Y como todo tiene su contrario, en otro
reino lejano, del que este rey no tenía noticia, había otro rey que era muy pequeño, más
pequeño que Dani de Vito, y era fama que durante su largo reinado no aceptaba
invitaciones de ningún otro rey ni las cursaba, pues ningún rey era más pequeño
que él. Y si algo no puede permitirse un
rey es ser pequeño, mucho menos
experimentarlo.
Y
hete aquí que ambos reyes tenían hijos e
hijas cuya estatura concordaba con la de sus respectivos regios progenitores. Enterados
ambos monarcas de tan curiosa circunstancia acordaron, tras largas negociaciones a través
de sus enviados, casarlos entre sí con la esperanza de que sus descendientes
tuvieran la media de sus estaturas, solucionando así el problema de
incomunicación que postraba a sus reinos, pues estaban al margen de las grandes decisiones de los demás dominios.
Sin
embargo, por mentira que parezca, la múltiple boda no pudo finalmente celebrarse,
pues el rey chico se negó a que se celebrara en el reino del rey alto,
y este de ninguna manera estaba dispuesto a
consentir que el enlace se
celebrara en otro reino que no fuera el suyo. El primero, porque no quería
pasar por la humillación de estar permanentemente mirando hacia arriba y que lo
deslumbrara el sol, y el segundo porque tampoco estaba dispuesto a mirar a su
colega desde abajo, pues había sabido que el rey chico había preparado un trono
más alto que el rey grande para que este se viera obligado a levantar la vista
para mirarlo, y además, asistiría a la boda encaramado en unas
andas para estar siempre a la altura del rey alto.
Total, que el acuerdo de casar a sus respectivos
hijos e hijas hubo de ser cancelado por
una cuestión de altura, de lo cual se hicieron eco las respectivas gacetas de
ambos reinos, ninguna de las cuales dijo la verdad, pues mientras la del rey
chico aseguraba que la cancelación se debía a la poca altura de miras del rey
alto, la de este último informaba que se
debía a la escasa estatura como rey del rey chico.
La cosa pintaba mal, pues la posibilidad de
una cruenta guerra entre ambos reinos se perfilaba en el horizonte con tintes
de luto, como los sombríos nubarrones que anuncian tormenta. Y así habría sido
de no ser porque las hijas del rey chico
se habían ilusionado con verse casadas con sus respectivos partenaires del rey
grande, de los que sabían, por el
enviado de su padre, que eran altos y apuestos, y muy simpáticos, un
verdadero sueño para las dos. De manera que salvando todas las barreras, tras
haberlo decidido entre ellas en el mayor de los secretos secretísimos, salieron
una oscura noche de palacio a uña de caballo y se personaron en el palacio del rey alto tres días después, de madrugada, y sin cortarse un pelo pidieron audiencia aun a costa de ser colgadas por
importunar al rey a tales horas.
Ahora bien, debieron de traer bien aprendida la lección y efectuar
su presentación en la corte como mandan
los cánones regios, pues el rey las
acogió de buen grado y estuvo de acuerdo en satisfacer sus deseos matrimoniales,
frotándose las manos de gusto, pues ahora obligaría al enano de su colega a
venir a su reino.
Cuando el rey chico supo de la huida de sus herederas montó en cólera y empezó a dar
saltos, es decir, saltitos sobre el trono, y juró por todos sus ascendientes
vivos y muertos que a lo máximo a que podrían aspirar a regir sus hijas a partir
de ese día era una tienda de
ultramarinos.
No opinaba igual el rey alto, el cual, a
través de un correo, le envío una carta en la que le comunicaba que la reina y él habían acordado
cumplimentar los deseos de sus hijos, de los suyos y de las de él, de querer casarse,
y que el enlace tendría lugar la semana siguiente, coincidiendo con el
aniversario de su coronación, por tanto,
si quería a sus hijas y conservar su
reino lo mejor que podía hacer era asistir
a la real boda, de lo contrario se quedaría sin descendencia para sucederle y
su reino caería en manos de su hermano,
conocido en todos los serrallos del reino, circunstancia que sería aprovechada
por los partidarios de la república para pasarlo por la guillotina e instaurar
la república.
Los pelos de punta, así fue como se le puso
al rey chico su bosque piloso cuando leyó la carta. Ante lo cual dispuso que se preparara todo lo necesario para la partida
sin demora.
La nutrida comitiva real se personó en el
alejado reino un día antes de la boda. Iba el rey encaramado a lomos de un
elefante africano, con la concebida idea de no tener que levantar la vista
cuando saludara a su igual. El rey alto
recibió a la comitiva real con todos los honores a lomos de otro elefante,
pero el rey chico no quiso bajarse del suyo hasta que el rey alto no hiciera lo
propio y se sentara.
Así hubieran estado discutiendo hasta el día
del Juicio de no ser porque la reina, la consorte del rey chico que lo
acompañaba en la grupa del proboscídeo, tenía necesidad imperiosa de ir al
excusado, y así se lo manifestó a su regio esposo. “Querido, si no quieres que
rompa aguas menores encima del elefante y este se encabrite y nos mande al
foso, os ruego me ayudéis a hacerlo a mí”.
Y así fue como, gracias a una perentoria
necesidad biológica humana, aunque real, ambos reyes se bajaron de sus
respectivas monturas y se dieron una abrazo después de saludarse cordialmente,
aunque hay que decir, en honor a la verdad, que el rey alto realizó esfuerzos
sobrehumanos por no reírse, y que el rey chico se contuvo las ganas de darle
una patada en las espinillas a su futuro consuegro. Todo por la felicidad de sus hijos y el bien
del reino, claro.
Deliciosa historia. Hasta aquí llega la estupidez humana jajaja. Saludos
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