—¡El cura el cura que lo he visto yo! –insistía la limpiadora de forma
atropellada- “¡que lo he visto yo, que lo he visto yo!” –seguía repitiendo ya más
débilmente, apenas sin fuerzas- ha subido
las escaleras, que he visto yo su
rastro, lo he visto, que estaban mojadas y ha sido ella que iba empapada por la
lluvia, he visto sus pasos los pasos de ella, ¡ay, Señor! ¿Por qué me pasan a
mí estas cosas Dios mío, por qué? Debería haberme ido de Benojar, ¡este es el
pueblo de la mala sombra! –se quejaba amargamente con las manos en la cabeza y
balanceándose adelante y atrás.
El tal José, no muy convencido de que Presen no desvariara, le dijo que
no entendía ni jota de lo que estaba diciendo, así que le pidió que se
incorporara y lo acompañara a la casa del cura
a ver qué pasaba.
—¡Ni pensarlo! –respondió espantada- ¡yo no voy a esa casa ni por to el
oro del mundo, allí está ella, la he visto en la cara del cura!
—¿Vosotros entendéis algo de lo que dice? Yo es que no entiendo nada, lo
que está claro es que algo ha visto –aventuró
el solícito vecino a los demás.
—¡Vete tú a saber lo que quiere decir, con Presen nunca se sabe!
–arriesgó uno de ellos-, lo que está claro es que algo le ha pasado al cura, y
no precisamente bueno. --Pues
entonces hay que avisar a la Guardia Civil –propuso José ante la aprobación de
todos los presentes.
En esto apareció por allí Jesús
Clavero, el policía municipal del pueblo.
—¿Qué significa este alboroto? –inquirió con gesto ceñudo sacudiéndose
la gorra-. ¡Tempranico hemos empezado con las tonterías y las borracheras!
¡Pues menudo día habéis ido a escoger! ¿Acaso creéis que ya es Navidad o qué?
El grupo se volvió al oír hablar de tal modo al agente local. Más de uno
pensó para sí “pues sí que viene este bueno”.
--De tonterías nada, y de borracheras mucho menos, ¡ojala fuera eso!, lo
que pasa es que puede que le haya pasado algo grave al cura, por lo que hemos
podido entender –le informó José.
Clavero lo miró como quien mira a su peor enemigo.
—¿Pero tú que te crees, que estoy yo para chirigotas esta mañana? –le
recriminó el municipal-. Cómo se te ocurra gastarme una broma más de ese
calibre te doy una con el virgotoro que
no te va a reconocer ni tu padre, ¿te enteras?
—¡Pero si no lo digo yo, joer! –se quejó José- lo está diciendo Presentación,
que está para que le dé un síncope, no deja de
decir que ha venido “ella” y se ha llevado al cura ¿Es que no la ves?
Clavero se abrió paso y reparó en Presentación, rodeada por el grupo que
se había aglomerado en torno a ella y, con gesto de desconfianza y cara de
póker, le preguntó:
-Vamos a ver si nos aclaramos, Presen, ¿qué tontería es esa de que se
han llevado al cura? ¿Me lo puedes decir?
—¡No es ninguna tontería, leñe!
¡Lo he visto yo con estos ojos! No hay derecho a que le den a una estos
sustos. ¿Cómo voy yo a vivir ahora, Dios mío?
¡Ay que disgusto le voy a dar a mi madre! –seguía quejándose y
lamentándose amargamente.
—Pero, ¿qué es lo has visto, Presen, cagoendiez? –quiso asegurarse el
agente-. ¡Mira que no está el horno pa’
bollos! Que como sea una de tus
historias te la ganas.
—¡Ni bollos ni leches, Jesús! –replicó Presen con la poca fuerza que aún
le quedaba- ¡que lo acabo de ver! El cura está en su cama con los ojos
abiertos, y ha sido ella que ha entrado dejando un rastro de agua en su
dormitorio y se lo ha llevado ¡se lo ha llevado! ¡Ay, Dios mío!
¡Está tieso, Jesús, tieso! ¡Ay Señor qué desgracia más grande para el
pueblo! ¿Qué voy hacer yo, Señor, qué va a ser de mí?
—Me cago en la pena negra. Acompáñame José –requirió ahora el municipal-
vamos a la casa del cura a cerciorarnos de lo que ha pasado porque Presen está
desbarrando. Y vosotras –se dirigió a las mujeres- quedaros aquí
acompañándola, tranquilizarla y que no
se vaya, a ver si le sacáis algo en claro. Como sea uno de sus embustes se va a acordar.
