Vivimos
una época de “valores inestables”, y es así porque no sabemos dónde está la
verdad. Mas esto, siendo grave, no es sin embargo lo más grave, lo más grave es que no
sabemos dónde está el error, que
sería el camino para llegar a la verdad.
Tomemos como ejemplo la magia, que ha sido
desde antiguo utilizada por muchos pueblos bárbaros como algo eficaz, caló
tanto que de esas ceremonias mágicas derivaron después las distintas
religiones. Cuando un sacerdote hacía un conjuro para invocar al dios de la
lluvia, cuando finalmente llovía, el hombre primitivo consideraba que llovía
como resultado del conjuro de la ceremonia, lo cual era una prueba de que la
magia era eficaz; luego se creía en ella. Hasta que no se cayó en la cuenta de
que, de todos modos, antes o después llovía,
independientemente de si había ceremonia o no, la magia perduró siglos y
siglos.
Hoy día tenemos un mayor conocimiento de las
cosas. La verdad hoy es aquella hipótesis que mejor funciona, que mañana puede
ser sustituida por otra que funcione mejor. Y lo sabemos. Hoy podemos convencer
a un hombre de que abandone una práctica errónea si le damos a conocer el error
en que se funda dicha práctica. Pero no ocurre igual con las prácticas
religiosas de un pueblo, pues en ellas no hay error
alguno. Por tanto, es el conocimiento el camino para llegar a la verdad una
vez conocido el error, de ahí que quienes están en él y vivan de él hagan todo
lo posible por ocultarlo. Bastaría darnos cuenta de que es un milagro que
estemos vivos para que todo lo demás sea secundario. Pero el hombre, ya que
está vivo, quiere otras cosas. Y cada cual quiere la suya. Y así estamos.
¿Qué error hemos cometido para que una generación de la
que tanto se esperaba haya llevado a España a la situación actual en que se
encuentra, débil y desorientada, llena de dudas sobre su futuro, pobre y
dividida? ¿Qué ha pasado para que los valores que esa generación ha mamado
hayan sucumbido a la corrupción de la fama y el dinero? Algo hemos hecho mal
para que, de pronto, nadie confíe en nadie, para que ni siquiera la más altas
instancias del Estado se libren de la maldición de la Esfinge y anden aún por
los vericuetos de su propia inconsistencia en lugar de trabajar juntos para devolverla al lugar de donde
nunca debió salir.
Pero si no asumimos el error que hemos
cometido al despertarla ¿cómo vamos a enterrarla? Seguro estoy de que cada cual tiene su propia teoría al respecto. Tenemos esfinge para rato.
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