Por si os aburrís, por si el calor os impide dormir, por si la noche se os hace larga, por si no tenéis mejor cosa que hacer, os dejo estas notas encontradas en una caja de cartón en un contenedor de basura. Las he dividido en varios capítulos que iré incorporando a este blog semanalmente. Son escalofriantes.
CAPITULO I
Si
leéis esto es que ya no tiene importancia que sepáis quien soy, lo que
indicará que mi misión en la Tierra ha culminado con éxito. Os escandalizara, y
seguramente decepcionará, pero ya no
puedo ocultarlo por más tiempo, prefiero que lo sepáis por mí antes de que cualquier desaprensivo pretenda sacar
provecho de mi silencio: yo no nací en este
planeta, mismamente es así, soy un
extraterrestre. Diréis que un extraterrestre no habla así, que mi forma de
expresarme es propia de cualquier terrícola. Y lleváis razón, pero he aprendido
muy bien vuestro idioma, y vuestra forma de plasmar en palabras lo que pensáis.
Por cierto, y dicho sea de paso, pensáis poco y mal.
Cuando
llegué podéis imaginar mi asombro y mi miedo. Tuve que aprender sobre la marcha
a sobrevivir en vuestras ciudades, a comportarme con arreglo a vuestras costumbres
y formas de vida. Pronto supe que lo más importante para pasar desapercibido
era disimular, un concepto nuevo para mí. Tuve que hacerlo porque mi comportamiento
habría levantado sospechas, y aunque difícilmente habríais concluido que no soy
de aquí, os habría resultado “raro”, y
lo raro os llama la atención, justo lo contrario de lo que yo pretendía, pues para mí era vital pasar
desapercibido. ¿Imagináis lo que
habríais hecho de mí si alguien hubiera llegado a sospechar que vengo de otro
lugar del espacio? Escalofríos de sólo pensarlo.
Aprender a disimular no fue fácil para mí,
pues hacerlo supone, como vosotros sabéis muy bien, echarse en brazos de la mentira, técnica de la que pasé a
depender para poder sobrevivir. Fue, por extraño que os parezca, lo más duro
para mí, y también lo más humillante. Yo nunca había mentido y al hacerlo me
sentí fatal. No entiendo muy bien como soportáis la profunda humillación que
supone engañar a otros, al contrario, os envanecéis de ello, de tal forma que
es el burlado el que se siente humillado por no haber sabido detectar el
engaño.
Yo
procedo de un mundo en el que nadie miente. No es que no exista la mentira,
existe, pero como si no existiera, pues nadie ha encontrado la forma de evitar las
consecuencias de mentir. El que miente sufre los efectos de su mentira ipso
facto: decrece un centímetro, se hace más pequeño a la vista de todos. ¿Pensáis
que eso es imposible? Pues no, no lo es, los científicos de mi planeta, tras
estudiar los cambios que tienen lugar en el organismo cuando el individuo
miente, que por si no lo sabéis son devastadores, han sabido integrar los mismos en el sistema
endocrino de tal manera que cuando alguien recurre a la mentira para obtener
una ventaja de algo inhibe la segregación de unas hormonas y excita la fabricación
de otras, fenómeno que produce un
encogimiento general del organismo que se traduce en una disminución de la
estatura. En cambio, cuando se miente para evitar un mal mayor no pasa nada
porque el organismo no sufre los cambios radicales que sí experimenta cuando
miente a sabiendas para aprovecharse. Así
que si habéis concluido que en mi mundo hay muy pocos bajitos estáis en lo cierto, casi todos somos
altos, y las mujeres igual. Tenemos las mujeres más altas y esbeltas de la
galaxia. En cambio los bajitos son sospechosos, por eso hay tan pocos. Es una de las ventajas más visibles de no
mentir, pero no la más importante. Imaginaos mi extrañeza y mi tormento. Mi
extrañeza al comprobar que aquí se miente impunemente y nadie empequeñece, y mi
tormento al no saber si en mi caso el efecto sería el mismo o, por el
contrario, tendría consecuencias sobre mi estatura, fue bestial. No tuve más
remedio que arriesgarme porque en un planeta como este, en el que mentir no
acarrea consecuencias y decir la verdad te puede costar caro, ir con ella por delante me habría comprometido. Ponderé,
pues, la situación y llegué a la conclusión de que si mentía y me lo notaban el
mal sería menor que si decía la verdad. Así que mentí sobre mi fecha y lugar de
nacimiento y no disminuí ni un milímetro, de lo cual deduje que la Tierra es el
planeta en el que mentir no sólo es natural sino que sale gratis. Es normal,
pues, que todos mintáis sin excepciones, desde el más chico al más grande. Para
vosotros mentir es un arma que utilizáis
para sobrevivir, vuestra justificación es esa, lo que os lleva a no asumir
responsabilidades de buen grado, lo cual me dio una somera idea de vuestra
madurez y autoestima. El mecanismo es muy sencillo, enseguida lo comprendí: como
mentir está detrás de vuestro instinto de supervivencia la mentira estaría
justificada hasta cierto punto, pero una vez superada esta meta pasáis a una
segunda que ya no es tan justificable, pues lo que pretendéis es garantizar la
supervivencia. Hasta cierto punto es lógico, el problema es que como no hay
recursos para todos recurrís a engaños más sofisticados y, cuando os fallan, a la
violencia para obtenerlos, otra consecuencia más humillante aún del disimulo,
humillante y degradante, pues a lo que aspiráis es a vivir mejor que los demás a costa de que los
demás vivan peor. Esta conducta supone llevar el egoísmo demasiado lejos, pues
ya no se trata de sobrevivir, sino de vivir, y no de cualquier forma, sino de
vivir bien, cuanto más mejor, sin preocuparos de quienes, debido a ello,
vivirán peor. Aquí está la raíz de vuestro problema y por eso necesitáis un
cambio de rumbo. Por eso he venido.
Deberé tener mucho cuidado en no convertirme en uno de vosotros, no sucumbir al
dulce egoísmo que os aísla del dolor ajeno, pues entonces no habrá remedio para
este planeta.
Y en ello estoy.
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