórica se une al
sentimiento, un milagro que nos ha deparado una de las escenas más genuinas del
teatro español. En ella, lo que le dice don Juan a la novicia es la exacta
interpretación de su persona: “¿No es
verdad Ángel de amor…?”. Que enamora perdidamente a la inocente novicia.
Becquer es también un vivo ejemplo de cómo
las palabras pueden enamorar. El poeta sevillano tiene poemas capaces de
conmover el alma siempre sensible a la poesía de la mujer. El ejemplo máximo
para mí es una de las estrofas más famosas de sus rimas: “¿Qué es poesía?”, dices mientras clavas en mi pupila tu pupila azul,
“Que qué es poesía?” “¿Y tú me lo preguntas?” “Poesía eres tú”. Una
prodigiosa interpretación de la mujer. ¿O
es que acaso hay una encarnación más perfecta?
Mas si el amor es la palabra, ¿qué sucede
cuándo se carece de ella, cuando las palabras no salen a pesar de que el
sentimiento se desborda? Es la angustia de
los tímidos, que ponen en la mirada y en la calidad de su silencio su esperanza
de enamorar y su necesidad de ser amados. Sí, a veces una mirada dice más que
mil palabras, pero el amor no se alimenta sólo de miradas. Una mirada sin palabras siempre se queda a
mitad de camino. Pero el tímido quiere luchar por ganarse el amor y, en su
desesperación, le confía a otros su afán. No calcula el riesgo que supone
confiarle a otro el poder de la palabra. El caso más paradigmático tal vez sea
el de Cyrano de Bergerac, un soldado poeta enamorado de su prima Roxana que tenía
un “pequeño” problema: su rostro se veía afeado por una nariz enorme, defecto
que le impedía declararle su amor. Roxana, por su parte, estaba enamorada de
Christian, un soldado tan apuesto como
parco en palabras. Ambos son amigos. Cyrano se ofrece a escribirle a Christian
las cartas a su amada y éste acepta. El resultado es demoledor pues Roxana,
conmovida por el contenido de sus cartas le confiesa al joven Christian que si
bien el principio lo amaba por su físico ahora lo ama por su alma. La
declaración de Roxana destroza al joven,
pero en cambio ilusiona a Cyrano, que había hallado el modo de declararle el
amor a su prima indirectamente, aprovechándose de la falta de elocuencia del
guapo Christian.
¡La fuerza de la palabra! Una fuerza
desatada que enciende pasiones y anima sueños. El día que se agoten las
palabras, cuando ya nada tengamos que decir, el amor se habrá acabado. El amor
se alimenta de palabras y se concreta en los besos. Las palabras son la
respuesta a las miradas.
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