Apuraba Caperucita el paso por el bosque para llegar pronto a casa de su
abuelita. No quería que le alcanzara la
noche en la espesura. Pero la niña, que era de natural curiosa, se desvió de su
camino habitual y se perdió en el bosque de las redes sociales.
No se
arredró, era una niña inocente, pero también valiente. Donde el camino lleve,
pensó. Y andando el camino se topó con una gran puerta de acero en cuyo centro
podía leerse: BIENVENIDA A FACEBOOK. Dudó, pero al final optó por pulsar el
timbre. Al instante se abrió una
trampilla de donde emergió una pantalla que la invitaba a entrar si consentía
en registrarse. Lo hizo y se registró
como Caperucita “La Roja”. Y sin más se
introdujo en el peligroso, pero apasionante
bosque de la realidad simulada.
Enseguida le pidieron amistad. El primero en
pedírsela fue el lobo, claro.
—Hola, Caperucita –saludó- ¿qué te trae por
aquí?
—No sé, curiosidad, yo iba a ver a mi
abuelita –se excusó.
—¿A tu abuelita? –indagó la alimaña- ¿Y dónde
vive tu abuelita?
—En una casita en el
bosque –informó incauta.
—¿Quieres ser mi amiga?
–propuso la fiera.
—Bueno –aceptó Caperucita
sin más.
Y así fue como Caperucita y el lobo se
hicieron amigos. Y se conocieron y se enamoraron. Caperucita alcanzaba a la sazón los quince, pero aparentaba los veinte.
Un día se citaron en el bosque para ir a ver a su abuelita en
una visita de cortesía.
—Hola, abuelita, he venido a presentarte a mi
novio –y le presentó al lobo.
La abuelita lo miró y se quedó horrorizada.
—¡Pero si es el lobo, Caperucita!
—Sí, abuelita ¡pero es tan guapo! Mira que
ojazos, mira que boca, mira que dientes…
—¿Y dónde lo has conocido? –quiso saber la
abuelita.
—En facebook –aclaró.
—¡En facebook! –se
alarmó la vieja- ¿es que no sabes que ahí todo el mundo dice ser lo que no es y
simula no ser lo que es? No me extrañaría que tu lobo fuera un narcisista
desahuciado con espolones.
—Un respeto, abuela –se
quejó el lobo.
—Lo que me faltaba por
ver, que mi nieta me metiera al enemigo en casa y se enamore de él. ¡Adónde
vamos a llegar, Dios mío! –se quejó la mujer.
—Son otros tiempos, abuela, el lobo ya no es
lo que era –trató de justificarse Caperucita.
—¿Qué no es lo que era?
¡Qué inocente eres, criatura! El lobo siempre será el lobo, y a la más mínima
se comerá las ovejas –argumentó la
abuela. Y sin más preámbulo se fue a al
dormitorio, asomó con una escopeta de
caza, apuntó al bicho y lo descerrajó de un tiro.
—¡Pero qué has hecho
abuela! ¡Has matado a mi novio! ¿Lo que has hecho es peor que la violencia de género? Te voy a
denunciar por racista y lobófoba. ¡Eres una asesina! –se horrorizó Caperucita.
Y sin más volvió a facebbok y contó en la red lo que había hecho su abuelita.
El escándalo fue mayúsculo. Las redes se
incendiaron contra la octogenaria abuelita que la tacharon de monstruo
antediluviano. Las asociaciones animalitas y demás plataformas anti tortura
animal, asociados y asimilados, interpusieron demanda contra ella, las
organizaciones feministas renegaron de la abuela carca y se pusieron de parte
de Caperucita, hubo manifestaciones masivas de apoyo a la niña y la prensa
ponderó su valentía por denunciar a su
abuelita. Por unanimidad se solicitaba
una pena ejemplar y cárcel para la
homicida. De los hechos se hicieron eco los medios de comunicación de medio
mundo, admirándose del valor de
Caperucita por enamorarse de un lobo, y de la crueldad de su abuela, que no
dudó en dispararle y matarlo en su presencia. Nadie salió en defensa de la
infortunada mujer.
Mientras tanto, ignorada por todos e
incomprendida, marginada y vilipendiada, la abuelita, sin entender nada, se consumía de
soledad y amargura preguntándose hasta morir qué mal había hecho si ella solo
quiso salvar a su amada nieta de las garras del malvado lobo.
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