Si de algo debería avergonzarse el ser humano es de obrar de
acuerdo con su condición, es decir, de obrar de acuerdo con su egoísmo, que lo
lleva a crear todo tipo de problemas en lugar de solucionarlos. Y ello es así
porque el egoísmo no hace más felices a los humanos, pues los aísla a unos de
otros, los enfrenta y los divide. El egoísmo, además, tiene una indeseable
secuela: el odio. Sí, el egoísmo genera odio porque solo se tiene en cuenta a
sí mismo y considera a los demás sus enemigos. Es decir, se hace daño a sí
mismo pero no le importa porque se siente bien con tal de hacérselo a los
demás. Los egoístas no resuelven problemas, los crean.
Un egoísta nunca
podrá disfrutar de la íntima satisfacción que produce resolver un problema del
que depende la felicidad o, simplemente, la tranquilidad de alguien, por tanto,
nunca podrá sentirse un héroe. El egoísta, en realidad, es un villano. No lo mueve el amor a los demás, sino a sí mismo, por tanto solo se moverá si su movimiento le supone algún beneficio. El egoísta considera que lo que sienten, piensan y necesitan los demás es mucho menos importante que lo que siente, piensa y necesita él.
Al contrario del egoísta, el ser humano que
obra esforzándose por superar su condición sentirá que, si por algo merece la
pena vivir es por resolver problemas que ayuden a que este mundo sea un poco
mejor, que ayuden a la gente a ser más feliz o a vivir más tranquila.
Esta es la razón por
la cual yo nunca entenderé a las
personas o a los grupos que, en lugar de resolver problemas, los crean. Por
tanto, nunca confiaré en quienes van por la vida creando problemas en lugar de resolverlos
o ayudar a resolverlos, pues los mueve
el egoísmo.
Si podéis resolver
un problema que ayude a alguien, hacedlo. Os sentiréis bien.
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