Hoy os voy a hablar de música, no para
sacaros de dudas, ni tampoco de vuestras
casillas, sino mayormente para distraeros de vuestras preocupaciones, que seguro las tendréis.
Sería presuntuoso por mi parte
tratar de disuadiros del mágico brillo
de una estrella, bastaría con que os dijera simplemente: “elevar vuestra vista al cielo y comprobadlo por vosotros
mismos”. A partir de ahí, las palabras
no harían sino confirmar vuestros propios deseos de alcanzarla. Por lo demás, que
cada cual siga su propia estela. Pero advierto, si las penas con pan son menos si
le ponemos música dejan de serlo, dicho sea con el mejor ánimo de que sigáis leyendo
y de que descubráis el misterio y la magia que rodea a la música, no lo dudéis.
“Empezaré por deciros que la música posee
algo que escapa a nuestro entendimiento, se escabulle entre la red que nuestro pensamiento teje para
prenderla. La música nos comunica estados de ánimo de lo más dispar, es
evocadora de momentos que ella enmarca imprimiéndoles un sello imborrable, todo
un prodigio teniendo en cuenta la facilidad con que se olvidan las cosas, sobre
todo por parte de algunos de cuyo nombre no quiero acordarme, puede acercarnos
al éxtasis sin que sepamos si se debe a la melodía que nos llega, al
instrumento que la interpreta o a la voz que la canta, sugiere mundos
fantásticos al hilo de las imágenes que nos comunica, historias románticas al
influjo de la melodía, hace soñar, eleva
el espíritu, purifica la mente y, como colofón, nos reconcilia con la
humanidad. ¡Y no la entendemos! Ahí precisamente
reside la magia, pero no toda, pues incluso para los entendidos la música está
llena de misterio. ¿Cómo se explica? Quien tenga curiosidad por comprobar lo
que digo que escuche el “Claro de luna” de Beethoven, por citar un solo ejemplo y no abrumaros.
“Pocas cosas existen en este mundo que, como la
música, puedan provocar emociones tan
íntimas y suscitar sentimientos tan auténticos. Su sinfonía puede elevarnos y
hacernos flotar, engendrar en nosotros estados de serena melancolía muy cercana
al llanto, estremecernos, invadir nuestro espíritu de un raro bienestar, proporcionarnos vitalidad y optimismo, embebernos.
La música puede enamorarnos, disparar nuestra imaginación, vivir en un instante
sensaciones únicas, inenarrables. Sin la música es imposible experimentar la belleza espiritual. ¿Qué
tiene la música que penetra tan profundamente en nosotros? Puede compararse a
un poema en el que las palabras cobran tal belleza y nos transmiten imágenes
tan nítidas que estremecen nuestro ser.
“Los que hacen cine, los que se dedican a
las creaciones audiovisuales, saben muy bien de lo que hablo. Los directores,
los guionistas, los publicistas y los creativos buscan a los mejores músicos
para ilustrar y enmarcar sus creaciones, para ponerle música a un rostro, a una
escena, a una conversación, a un paisaje, a una historia…, para reforzar el
dramatismo de un momento, de un pasaje…, a veces incluso la convierten, aun sin
pretenderlo, en la verdadera protagonista de la obra. Tan es así que sin ella
sería gris y anodina.
“También lo saben las madres. Hasta la menos
cultivada sabe, sin saber por qué, del poder
hipnótico de la música, poder que, asociado por el niño a la voz de la
madre que le canta una nana, induce en él un sueño bendito. ¡Ojala no estén
demasiado ocupadas las madres para cantarle una nana a su hijos! Porque un niño que se duerme oyendo cantar a
su madre, escuchando el timbre de su voz, la cadencia que llega a sus delicados
circuitos neuronales, por fuerza será un niño feliz. ¿Sabéis lo que significa
que un niño sea feliz? El Estado debiera pagar a las madres que le cantan nanas
a sus hijos. Nos lo ahorraríamos en cárceles y hospitales.
“Hasta
las fieras, según se dice, se amansan con la música. Aunque a decir verdad no
sé hasta qué punto una hiena hambrienta puede amansarse con el Adagio de
Albinoni o un toro de Miura con un nocturno de Chopin. Pero algo de verdad debe haber, ahí tenéis al
Flautista de Hamelin sin ir más lejos. Pero sea verdad o no, se corresponda con
la realidad o sea ficción, el hecho de que se diga y haya pasado de generación
en generación como máxima dice mucho sobre el poder misterioso y deleitable de la música.
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