sábado, 21 de septiembre de 2013

MODA Y SOCIEDAD






Nunca me ha atraído la moda 
más allá del glamur de 
pasarela donde se lucen   las 
modelos más cotizadas 
exhibiendo, en una fusión tan 
imprescindible como perfecta 
con su palmito,  las creaciones 
de los modistos y modistas 
más famosos y aclamados del planeta. 

   Pero el mundo de la  moda es un universo en expansión fascinante que conviene conocer.



La pasarela no es más que el escaparate de una industria tan floreciente como tenebrosa que mueve muchos miles de millones de euros y/o dólares en el mundo, un escaparate donde se muestran las ideas y tendencias de esta importantísima  actividad que es la vez artística, industrial y comercial, que abarca la  moda femenina, la masculina, la moda íntima, la infantil, el calzado, la marroquinería, la moda en piel, la joyería, la bisutería y la belleza. Lo que mueve todo esto es sencillamente impresionante. Baste con citar, en lo que a España se refiere, a Amancio Ortega, Isaak Andic, Thomas Meyer, Adolfo Domínguez, Isidoro Álvarez…, que son algunos, solo algunos, de los hombres que mueven los hilos de la moda en España. 



    Cabría preguntarse cómo ha llegado la industria de la moda a encaramarse en una posición tan preponderante como fundamental dentro de lo que es la actividad económica de muchos países a nivel mundial en el sector textil.  Podemos responder a esa pregunta adelantando que lo que es la moda hoy  no puede separarse de lo que es la sociedad actual, la sociedad moderna actual, caracterizada por la   levedad, la liquidez, la paranoia, el cambio constante y la trivialidad obligada a crear a un ritmo frenético.

   Antes, pongamos hasta el final de la década de los cincuenta del siglo XIX, la moda no la imponían los modistos o modistas del ramo, ellos eran meros ejecutores de las tendencias que marcaba la sociedad;  en otras palabras, no creaban moda. Esta situación comenzó a cambiar radicalmente cuando aparece en escena Charles Frederick Worth, quien marcó un antes y un después en lo que al mundo del vestido se refiere que tuvo trascendentales consecuencias. 

   Este diseñador inglés nacido en 1826 fue el primero que se atrevió a firmar sus creaciones, como si se trataran de  obras de arte. Es decir, tuvo el valor, o la osadía, de postularse como un artista, un creador, en este caso  de moda,  y cada año presentaba una colección de sus creaciones. Había nacido  la industria de la moda, pues nunca antes se había hecho algo similar. 

   Este fue el punto de partida que permitió a los modistos, junto a los estilitas y diseñadores,  tanto masculinos como femeninos, tanto de pret a porter como de alta costura, imponer sus criterios en lo que al vestir se refiere;  es decir, a imponer lo que se iba a llevar y lo que no. Fue así, en efecto, como la moda se convirtió en lo que es hoy: algo que destruye lo anterior en una sucesión infinita de creación-destrucción que ejemplifica, de algún modo, a la propia naturaleza, dirigida por los dioses de la moda, que imponen sus creaciones como alimento fundamental de la industria textil y demás industrias asociadas. Si no fuera así todo el tinglado se vendría abajo, como lo haría un Universo estático por el peso de su propia gravedad, por lo que para evitarlo no tiene otra opción que expandirse indefinidamente.  La moda,  efectivamente,  es un universo en expansión que crea tanto como destruye. 

 

   Esto, naturalmente, tiene unos costes altísimos,  en lo que al ámbito emocional y personal se refiere, que pone de manifiesto la levedad del ser humano y, por tanto, de la sociedad que conforma, donde el hombre ha de comportarse como un depredador si no quiere ser una presa. 

  Yo imagino al dios de la moda, que trabaja para una casa que le paga –y que le paga muy bien, por cierto- rodeado de su equipo de estilitas, diseñadores,  asesores e investigadores de tendencias obligado a crear moda y a que la suya sea la más demandada, la más aclamada y bella. Y una vez creada, olvidarla para pensar en la siguiente colección sin que la palabra “fallo” pueda tener  cabida en su vocabulario,  pues significaría la muerte.  La ansiedad y la paranoia constantes son las compañeras permanentes de quienes forman parte de este mundo empresarial basado en la creatividad y donde no caben los mediocres. Y ya sabemos lo que eso significa en términos de coste humano. El glamur en la moda solo existe en la pasarela, en la trastienda lo que prevalece es una lucha  sórdida y cruel. 

   Me preocupa que, frente a este mundo cambiante y líquido solo esté el otro, el que aún vive en la Edad Media,  que solo  cree en Alah y en Mahoma, su profeta, que nos ve como infieles con los que hay que acabar, como si fueran los poseedores de la verdad. Es inevitable que el que avanza suscite la envidia del que se queda atrás, pasó con Caín y Abel, pasó con Babilonia, pasó con…, y está pasando ahora. La chilaba quiere acabar con el pret a porter y la alta costura. No, no es broma, pues aquí, en nuestro mundo, cada vez son más los que quieren volver  a la Edad Media y se dejan seducir por los nuevos predicadores del Islam. Cuidado con ellos. 

  Confío en que, antes de que eso suceda, su universo estático se venga abajo por su propio peso. Claro que también tengo dudas sobre este mundo en constante expansión, pues me pregunto si no llegará un momento en que colapsará y acabará con todo.  Y vuelta a empezar.

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