jueves, 16 de enero de 2014

UN CUENTO







 
   —¿Existe  el futuro, maestro? –preguntó Margarita tras larga meditación.
      El maestro la miró con gesto cansado, pero acogedor.
   —Debe existir porque nos queda  mucho por hacer –respondió.
   —¿Cómo puedo encontrarlo? –siguió inquiriendo la joven.
   —Sólo de una forma –precisó el anciano.
   —¿Sólo de una? –requirió intrigada.
   —Sí, encontrándote a ti misma en tus sueños –concretó.
   —¿A mí misma? –repitió asombrada- ¿Qué se yo de mis sueños?  ¿Qué se yo de lo que está por hacer? ¿Qué sé  de mi misma y del mundo y de los  hombres? ¿Qué sé  del amor, ni  dónde encontrarlo, ni de  qué está hecho?     
   El viejo filósofo miró a su todavía novata discípula con ternura.
   —El amor está hecho de luz. Allí dónde haya luz encontrarás amor, en cambio,  donde reina el odio todo es opaco, hermético y denso.
   —¿Entonces las estrellas son amor? –preguntó ahora.
   —De ellas viene la vida, y sin vida no hay amor. Las estrellas, amor fluido, incandescente, embellecen la noche, la ennoblecen y hacen soñar; su luz es el resultado de complejos procesos, los mismos que tienen lugar cuando nace el amor, cuyo poder ilumina la noche  –le explicó sin dejar de mirarla.
   —No entiendo, maestro –se excusó la neófita.
   -Te  explicaré cómo se forma una estrella.  Escucha.
   Y el maestro de la vida y del tiempo, del hoy y del ayer, le reveló a su inquieta discípula el complejo proceso que tiene lugar en los confines del cosmos cuando nace una estrella, desde que sólo es una masa dispersa de polvo cósmico hasta que a impulsos de una fuerza poderosa se aglutina y comienza a brillar.  Pero la alumna seguía sin estar segura de comprender.
    —Pero el brillo de las estrellas es lejano, maestro –trató de oponer.
    —Para permitirnos el sueño de alcanzarlas –le aclaró.   
   —¿Qué fuerza poderosa aglutina  el polvo del que nacen las estrellas?
       El maestro la miró entre complaciente y melancólico.
    —Los astrofísicos dicen que es la propia fuerza de la gravedad que genera, así llaman ellos a la ilusión  –sin dudar lo dijo.
     Entonces el polvo de las estrellas es polvo enamorado  —se dijo soñando Margarita. Y se preguntó a sí misma si ese polvo estelar, impregnado de amor germinal, que de la nada se convierte en estrella a impulsos de su propia fuerza interna, formaba parte de ella en su genuina pureza o estaba contaminado.  Y sintió la nostalgia propia  de quien añora lo que algún día será sin saber ni cómo ni cuándo. Ni siquiera si será.
   -Cuénteme un cuento, maestro,  quiero soñar –le pidió al final.

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