¿Convenís conmigo en
que cuando una sociedad está enferma sus
síntomas nos afectan a todos?
Pues hoy quiero llamar vuestra atención sobre un padecimiento social del que deberíamos preocuparnos y ponerle remedio ya que afecta a lo más sensible de la naturaleza humana: los sentimientos, esos que están presentes en casi todas nuestras decisiones y que son determinantes para nuestro equilibrio interno.
Pues hoy quiero llamar vuestra atención sobre un padecimiento social del que deberíamos preocuparnos y ponerle remedio ya que afecta a lo más sensible de la naturaleza humana: los sentimientos, esos que están presentes en casi todas nuestras decisiones y que son determinantes para nuestro equilibrio interno.
Y no,
no me refiero a quienes se empecinan en que todos vivamos de acuerdo con sus ideas,
incluso de sus gustos y preferencias, esos que se empeñan en
llevar a cabo toda una política de desinformación y adoctrinamiento para
imponer su voluntad y mostrar lo propio como
la quinta esencia del bien y lo ajeno como el paradigma del mal, y en su desvarío llegan a ser tan cínicos que llaman fascistas a quienes no
siguen sus dictados y pasan por alto que quienes obran con métodos fascistas
son ellos. Toda una escuela de
perversión social que tiene consecuencias nefastas para la convivencia y la
salud social, son como bombas de racimo, todo fundamentado sobre falacias, pues haber nacido en un lugar
determinado del mundo no puede utilizarse como argumento para nada, mucho menos
para considerarse superior y por ello sentirse con derecho a imponer a otros sus
fantasías políticas.
No hace falta ser muy avispado para verles
el plumero a los tales, sus mensajes no van dirigidos a la inteligencia, sino
que están concebidos para taponar o
desdibujar esa vía, pues saben que sus
tesis no resisten el más somero de los análisis, concebidas para exacerbar las emociones. Y sí, es un problema de salud social, un
problema que existe en la sociedad desde siempre y que el hombre no ha sabido
resolver sino recurriendo a la guerra o a la violencia. No creo que haga falta poner ejemplos, no hay
más que darle un vistazo a la historia.
El
problema del que quiero hablaros es un
problema más cercano y personal, más humano, más vital, pues nos afecta de una
manera mucho más directa.
Enfrascados como estamos en “lo nuestro” no
reparamos en el drama personal y familiar, a veces trágico, que supone la separación matrimonial, por el
trauma que supone para ambos cónyuges,
sus hijos y demás familia, y por las consecuencias que conlleva, que son
muchas, pues cuando un matrimonio se rompe con él se rompen muchas cosas que ya
nunca se podrán recomponer. No solo eso, sino que el fracaso matrimonial, que
ya no es mera anécdota sino un verdadero problema social, va calando en la
consciencia de nuestra juventud que
trata de buscar nuevas vías y formas de emparejarse que mitiguen el trauma de la separación o le resten
dramatismo, al tiempo que retrasan hasta edades casi imposibles traer hijos al
mundo. Detrás de lo cual está el miedo a equivocarse y a fracasar.
Sí,
el miedo a comprometerse, ilusionarse y
a hacer proyectos de futuro para que, en un momento dado, todo se venga abajo
por una infidelidad o por incompatibilidad de caracteres. Y lo malo es que, hasta
que llegan a la conclusión de que la
mejor solución para ellos es separarse, le han hecho vivir a sus hijos el infierno de
las discusiones diarias y luego el trauma de la separación, que los marcará
para siempre. Separación que si es
amistosa puede que el trauma no pase de ahí, pero si no lo es las consecuencias
pueden ser devastadoras.
Bueno, pues,
un problema de tamaña trascendencia social no se aborda como cabe esperar
en una sociedad que aspira a mayores cotas de bienestar y justicia social y
nivel de vida. Se gastan millonadas en
cosas innecesarias porque al político de turno le interesa que sea así para su
mayor gloria personal, pero de los problemas reales de la sociedad, aquellos
que inciden en la salud mental y emocional del ciudadano se olvidan o se
marginan.
¿Alguien puede explicarme por qué no se
estudia en los institutos este problema y se enseña a los jóvenes cómo superar
una crisis de pareja y a superar el miedo al compromiso? Si se sabe que la separación matrimonial y de
pareja constituye un drama cuando no una tragedia, ¿por qué no se arbitran
medios para reducir en todo lo posible sus nefastas consecuencias sociales, el
drama personal y familiar que supone?
Hay cosas que uno no entiende y estas es una
de ellas. El daño inmenso que causa en el cuerpo social las crisis de pareja y pareciera que la
sociedad se resigna a que ese mal se enquiste y se convierta en endémico. ¿Por
qué?
A ver dónde están esos políticos a los que se
les llena la boca de promesas de servir a los ciudadanos y resolverle sus problemas.
Aquí tienen uno que nos los defraudará y que la ciudadanía sabría valorar en su
justa medida, sobre todo esa parte cada
vez más numerosa de la población que sobrevive en soledad presos de la
melancolía y mueren solos sin que nadie los eche de menos.
No hay comentarios:
Publicar un comentario