jueves, 22 de enero de 2015

UNA REUNIÓN DE MIEDO



   


   Como cada año, por Navidad, el grupo de nueve amigos que fueran compañeros de universidad se reunían para comer  juntos y celebrar que seguían vivos, todos casados y con hijos, pero cuando se reunían diríase que transformaban su estado en otro.

  Los abrazos, las exclamaciones de alegría, las bromas, los chistes, el recuerdo de viejas anécdotas, como la protagonizada por Ángel, al que con una coña de carnaval le recordaban su manía de buscar a un cura para confesarse cada vez que se iba de putas, y este les preguntaba con la misma ironía si recordaban la noche que quedaron encerrados en la Almudena buscando una feligresa buenísima, para luego pasar a repasar la actualidad y lamentar el mal ejemplo que daba la clase política y proponer medidas drásticas para volver a los principios.

   Todos tenían carrera y una buena cuenta corriente a pesar de que no defraudaban a Hacienda.  Eran  abogados, empresarios, economistas, altos funcionarios…, y todos de izquierdas, todos menos uno, la oveja negra, que era de derechas, todos en activo y con unos emolumentos de consejeros. Como era preceptivo después de un año sin verse tenían que responder a la pregunta,  siempre la misma, de cómo les había ido no obstante estar al tanto salvando los detalles,   que era respondida por todos con los tópicos de siempre: “fatal, yo he tenido un año fatal, pero aquí estoy…”El mío no ha ido mal, podría haber ido mejor, pero…”, “no me puedo quejar, aunque…”, “pues este  ha sido un buen año para mí, excepto por…”,  etc.
   Pero ese año, llegada la sobremesa, iba a surgir una nueva pregunta, algo que nunca había ocurrido en sus reuniones anuales. El menos hablador, el que escuchaba más que charlaba, el que era de derechas sin que ello fuera obstáculo para saborear la cocina de izquierdas, propuso que cada uno respondiera a la siguiente pregunta: “¿Cuál es vuestro mayor miedo?”

   Su propuesta, por lo inesperada, generó un denso silencio, unos segundos durante los cuales sus rostros cambiaron de expresión. Luego todos rieron la ocurrencia, pero al final hubo ocho respuestas. El primero dijo: “Mi mayor miedo es perder mi trabajo, no sé hacer otra cosa”. El segundo: “El mío es perder a mi mujer, no sabría qué hacer sin ella”. El tercero: “Si algo me da miedo en esta vida es a perder a mi hija, no lo soportaría”. El tercero: “Para mí no hay mayor miedo que perder la memoria y no saber quién soy”. El cuarto: “Mi mayor miedo es aquedarme sin argumentos durante un juicio”. El quinto: “Mi miedo es que un día pueda arruinarme”. El sexto: “Perder el cariño de los míos, ese es mi mayor miedo”. El séptimo: “Si a algo le tengo miedo en este mundo es  a caer en un pozo, lo he tenido desde niño”. El octavo: "A perder los papeles y no saber justificarlo". 

   Cuando los siete expresaron sus miedos  quisieron saber cuál era el miedo del ponente, el cual los miró a todos y con gesto grave y melancólico, dijo: “Tengo miedo a que en el momento de morir me dé cuenta de que me he equivocado”.  Que los dejó a todos sin habla.

     Historia verídica que me contó mi padre y que yo la cuento tal cual, nunca me dijo el nombre de quien formuló la pregunta, solo me dijo cómo se llamaban los ocho: José Luís, Julio, Ángel, Baldomero, Tomás,  Juan Antonio, Rosendo, Emilio y mi padre,  Daniel.  

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