—¿Existe el futuro, maestro? –preguntó Margarita tras
larga meditación.
El maestro la miró con gesto
cansado, pero acogedor.
—Debe existir porque nos queda mucho por hacer –respondió.
—¿Cómo puedo encontrarlo? –siguió
inquiriendo la joven.
—Sólo de una forma –precisó el anciano.
—¿Sólo de una? –requirió intrigada.
—Sí, encontrándote a ti misma en tus sueños
–concretó.
—¿A mí misma? –repitió asombrada- ¿Qué se yo
de mis sueños? ¿Qué se yo de lo que está
por hacer? ¿Qué sé de mi misma y del mundo
y de los hombres? ¿Qué sé del amor, ni
dónde encontrarlo, ni de qué está
hecho?
El viejo filósofo miró a su todavía novata
discípula con ternura.
—El amor está hecho de luz. Allí dónde haya
luz encontrarás amor, en cambio, donde
reina el odio todo es opaco, hermético y denso.
—¿Entonces las estrellas son amor? –preguntó
ahora.
—De ellas viene la vida, y sin vida no hay
amor. Las estrellas, amor fluido, incandescente, embellecen la noche, la
ennoblecen y hacen soñar; su luz es el
resultado de complejos procesos, los mismos que tienen lugar cuando nace el
amor, cuyo poder ilumina la noche –le
explicó sin dejar de mirarla.
—No entiendo, maestro –se excusó la neófita.
-Te
explicaré cómo se forma una estrella.
Escucha.
Y el maestro de la vida y del tiempo, del
hoy y del ayer, le reveló a su inquieta discípula el complejo proceso que tiene
lugar en los confines del cosmos cuando nace una estrella, desde que sólo es
una masa dispersa de polvo cósmico hasta que a impulsos de una fuerza poderosa
se aglutina y comienza a brillar. Pero
la alumna seguía sin estar segura de comprender.
—Pero el brillo de las estrellas es lejano,
maestro –trató de oponer.
—Para permitirnos el sueño de alcanzarlas
–le aclaró.
—¿Qué fuerza poderosa aglutina el polvo del que nacen las estrellas?
El
maestro la miró entre complaciente y melancólico.
—Los astrofísicos dicen que es la propia
fuerza de la gravedad que genera, así llaman ellos a la ilusión –sin dudar lo dijo.
—Entonces el polvo de las estrellas es
polvo enamorado —se dijo soñando Margarita.
Y se preguntó a sí misma si ese polvo estelar, impregnado de amor germinal, que
de la nada se convierte en estrella a impulsos de su propia fuerza interna, formaba
parte de ella en su genuina pureza o estaba contaminado. Y sintió la nostalgia propia de quien añora lo que algún día será sin
saber ni cómo ni cuándo. Ni siquiera si será.
-Cuénteme un cuento, maestro, quiero soñar –le pidió al final.
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