Nuestra convivencia está asentada sobre la
fraseología. Una frase, una simple frase o una palabra que resume una frase es
capaz por sí sola de suscitar las más encendidas polémicas. A partir de una
frase puede comenzar todo un movimiento que puede trastocar todas las teorías
que sobre una determinada materia haya establecidas o la concepción que se tenga sobre una determinada creencia o sistema de
creencias. Nuestra historia está llena de frases que en su día fueron la
semilla para cuestionar toda una filosofía o desvirtuar un concepto, principio
o credo. Hay frases que pueden cambiar una vida y frases que pueden cambiar una
sociedad, esto lo saben muy bien y lo utilizan para su propio provecho, quienes ostentan el poder y quienes aspirar a
ostentarlo o detentarlo, los propagandistas de todo tipo, los publicistas y los
vendedores de humo, los comunicadores sociales y los políticos de toda laya,
los malos y los buenos, los necios y los listos, los maliciosos y los bienintencionados. ¿Cómo
cabe interpretar la frase “la religión es
el opio del pueblo” que dijera Marx? ¿Bienintencionada o mal intencionada?
Por cierto, hoy nadie la dice ni cree en ella –excepto los recalcitrantes,
claro-, pero cambió el mundo, no precisamente para bien, pero si la comparamos con
esta otra, que también lo cambió, seguramente tendremos más elementos de juicio
para saberlo: “no mires la paja
en ojo ajeno sin ver la viga en el
propio", que dijera Jesús, o esta otra que
también dijo él: “quien esté
libre de pecado que tire la primera piedra”.
Son frases que calan, llenas de sentido común y humanidad.
Esto es así, pero no es menos cierto que todo es según el color del cristal con que se
mira, lo que quiere decir que cada cual interpreta a su modo aquello que somete
a su juicio, por tanto una frase puede ser interpretada de diversas maneras,
incluidas las sesgadas y torticeras, sin
que necesariamente nada tengan que ver con la significación que pretendió darle
el autor, que a veces es intencionadamente equívoco. Ante esta realidad cabe preguntarse ¿es bueno
o es malo que esto sea así?
Uno podría zanjar el asunto respondiendo que
no es bueno ni es malo, es sencillamente inevitable. Lo malo es que esto nos
aclara poca cosa de la cuestión suscitada, por tanto creo que vale la pena
embarcarse en la aventura de intentar responder de alguna forma. Y digo de alguna forma porque elija la forma
que elija siempre habrá quien esté de acuerdo y quien disienta absolutamente.
Estos temas eminentemente polémicos siempre
dejan en quien los aborda la duda de si habrá acertado en su exposición, sobre
todo para que no sea la causante del
desacuerdo. De ahí que me sorprenda la cantidad de personas que hablan sobre
ellos con la seguridad absoluta de quien tiene la verdad de su parte, y claro,
no tengo más remedio que desconfiar de ellas y de lo que dicen.
Pero volviendo a la pregunta lo primero que
se me ocurre para responder a ella es hacer una nueva: “¿Es bueno o es malo que
junto a lo bello exista lo feo?” Una pregunta, por otra parte, que se responde
por sí misma, pues lo malo y lo bueno siempre han ido juntos, son inseparables,
por tanto el sentido común nos dice que aunque no sea bueno debe de ser necesario.
