Nunca me ha atraído la moda
más allá del
glamur de
pasarela donde se lucen las
modelos más cotizadas
exhibiendo, en una fusión tan
imprescindible como
perfecta
con su palmito, las creaciones
de los modistos y modistas
más famosos y
aclamados del planeta.
Pero el mundo de la moda es un universo en expansión fascinante que conviene conocer.
Pero el mundo de la moda es un universo en expansión fascinante que conviene conocer.
La pasarela no es más que el escaparate de
una industria tan floreciente como tenebrosa que mueve muchos miles de millones
de euros y/o dólares en el mundo, un escaparate donde se muestran las ideas y
tendencias de esta importantísima
actividad que es la vez artística, industrial y comercial, que abarca
la moda femenina, la masculina, la moda
íntima, la infantil, el calzado, la marroquinería, la moda en piel, la joyería,
la bisutería y la belleza. Lo que mueve todo esto es sencillamente impresionante.
Baste con citar, en lo que a España se refiere, a Amancio Ortega, Isaak Andic,
Thomas Meyer, Adolfo Domínguez, Isidoro Álvarez…, que son algunos, solo
algunos, de los hombres que mueven los hilos de la moda en España.
Cabría preguntarse cómo ha llegado la
industria de la moda a encaramarse en una posición tan preponderante como
fundamental dentro de lo que es la actividad económica de muchos países a nivel
mundial en el sector textil. Podemos
responder a esa pregunta adelantando que lo que es la moda hoy no puede separarse de lo que es la sociedad
actual, la sociedad moderna actual, caracterizada por la levedad, la liquidez, la paranoia, el cambio
constante y la trivialidad obligada a crear a un ritmo frenético.
Antes, pongamos hasta el final de la década
de los cincuenta del siglo XIX, la moda no la imponían los modistos o modistas
del ramo, ellos eran meros ejecutores de las tendencias que marcaba la sociedad;
en otras palabras, no creaban moda. Esta
situación comenzó a cambiar radicalmente cuando aparece en escena Charles Frederick Worth, quien marcó un
antes y un después en lo que al mundo del vestido se refiere que tuvo trascendentales
consecuencias.
Este diseñador inglés nacido en 1826 fue el
primero que se atrevió a firmar sus creaciones, como si se trataran de obras de arte. Es decir, tuvo el valor, o la
osadía, de postularse como un artista, un creador, en este caso de moda, y cada año presentaba una colección de sus
creaciones. Había nacido la industria de
la moda, pues nunca antes se había hecho algo similar.
Este fue el punto de partida que permitió a
los modistos, junto a los estilitas y diseñadores, tanto masculinos como femeninos, tanto de
pret a porter como de alta costura, imponer sus criterios en lo que al vestir se
refiere; es decir, a imponer lo que se
iba a llevar y lo que no. Fue así, en efecto, como la moda se convirtió en lo
que es hoy: algo que destruye lo anterior en una sucesión infinita de
creación-destrucción que ejemplifica, de algún modo, a la propia naturaleza,
dirigida por los dioses de la moda, que imponen sus creaciones como alimento
fundamental de la industria textil y demás industrias asociadas. Si no fuera
así todo el tinglado se vendría abajo, como lo haría un Universo estático por
el peso de su propia gravedad, por lo que para evitarlo no tiene otra opción
que expandirse indefinidamente. La
moda, efectivamente, es un universo en expansión que crea tanto
como destruye.
Esto, naturalmente, tiene unos costes
altísimos, en lo que al ámbito emocional
y personal se refiere, que pone de manifiesto la levedad del ser humano y, por
tanto, de la sociedad que conforma, donde el hombre ha de comportarse como un depredador si no quiere ser una presa.
Yo imagino al dios de la moda, que trabaja
para una casa que le paga –y que le paga muy bien, por cierto- rodeado de su equipo
de estilitas, diseñadores, asesores e
investigadores de tendencias obligado a crear moda y a que la suya sea la más
demandada, la más aclamada y bella. Y una vez creada, olvidarla para pensar en
la siguiente colección sin que la palabra “fallo” pueda tener cabida en su vocabulario, pues significaría la muerte. La ansiedad y la paranoia constantes son las
compañeras permanentes de quienes forman parte de este mundo empresarial basado
en la creatividad y donde no caben los mediocres. Y ya sabemos lo que eso
significa en términos de coste humano. El glamur en la moda solo existe en la
pasarela, en la trastienda lo que prevalece es una lucha sórdida y cruel.
Me preocupa que, frente a este mundo
cambiante y líquido solo esté el otro, el que aún vive en la Edad Media, que solo
cree en Alah y en Mahoma, su profeta, que nos ve como infieles con los
que hay que acabar, como si fueran los poseedores de la verdad. Es inevitable
que el que avanza suscite la envidia del que se queda atrás, pasó con Caín y
Abel, pasó con Babilonia, pasó con…, y está pasando ahora. La chilaba quiere acabar
con el pret a porter y la alta costura. No, no es broma, pues aquí, en nuestro
mundo, cada vez son más los que quieren volver a la Edad Media y se dejan seducir por los
nuevos predicadores del Islam. Cuidado con ellos.
Confío en que, antes de que eso suceda, su universo estático se venga abajo por su propio peso. Claro que también tengo dudas sobre este mundo en constante expansión, pues me pregunto si no llegará un momento en que colapsará y acabará con todo. Y vuelta a empezar.
Confío en que, antes de que eso suceda, su universo estático se venga abajo por su propio peso. Claro que también tengo dudas sobre este mundo en constante expansión, pues me pregunto si no llegará un momento en que colapsará y acabará con todo. Y vuelta a empezar.
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