Suele
ocurrir que, cuando algo puede concebirse de distintos modos, el asunto
desborda la razón y la pasión se incorpora al debate. Pasa con él amor, pasa con la política, con la verdad, con
la vida…
Si
reparamos en la vida observamos que cada cual tiene su propia concepción sobre
ella. ¿Acaso no se ha dicho siempre que cada cual cuenta de la feria según le
haya ido? Con la vida viene a pasar más
o menos lo mismo. Sin embargo ¿qué es en realidad la vida si la consideramos
objetivamente sino aquello que debemos hacer? Otra
cosa será que lo hagamos, pero el que lo hagamos o no solo demuestra lo que
somos, seres contradictorios debatiéndose permanentemente entre lo que es y lo
que debe ser. Y así, cada cual hace las
cosas según su saber y entender y, en función de eso, la vida será para él una cosa u otra. Y como
somos como somos la vida es aquello que hacemos y debemos hacer. La dualidad eterna.
El problema comienza cuando la vida se
plantea como aquello que apetece hacer y se relega o se olvida lo que se debe
hacer. Para muchos lo que les apetece hacer es precisamente lo que deben hacer,
mas para otros muchos su apetencia los conduce a ninguna parte. A estos tarde o
temprano la vida les pedirá cuentas. ¿Quién
no ha soñado con cambiar el mundo? Lo cual está bien en principio, pero ya
sabemos por experiencia en qué acaban tales aventuras, sin embargo se olvida
más de lo debido que el mundo lo cambiamos entre todos haciendo lo que debemos,
y que si no fuera así el mundo cambiaría, sí, pero a peor.
Digo aquí, y creo no equivocarme, que el
mundo se cambia en el día a día, teniendo
en cuenta las cosas que debemos hacer
antes de hacer las que queremos. Si la vida posee un perfil dramático es
precisamente este: que hacemos cosas que no debemos hacer y olvidamos o
relegamos las que debemos hacer. Somos egoístas, no podemos remediarlo, y nos
mentimos a nosotros mismos.
Cosa distinta es cuando no te dejan hacerlas. Ahí ya entramos en un
terreno en el que se pone en juego incluso la propia vida, pues la única salida
es vencer a quien o a aquello que te impide hacerlas. O pactar. O vengarte. O
resignarte. En cualquier caso, un drama,
pues muchas veces contra quien tienes que luchar es contra ti mismo, y sea cual
sea el resultado, pierdes. Por eso es tan importante saber perder. Pactar es lo sensato en estos casos, pero no
siempre es posible. Lo peor sería que fueran siempre los demás los culpables de
tus fracasos y tú la víctima, pues la
salida es el odio, a los demás o a ti mismo. O a ambos. Lo cual te lleva al camino de no hacer lo que
debes. Y el drama.
Sí, tal vez lleven razón quienes definen la
vida como un drama, unos como actores, otros como espectadores, actores que
mañana pueden ser espectadores y viceversa… Y todo porque queremos hacer cosas
«importantes» y no sabemos apreciar lo importantes que son las cosas «sin
importancia».
Hoy comienza un nuevo año. Ojalá comencemos
a valorar las cosas sin importancia, entonces la vida sería eso: una cosa sin
importancia muy importante.
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