Esto no obsta para que, si nos dan a
elegir entre algo bello y algo feo incuestionablemente elegimos lo bello, y que
si analizamos por separado ambos conceptos la belleza ganará por goleada a la
fealdad, siempre y cuando tengamos claro la calidad de una cosa y de otra. Ahora bien, si nos dan a elegir dos cosas igualmente bellas,
pero distintas entre sí, la elección ya
no será tan clara, puesto que en ambos casos encontraremos razones para elegir
cualquiera de las dos, ¿cuál, pues, elegir? En condiciones “normales” nos daría
lo mismo elegir una que otra, pues son igualmente bellas, pero la naturaleza
del hombre está mediatizada por su vida, por sus propias experiencias, y serán estas,
no la belleza en sí, las que inclinarán la
balanza en uno u otro sentido, si tenemos esto claro también sabremos que no ha
sido la calidad de más o menos bello el criterio que nos ha movido a elegir,
sino nuestra propia subjetividad, nuestra
experiencia vital, aunque sepamos que no
es la decisión más acertada. ¿Qué nos
dice este ejemplo? Sencillamente que, independientemente de que lo bello sea
deseable a lo feo, nos inclinamos por lo feo si lo bello lo encontramos detestable,
por lo tanto a la hora de elegir no ha sido la razón la que nos ha llevado a
hacerlo, simplemente nos hemos dejado
arrastrar por nuestras emociones. Un ejemplo: ¿Cómo se explica que aún existan partidarios
del comunismo si está más que demostrado
que el comunismo ha sido uno de los mayores fiascos de la historia del hombre que además ha causado el mayor sufrimiento, ha
sido regido por auténticos asesinos en serie y no ha resuelto ninguno de los
problemas que pretendía resolver? La misma pregunta cabe hacerse respecto de los
independentistas catalanes en este momento, que saben que lo suyo es pura
utopía y que la independencia de Cataluña no es viable, pero es que aunque lo
fuera, no es deseable. La cuestión solo
puede responderse ponderando las pasiones humanas que llevan a elegir lo peor
con tal de no admitir que “lo otro” es mejor. Entran en liza el odio, el falso
orgullo, el resentimiento, la manipulación, el adoctrinamiento, el menosprecio,
los intereses…
La
lección que nos da esta realidad es que lo bello lo es por conocimiento y
existencia de lo feo, de tal forma que para justificar su elección lo que hace
es destacar y criticar lo feo de lo bello, puesto que lo feo no puede
defenderse por sí mismo. Ejemplo: ¿cómo justifica el terrorismo su nefanda
actividad? Lo hace recurriendo a agravios pasados, y si nos los hay los inventa,
criminalizando a sus víctimas para presentarlas socialmente como odiosas y
merecedoras de la muerte, mientras que reaccionan como áspides cuando la
víctima es alguno de ellos. En el fondo saben que el fin nunca justifica los
medios, por tanto tienen que justificarse presentándose como víctimas y a sus
víctimas como repugnantes verdugos. Pero
el terrorismo no puede defenderse como un bien, ni siquiera como un mal
necesario.
¿Es bueno o es malo que el hombre interprete
subjetivamente la realidad? Es bueno en la medida en que acepte que su
interpretación de la realidad no es universal, que la realidad puede
interpretarse de diferentes maneras y
que lo que realmente importa es defender una realidad en la que la inmensa
mayoría se sienta aceptablemente integrado y cómodo, no imponerla ni
manipularla para conseguir que la realidad que él interpreta se imponga a la
otra sin que sea mejor, solo porque no se encuentra cómodo en ella por las causas
que sean. Es aquí donde entra en escena la fraseología y los eslóganes para
confundir a los indecisos, a los débiles, a los que ignoran de qué va esto y alimentar
a los propios. Pura propaganda, intoxicación y manipulación de masas, pues así
como conocemos lo bello por la existencia de lo feo, no está tan claro que sea necesario el mal
para valorar el bien, es decir, que lo malo y lo bueno pueden confundirse para
quien no tiene clara la diferencia si alguien es lo suficientemente hábil para
presentar lo malo como bueno. Y viceversa. Al fin y al cabo lo malo y lo bueno también se
prestan a interpretaciones.
Por tanto, existe un riesgo cierto de que elijamos lo malo por creer que es bueno y
rechacemos lo bueno por creer que es malo si no tenemos claro que el mal se
enmascara para pasar por bueno. Por
tanto, no se puede confiar en quien solo señala el mal ajeno y se aprovecha de
él para aparecer ente todos como el único que puede acabar con sus abusos, pues
además de mentir como un bellaco, no le mueve el interés general, sino el suyo
particular y de quienes están con él. En
esta sociedad y en este mundo y a estas alturas del partido, que alguien
aparezca con monsergas salvadoras prometiendo
lo que no está en condiciones de dar, es obsceno.
No hay comentarios:
Publicar un comentario