Ambos se dirigieron corriendo a la casa parroquial tratando de
resguardarse de la lluvia bajo los
aleros de los tejados, y todos los demás vecinos que habían acudido a los gritos
de Presentación, detrás. Ésta se quedó
acompañada de varias mujeres que
pugnaban por calmarla. “Anda, Presen, cálmate y explícanos qué es lo que ha
pasado”. Y Presen, ya más sosegada, entre lágrimas y sollozos, reconfortada por
su compañía, comenzó a explicarles que se había levantado esa mañana antes de
lo habitual, --“como si me barruntara yo algo fijaos qué cosas, y mientras
hacía el café no dejaba yo de preguntarme por qué me habré despertado hoy antes
de hora, y se lo he comentado a mi madre, la pobre…”-
Cuando llegaron a la puerta de la casa parroquial el uniformado se
detuvo.
—Ponte en la puerta y que no entre ni salga ni un dios –le dijo a José.
El policía penetró en la casa, comprobó el rastro de agua al que aludía Presentación,
subió las escaleras y se dirigió al dormitorio del sacerdote. Antes de entrar se quito la gorra y se acercó
al lecho. Los cabellos como escarpias cuando comprobó que, efectivamente,
“ella” había visitado al cura tal y como repetía y repetía de forma cansina Presen.
Le tomó el pulso en la yugular para asegurarse y se estremeció al comprobar la
frialdad del yacente y su rigidez. El corazón del servidor municipal comenzó a
latir con fuerza inusitada, como cuando disparó por primera vez con su pistola
del 7.65 a un jabalí que se había colado
en el corral de su vecino en busca de comida: le descargó todo el cargador sin darle ni un
solo tiro. El jabalí, tras recorrer todo el perímetro del corral dando gruñidos
y destrozando todo lo que encontraba a su paso se escapó, claro.
Trató
de cerrarle los ojos al sacerdote, pero no pudo. Se fijó en si había señales de
violencia en su cuerpo y no observó ninguna, solo comprobó que su cabello
estaba húmedo, también la almohada, hecho que le extrañó. Miró a su alrededor.
Reparó en que el suelo estaba mojado. Rebuscó por toda la habitación. Había una
almohada en el suelo, y sobre una silla,
tirada sobre ella en un revoltijo, se encontraba la sotana, un
pantalón, y una camisa, completamente
empapadas de agua, y a su lado, pero en el suelo, una toalla también húmeda.
Tomó nota de todo ello, cubrió de nuevo el cadáver y se dirigió a la salida.
Salió de la casa amarillo como la
cera y antes de que se recuperara de la impresión sufrida, una de las mujeres
que se habían quedado acompañando a Presen llegó corriendo, tremendamente
excitada, chorreando agua, como para que
le diera algo, y entrecortadamente le dijo al municipal llorando: --“Jesús, ven
corriendo, que a Presentación le ha dado un infarto y no responde, pa’mi que se ha muerto”.
—¡La madre que me parió! –despotricó el agente local- Vete ahora mismo
al cuartel de la Guardia Civil –le dijo a José- y que venga una pareja al
instante, el cura también está muerto, Presen, en su desvarío, decía la verdad.
Y tú –le dijo a la mujer- vete a avisar al médico y al practicante, que atienda
a Presen el primero que llegue, yo me tengo que quedar aquí custodiando el lugar del delito, me voy a cagar en los
huevos de avestruz y en la salsa de tomate, que hoy
no es mi día…, ¡si es que me tenía que haber quedado en la cama! Cagoentó…
José salió corriendo hacia el cuartel sin reparar en la lluvia, más bien
sin enterarse de que estaba lloviendo, y la mujer hizo exactamente igual en
dirección contraria. Los vecinos que
esperaban en la puerta se santiguaron, los que llevaban gorra o boina se la
quitaron en señal de duelo. Todos estaban guarecidos bajo el balcón de la casa
situado justo encima de la puerta de entrada sin saber qué decir, en absoluto
silencio, sumidos en sus meditaciones, sin dejar de pensar en lo extraña que es
la vida. Por una parte, para una vez que
Presen dice la verdad va y se muere, y por otra el cura, siempre recordándoles que se confesaran, que
la muerte llega cuando menos se la espera, y le llegó a él que no se lo recordaba
nadie. Y seguro que lo había pillado sin confesarse. ¡Hay que joderse!
NOTA.- Fin del I Capítulo. De momento no voy a seguir publicando más capítulos de mi novela. Si os ha interesado podéis descargarla en Amazón. Gracias.
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