Resulta que hace unos meses un cuñado mío me
trajo dos tubos fluorescentes de tecnología LED para la cocina, y me dijo que
gastaban la mitad de los habituales y alumbraban el doble. ¡Genial! –le dije. Y
ahí han estado durmiendo todo este tiempo hasta que hoy, mayormente acuciado
por mi mujer, que se quejaba de que en la cocina había poca luz, he decidido
cambiarlos.
El primer problema con el que me he
encontrado ha sido que los cebadores normales no valen, hay que ponerles unos
especiales adaptados a las altas prestaciones de los luminosos referidos, con
lo cual me he visto obligado a desenroscar la tulipa circular que va pegada al
techo, donde se alojan los cebadores y
la reactancia. Todo esto después de quitar los
fluorescentes que tenía que sustituir. Desenrosco y me encuentro
con que la reactancia está suelta en lugar de estar sujeta al techo, así que
imaginaos la escena: yo subido en un taburete de madera haciendo equilibrio
para no caerme, con una mano sujetando la tulipa donde está la reactancia y con
la otra quitando los cebadores antiguos para cambiarlos por lo nuevos. Pero al
fin lo conseguí, con alguna dificultad, pero lo conseguí. Satisfecho vuelvo a colocar la tulipa en su
sitio, enrosco la tuerca al tornillo que la sujeta, pongo los dos fluorescentes
nuevos, le doy al interruptor de la luz y… que si quieres arroz Marcelina. ¿O
es Catalina?
Vuelvo a subirme al taburete, quito los
fluorescentes, desenrosco, agarro la tulipa miro en su interior y, lo que me
temía, uno de los cables de la reactancia
se había soltado. ¡Voto a bríos! Vuelvo a enroscar y sujetar al techo la tulipa,
me bajo del taburete y busco un destornillador adecuado y un cúter para pelar
el extremo del cable suelto. Vuelvo, me subo al taburete, desenrosco, sujeto la
tulipa, agarro el cable con la misma mano que sujeto la maldita tulipa, cojo el
cúter con la otra y trato de pelar el extremo del cable suelto; no solo no lo
consigo sino que el otro cable, el que va a la toma de corriente, también se
suelta y me quedo con él en la mano. Acordándome por primera vez de mi cuñado me
meto el cable en el bolsillo, acoplo de nuevo la dichosa tulipa al techo, me
bajo del taburete y pelo el cable por ambos extremos. Me vuelvo a subir al jodido taburete, desenrosco la dichosa tulipa, la sujeto con la mano izquierda,
conecto el cable a la toma eléctrica con la derecha, cojo el destornillador, aprieto el tornillo
donde va alojado el cable, conecto el otro extremo a la reactancia ya sudando
la gota gorda, lo consigo, encajo la tulipa al techo, cojo la tuerca para
enroscarla al tornillo que la sujeta y..., se produce la segunda catástrofe: la
tuerca se me cae al suelo. Esta es la segunda vez que me acuerdo de mi cuñado. ¿Y
ahora qué hago yo? –me digo. Llamo a mi mujer que está en la otra parte de la
casa oyendo música y no me oye, ¡y eso que la llamé varias veces y a grito
pelado! Así que no tengo más remedio que dejar pender la reactancia del cable
que la sujeta a la toma de la corriente y bajarme al suelo a buscar la tuerca.
No hago más que bajarme del taburete cuando escucho un golpetazo a mis espaldas: ¿Que qué había pasado? Que el
cable no había podido soportar el peso de la reactancia, se había soltado y
había caído a plomo, menos mal que no me cayó en la cabeza, si no me avía.
Recojo
la maldita tuerca, recojo la reactancia asesina y me acuerdo de mi cuñado por tercera vez. Me subo otra vez al taburete, meto la
reactancia en la tulipa y tras mucho esfuerzo consigo conectar el cable en su
sitio de nuevo, pero no me salió gratis, pues el otro polo, el negativo, de
tanto trasteo, se salió de la toma de corriente. Y vuelta a empezar. Desconecto
el cable recién puesto, me bajo del taburete con la tulipa, la dejo sobre el
mueble, me subo otra vez al taburete, pelo el extremo del cable, me bajo otra vez
al suelo, cojo de nuevo la tulipa, me subo a la madre que parió al taburete, y
sudando y acordándome de mi cuñado por cuarta vez consigo conectar ambos cables
a la toma de corriente y a la reactancia. Resoplando como un remero coloco la
tulipa de nuevo, enrosco la tuerca con un temor del infierno a que se me cayera
otra vez, pongo los dichosos fluorescentes, me bajo del taburete, le doy al
interruptor y que si quieres arroz Filomena
pa’comer (ya me da igual cómo se llame). Y me acuerdo por quinta vez de mi
cuñado. Vuelvo a subirme al puñetero taburete, quito los fluorescentes,
desenrosco la puñetera tuerca, cojo la tulipa, miro su interior y veo que todo está
bien, todo está bien menos la reactancia, pues compruebo, a punto de declararle la guerra al mundo, que
está afectada en su parte plástica por el golpe. Y aquí me tenéis de nuevo
desconectando la maldita reactancia mientras me acordaba ¿cuántas veces van
ya?, de mi cuñado.
Y no me queda otra que coger la reactancia,
abrigarme y salir a la calle a buscar una ferretería para comprar una
reactancia nueva. La compro por fin después de hacer cola diez minutos detrás
de una mujer rumana que había comprado luces para una discoteca, vuelvo a casa
y como mi mujer no puede ayudarme, escarmentado y temiendo que se pueda repetir
la escena, llamo a un vecino para que me ayude. Y ya con él la cosa es
diferente. ¿Por qué no lo hice antes? Pues ya sabéis, uno cree que lo
puede hacer solo, para qué voy a
molestar a nadie... Entre los dos conectamos la reactancia muy bien, pues
mientras él sujetaba yo conectaba, él subido en el taburete de marras y yo a una escalera para trabajar mejor, y así,
mientras el sostiene la tulipa, yo conecto los cables, enrosco la tuerca al
tornillo de la tulipa, coloco los fluorescentes, bajo al suelo, doy al
interruptor de la luz y ¡oh sorpresa! ¡Se encienden!
Se encienden, sí, pero mientras yo esperaba
una luz como la misma luz del día aquello no pasaba de luciérnaga enamorada, un
candil alumbraría más que los dos fluorescentes de mi cuñado, que se tenía que
haber metido su idea debajo el ombligo, así que no tuve más remedio que acordarme de
nuevo de mi cuñado, subirme otra vez a la escalera, quitar los fluorescentes,
aflojar la tuerca, coger la tulipa, retirar los cebadores especiales, poner los
anteriores, volver a colocar la tulipa en su sitio, colocar los fluorescentes
de toda la vida, bajarme de la escalera, dar al interruptor, comprobar con
alivio que iluminaban como antes y dejarlo todo exactamente igual que cuando
empezó la odisea después de dos horas de trabajo agotador.
Cojo el teléfono, llamo a mi cuñado, y
cuando descuelga le digo: «¡No se te ocurra traerme nunca más en tu vida un
fluorescente, ¿te enteras?! Te los comes tú» Y colgué. Le di las gracias a mi
vecino y le comento «dos horas de
trabajo para nada». «No hombre, para
nada no, me has dado la oportunidad de que te ayude».
Y al poco me llama mi cuñado y me dice: «Oye,
que se me olvidó decirte que los fluorescentes leds no necesitan reactancia»
¡No me lo puedo creer!
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