La primera vez que vi la inolvidable película "Solo ante el peligro" yo era un niño, y no, no la entendí, no es una película para niños, pero la vi, hay cosas que hay que ver y libros que hay que leer aunque no se entiendan, es mucho peor no ver nada ni leer nada, pues algo siempre se queda.
Pero la he visto ya de adulto, y más de una vez. Es una de esas películas que te traspasan, que te
ponen la piel de gallina, que te entristecen y al mismo tiempo fortalecen tu fe
en el hombre, porque de lo que te habla esta cinta es de eso, de la miseria y
grandeza del hombre, puesta de
manifiesto en la cobardía del pueblo que le da la espalda a su sheriff, y en la
valentía de este, que se enfrenta solo a la muerte. Y lo hace además, no porque tenga obligación
legal de hacerlo –él ya no es sheriff- sino porque siente que esa es su
obligación, hasta el punto de que su propia esposa le da la espalda.
Son muchas las lecciones que podemos extraer
de esta extraordinaria cinta, pero de entre todas me quedo con una: cuando lo
que está en juego es nuestra dignidad no esperemos que sean los demás quienes
nos la den, somos nosotros quienes hemos
de ganárnosla sin ayuda de nadie, pues los demás tratarán de quitárnosla para
justificar su indignidad. Ver películas como esta oxigena el espíritu.
Tal vez extrañe que traiga a colación una película que se rodó en el año 1952, que ya ha llovido desde entonces, pero si es así no debería, pues sigue teniendo plena actualidad y valores éticos como para mencionarla en cualquier contexto, incluso sin venir a cuento.
No obstante, la traigo porque el heroísmo que despliega la figura del sheriff, que interpreta de manera magistral Gary Cooper, me recuerda al heroísmo ciudadano de nuestro compatriota Ignacio Echeverría, que en viendo como los terroristas asesinos de Londres atacaban a una chica armados de cuchillos, salió en su defensa armado de un monopatín sin pensar en otra cosa que en socorrerla, gesto que le costaría la vida, pero que salvó otras muchas.
Hay que descubrirse, pues de gestos como el de Ignacio está necesitado el mundo, de personas como Ignacio está necesitada esta sociedad cobarde y egoísta, pues si hubiera muchos como él ya habríamos ganado la batalla, ya habríamos hecho huir a los malos. Él es el ejemplo a seguir, pero desgraciadamente lo seguirán muy pocos, como no lo siguieron sus amigos a los que yo no voy a juzgar, son ellos los que tendrán que preguntarse si pudieron salvarle la vida si lo hubiera secundado, si junto a él se hubieran enfrentado al mal.
Has muerto, Ignacio, pero en nuestros corazones serás inmortal.
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