martes, 29 de octubre de 2013

FUENTE DE FELICIDAD (y II)



  


 Cuando uno quiere evadirse, huir de las tensiones que provoca este enloquecido modo de vida, nada más terapéutico que escuchar a Bach, a Mozart, a Vivaldi, a Beethoven, a Tchaikosvki, a Boccherini, a Paganini… Y si lo que pretendes es conquistar a una chica llévala a tu casa y ponle su música favorita. El misterio de la música es tal que incluso los instrumentos que la originan tienen su propia magia, su misterio particular.  Por mencionar a uno, ahí tenéis el clarinete. ¿Sabéis lo que es el clarinete? Un simple tubo de madera con agujeros y una boquilla con una lengüeta de caña. Pero su sonido alcanza de tres a cuatro octavas,  y su timbre, ¡ah, su timbre!,  es melancólico en sus notas graves y alegres en las agudas, pero el que sale de él no es el que cabe esperar  de un tubo de madera, se transforma, sufre una metamorfosis celestial, como si hubiera un duende escondido en la boquilla que duerme en el barrilete. Quien desee comprobarlo que escuche el «Concierto para clarinete en La mayor K622 (1791)» de Wolfgan Amadeus Mozart. Hoy no se entendería una orquesta sin clarinete en sus distintas versiones (hay ocho tipos de clarinete). ¡Y es un simple tubo de madera! Eso sí, de ébano. Pero también los construyen de plástico (si me lo permitís, detesto el plástico).



   Sin la música, en fin, no habrían existido mezzo-sopranos de la categoría de Maria Callas que con su voz han emocionado a medio mundo, o tenores como Pavaroti, que han levantado pasiones a nivel planetario. No existiría la danza, ni el ballet,  ni el baile… ¿Vosotros imagináis  un mundo donde no fuera posible coger a una mujer por la cintura, tu mano cogiendo  la suya, su mano en tu hombro y, por unos momentos, unir tu vida a la suya por medio de una melodía, vivir ese instante al ritmo de sus notas perfectamente sincronizados, concentrados el uno en el otro sin que lo demás importe?  ¿Recordáis el tango que bailó Al Pacino en la película «Esencia de mujer»? ¿A qué os maravilló? A mí también, ¡qué envidia pasé! Fue uno de esos instantes que justifican una vida. Incluso en esos bailes sueltos propios de la juventud, en los que importa más el movimiento que la  melodía,  el ritmo más que la propia música, la marcha que la medida,  movimiento, ritmo y marcha se conjuran para crear un mundo particular entre él y ella en el que la mirada sustituye a la cercanía. ¡Puede decir tanto una mirada! Una mirada, no se olvide, que tiene en la música  su marco y su causa.



   Sin embargo, qué paradójico, la música es matemática pura y dura expresada en notas. ¿Provendrá de ahí su misterio? ¿Hay algo que excite más nuestra imaginación que el Universo, que más nos atraiga?  Nos atrae su misterio,  su inabarcable grandiosidad, su inexplicable existencia, su fascinante historia. El Universo es una melodía inacabada, un concierto en do mayor, una ópera de Wagner, sobrecogedora y caótica. Música expresada en integrales y en cálculo infinitesimal.



   Sin embargo, ironías de la vida, en el Paraíso no había música, Adán y Eva no sabían lo que era la música. ¿Os imagináis lo que la humanidad sería hoy si Adán en lugar de dedicarse a la caza le hubiera dado por la música? En primer lugar Eva no habría estado tanto tiempo sola esperando que Adán llegara con el faisán o la perdiz para hacerle una barbacoa. Al no estar tanto tiempo sola las posibilidades de entablar relaciones con la serpiente se habrían reducido considerablemente, casi a límites despreciables, pues lo más normal es que Adán se hubiera fabricado una flauta con la que interpretar bellas melodías capaces de conquistar y entretener a su Eva, echarle serenatas, amenizarle las veladas, alegrarle las mañanas.., en definitiva, evitar que se aburriera y no pensara en tonterías, pues las mujeres ya se sabe, si se aburren se puede esperar cualquier cosa de ellas, pueden irse al bingo, liarse con el vecino o tirar de tarjeta.



   La consecuencia de todo ello, pues,  es que Eva habría ignorado a la serpiente, ésta no habría tenido oportunidad de ofrecerle lo que ella no podía rechazar, Adán no se hubiera tragado el anzuelo y, a partir de ahí, toda la catástrofe que sobrevino después se habría evitado, pues  lo que siguió, lo que aconteció, en lugar de tener su origen en el engaño lo habría tenido en el amor. Pero así nos va, no sabemos vivir sin engañarnos unos a otros como forma de sobrevivir. Mientras que si Adán hubiera conocido la música con su flauta habría enamorado a Eva y, en lugar de mentirle, le habría dicho: “¡Te quiero!”. El resultado es que hoy seríamos producto del amor, no de la mentira. ¡Menuda putada que Adán no tuviera la menor idea de que con un tubo de madera podía hacerse una flauta!



   Así que para mí no hay duda, mi frase favorita es “¡Música, maestro!”


  

  

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