Si hay una realidad universalmente admitida
es que no podemos prescindir de las
mujeres, lo mismo que ellas no pueden prescindir de los hombres, aunque en
esto, como en casi todo, hay quien disiente, pero no seré yo quien entre en esa
polémica. Lo que me interesa exponer es la
idea de que tal vez sea en esta verdad donde se apoya
el mito de que somos mitades que nos complementamos mutuamente siendo totalmente
falso. De mitades, nada, somos
individuos, tenemos nuestra propia individualidad, vamos cada uno a lo nuestro,
aspiramos a ser protagonistas de nuestra vida, por lo que si no se respeta esto, si no se tiene claro el
concepto, si la individualidad del hombre y la individualidad la de la mujer no cuadran,
no hay pareja.
El peligro es la infidelidad, situación que puede acabar con la pareja, pero
que viene a incidir en lo que afirmo. Las soluciones que se han propuesto para tratar de conjurar
los peligros que supone la infidelidad de la mujer se han centrado en controlar
su vida y asignarle un roll secundario en la vida social, partiendo del manido dicho popular “quien
evita la ocasión evita el peligro” que, llevado a sus últimas consecuencias,
resultaría que toda actividad humana, incluso no hacer nada, es un peligro. Es
una de esas estupideces mayúsculas de las muchas que el hombre comete
a lo largo de su historia basada en la ignorancia, pues de esta manera de
afrontar el problema se han derivado todo tipo de abusos encaminados a sojuzgar a la mujer, provocando con ello
sufrimiento y mucho dolor en la sociedad, pura hipocresía que provocó tragedias
como la que narra Fernando de Rojas en La
Celestina, paradigma de la necedad humana, que pone todos los medios para
impedir que algo ocurra y lo que
consigue es provocarlo. De la situación
de la mujer en el mundo árabe, mejor dejarlo.
“Pareciera que los hombres, a lo largo de
la historia, se han conjurado contra la mujer y han desarrollado toda una
doctrina adrede para oprimirla por el mero hecho de ser mujeres, y todo porque
han ubicado su honor en ellas y, para
justificarse, llegaron a apoyarse en la misma Biblia que interpretaron a su
modo, a medida de sus intereses. Uno se
avergüenza de ser lo que es cuando lee la historia y comprueba el trato
degradante e inhumano a que ha sido sometida la mujer por los estamentos de
poder a la que responsabilizaron de todos los males de la sociedad para ocultar
sus miserias y salvaguardar su mancillado
honor. Si en algún aspecto de la vida puede evidenciarse lo infinita que
es la estupidez humana es en el modo en que el hombre ha intentado resolver el
problema de la relación con la mujer, pues no ha sabido encontrar otro camino
que el de pisotear su dignidad para garantizar la suya.
“Debido a la enorme influencia que adquirió
la Iglesia católica tras la caída de Roma, el matrimonio se instituyó como un
sacramento en el que se le asignaba a la mujer el peor papel, pues habría de
sacrificarse para que el hombre brillara.
Fue la forma que se impuso en occidente y que luego se extendió a casi
todo el mundo, pero lo común es que la
mujer siempre ha estado sometida a la voluntad del hombre en todo momento y
sujeta a sus caprichos. Sobre esta injustica se ha apoyado la estabilidad
familiar y su funcionamiento. Si la
mujer fallaba el matrimonio se venía abajo y la familia se deshacía.
“Hoy no podemos afirmar de forma categórica
que esta sociedad sea más justa que aquella,
pues la justicia tiene mil caras y la injusticia se da en todas las sociedades y en todas las
épocas, pero al menos, sobre el papel, la mujer hoy goza de unos derechos que
jamás antes le habían sido reconocidos. En esto, al menos, sí hemos avanzado,
pero en lo esencial estamos donde estábamos, hemos aprendido poco a convivir,
seguimos siendo presa de los mismos pecados, sabemos más, pero no somos mejores
–como ejemplo de ello, los que llevaron a cabo el genocidio judío leían a
Shakespeare y Platón, y su jefe, Hitler, leía a Schopenhauer y a Nietzsche, y
Stalin, tal vez el mayor criminal de la historia, leía de todo, era poeta y
escritor, un hombre culto en definitiva, y sin embargo un asesino frío y
calculador que cuando agonizaba, por puro miedo, nadie se atrevió a acercarse a
él. Ni siquiera su médico-.
“La mujer, pues, sigue siendo explotada de una forma u otra,
es utilizada por organizaciones criminales sin escrúpulos que la prostituyen
para su lucro personal, es discriminada en el trabajo, sigue recayendo sobre
ella el mayor peso de la educación de los hijos y su cuidado, sigue soportando
la prepotencia del hombre y su maltrato que llega hasta quitarle la vida cuando
el vínculo que los unía se rompe. Es
decir, que el hombre ama a la mujer pero no la respeta, le otorga un estatus inferior. Así ha sido a lo largo de la historia. Cuesta trabajo creer que se pueda amar a una
mujer y al mismo tiempo maltratarla. Así de contradictorios y duales somos.
Todo
ello no ha impedido que la infidelidad persista hoy más que nunca, por tanto no es
cosa de más o menos libertad, es que los humanos somos genéticamente infieles,
nos va la marcha en ese aspecto, lo mismo a hombres que a mujeres, por tanto,
si hay que ser consecuentes con esta realidad lo que acabará por imponerse de
una u otra forma para evitar dramas y tragedias es la pareja abierta en la que,
de entrada, ambos admitan la
posibilidad de tener relaciones sexuales
con otros, con los límites y formas que entre ambos acuerden. Tiempo al tiempo.
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