Queridos Reyes Magos:
Seguro que mi carta os sorprende -¡hace tanto que no os escribo!-, pero el
tiempo no ha podido con vuestro recuerdo.
Si no he vuelto a escribiros ha sido porque crecí, dejé de ser niño, y cuando se crece los Reyes Magos se van
porque se pierde la inocencia y sin ella vosotros no existís. Eso fue lo que me dijeron. ¡Me cogí una llorera…!
--“¡Pero yo sigo creyendo en los Reyes Magos!”, protesté.
--“No,
tú crees que crees, pero la inocencia ya se ha ido”, me contestaron.
--“¿Adónde?”, quise saber.
--“Jajajajaja –se rieron-
este niño no quiere crecer.
--"Pues mira –trataron de convencerme- la inocencia, cuando
se va, nunca vuelve, nadie sabe adónde va y nadie hasta ahora ha vuelto a encontrarla”.
Seguí haciendo preguntas como podréis suponer, entre ellas por qué se
pierde la inocencia. No llegaba a
comprender por qué se perdía, y mucho menos qué tenía que ver su pérdida con
vosotros, pero fue inútil, si no eres niño no hay Reyes. Y punto. Yo no lo entendía, así que me aventuré
a averiguar por qué se pierde la inocencia. Antes, sin embargo, tenía que saber qué es
la inocencia.
¡Cuánto tiempo buscándola! ¡Si al menos me hubieran dicho lo que era!
Pero nadie se molestó en hacerlo. Y ¿sabéis?, cuanto más la buscaba más me
alejaba de ella, pero sin yo saberlo, es como cuando se busca la felicidad, con
el tiempo te das cuenta de que cuanto más te alejas del punto de partida más atrás
la dejas.
Pero, ¿cómo iba yo a saber eso? ¿Cómo iba a saber que en el mismo lugar
dónde perdí la felicidad fue donde debí buscarla? Lo supe mucho después, cuando
ya no podía regresar, cuando al mirar hacia atrás ya no había camino, En el momento de comprender que cuando uno pierde algo lo lógico es buscarlo allí donde lo
perdió, ¿no creéis? Pero allí ¡era todo tan oscuro! Así que en realidad no era
la felicidad lo que buscaba, buscaba luz para alumbrarme ara poder encontrarla.
Lo extraordinario de mi búsqueda, no obstante, fue que buscaba algo que
no sabía qué era ni cómo era. ¿Sabe alguien qué es la inocencia y cómo es? A mí
me dijeron que se pierde la inocencia cuando uno deja de creer en los Reyes
Magos, es decir, que para ser inocente es condición indispensable creer. ¡Pero yo creía! Entonces, ¿qué buscaba? ¿Os dais cuenta por qué os he
dicho antes que cuanto más me alejaba del punto de partida más me alejaba de lo
que buscaba? Llevaba la inocencia en mí y no lo sabía, la busqué en los demás,
¿comprendéis? Busqué en los demás lo que ya tenía porque me dijeron que la
había perdido. ¿Os dais cuenta de mi drama? Fue entonces cuando lo supe todo.
Pero ya no había marcha atrás, las
puertas se habían cerrado. No sabéis cómo duele que te arranquen la inocencia
de cuajo. Ese fue el precio que tuve que pagar para saber lo que era.
Queridos Reyes Magos, fijaos que contradicción, hoy ya sé lo que es la
inocencia y sé que es necesario perderla
porque si no la pierdes te la quitan. ¿Será por eso que cada seis de enero
pongo mis zapatillas junto a la chimenea? ¡Me haría tanta ilusión que un día
pasarais por casa y me dejarais un verso!
Un verso inocente, sólo eso.
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