Esta
mañana he ido a comprar al súper, lo hago con frecuencia, pero hoy ha tenido
lugar una de esas cosas que gracias a Dios ocurren porque somos despistados por
naturaleza, olvidadizos, y nos confundimos. Cojo mi carrillo y me dispongo a
llenarlo. Primera parada, la pescadería. Compro un kilo boquerones y continuo
con mi tarea doméstica, pero he aquí que en la sección de verduras me doy cuenta de que
llevo dos artículos que no son míos: una bolsa de migas de bacalao y una
tarrina de queso. Desconcierto, esto no puede ser,
yo no he sido, esto tiene que tener alguna explicación, a ver cómo han llegado
aquí las migas y el queso, tan despistado no soy, y así. Y me doy cuenta de que
en la bandeja del carrito me falta una bolsa, pues llevaba dos, una de
Mercadona y otra de Carrefour. Me falta la segunda. Y aquí me tenéis a mí
buscando a alguien por todo el súper que lleve dos bolsas en la bandeja del
carrito. Al fin localizo a una señora de muy buen ver, muy bien vestida, con
aspecto de ir al gimnasio todos los días, muy repeinada ella, en fin, que me
acerco y le digo. "Pues que me ha quitado usted el carrillo". Se me
queda mirando y me dice: "¿Perdón?" Digo para mí, ya estamos, esto es
una cámara oculta con todas las de la ley. Así que respondo: "No, es que
las migas de bacalao no son lo mío"
Se me queda mirando con
curiosidad y me pregunta: “¿Y qué le hace a usted suponer que sí lo son para
mí?” La cosa es que la mujer me lo dijo muy intrigada, supongo que pensando que
lo que yo quería era ligar con ella, confundirla o vete a saber. Así que le
respondo: “Pues porque lleva usted en su carrito mis dos bolsas y yo en el mío
sus migas”. Fue entonces cuando abrió la boca, una boca en verdad de cine, y muy sorprendida exclamó: “¡Oh!” A lo que yo añadí: “Ahí iba yo”. Y se deshizo
en excusas. Yo traté de tranquilizarla diciéndole que no se preocupara, que
estas cosas pasan porque gracias a Dios no somos perfectos y que si no fuera
así no hubiera tenido el placer de hablar con ella… En fin, lo normal. Le di
sus migas de bacalao y su tarrina y ella me dio mis dos bolsas, nos despedimos con una sonrisa y dimos por
acabado el encuentro. Termino de comprar mis cosas, bajo con el carrito al
garaje donde está el coche y al acercarme a él reparo en algo que acelera mis
pulsos. Descargo la compra en el maletero a velocidad cósmica, cojo de nuevo el
carrito y subo a la tienda: mi objetivo
es buscar de nuevo a la mujer de las migas de bacalao y
la tarrina de queso. “¿Qué no se haya ido, por favor?” –me repetía una y otra
vez. Y aquí me tenéis de nuevo recorriendo la tienda de arriba abajo y de
izquierda a derecha explorando todos los pasillos. Hasta que di con ella en la
sección de droguería. ¡Gracias a Dios! Me acerco y le digo. “Está visto que hoy
la casualidad y nuestra imperfección humana ha querido ponernos a prueba”. Se
me queda mirando sin entender y le digo: “Mis llaves”. Nueva cara de asombro:
“¿Cómo dice?” –pregunta desconcertante para ella. “Pues que lleva usted mis
llaves donde yo llevo su euro”. Entonces, tras un instante de duda, comprendió.
Y es que efectivamente, mi llavero dispone de una terminación circular del tamaño
de un euro para meterlo en la ranura de carrito, lo cual es muy socorrido
cuando careces de monedas, como era mi caso.
Cuando reparó en ello se rio y su risa borró todos los ruidos que nos
cercaban.
Era verdad, su risa me encantó, más cuando me
dijo: “¿Y qué hacemos ahora?” Bueno, la pregunta se prestaba a diversas interpretaciones fuera de contexto, pero yo
no lo iba a sacar de él, no hubiera sido ético. Supongo que lo diría porque
llevaba el carrito atiborrado de productos y el mío (que era el suyo) iba vacío,
así que le dije: “No se preocupe, yo le ayudo a descargar lo de mi carrito al
suyo”, lo cual le despertó una nueva sonrisa, cosa muy natural. Y ambos, mano a mano, nos entretuvimos en
trasladar las viandas de su compra de un carrito al otro. Fue en ese momento
cuando le dije: “¿Lo ve? Si no hubiese tenido usted ese despiste yo no hubiese
sabido que le gustan las migas de bacalao con queso”. Le hizo tanta gracia que
empezó a reír de una forma tan entregada y divertida que me hizo reír a mí
también, lo cual que reír juntos es de lo más sano que uno puede imaginar,
supongo que lo sabréis, se establece una corriente de simpatía muy saludable y
motivadora. Cuando dejó de reír me dijo con cara divertida: “A mí no me gustan
las migas de bacalao con queso”. Lo esperaba, esperaba que dijera eso, pues de
lo contrario sería la primera persona a la que gusta combinación tan azarosa de
ingredientes, aunque a saber, hoy día con la cocina de vanguardia se hacen unas
combinaciones muy extrañas. “¿Ah, no? ¿Y cómo le gustan? Si me permite la
pregunta” –maticé. “Me gustan con arroz, en tortillitas, de muchas maneras” –me
respondió con total naturalidad. Lo de las tortillitas me llamó la atención,
así que le pregunté si podía saber la receta. “Por supuesto” –me dijo. Y me la
dio. Era bastante larga, así que cuando terminó le pregunté: “Por si acaso se
me olvida algún paso ¿podría localizarla de algún modo?” Se me quedó mirando
dudosa, pero al final me dijo: “Toma nota”, y me dio su móvil, cosa que le
agradecí. Nos despedimos con otra sonrisa, la suya encantadora, y a continuación me pasé por la pescadería,
donde compré un paquete de migas de bacalao para hacer tortillitas. Seguramente
tendré que llamarla…
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