Como cada año, por Navidad, el grupo de nueve amigos que fueran compañeros de universidad se reunían para comer juntos y celebrar que seguían vivos, todos
casados y con hijos, pero cuando se reunían diríase que transformaban su estado
en otro.
Los abrazos, las exclamaciones
de alegría, las bromas, los chistes, el recuerdo de viejas anécdotas, como la
protagonizada por Ángel, al que con una coña de carnaval le recordaban su manía
de buscar a un cura para confesarse cada vez que se iba de putas, y este les
preguntaba con la misma ironía si recordaban la noche que quedaron encerrados en
la Almudena buscando una feligresa buenísima, para luego pasar a repasar la
actualidad y lamentar el mal ejemplo que daba la clase política y proponer
medidas drásticas para volver a los principios.
Todos tenían carrera y una buena cuenta
corriente a pesar de que no defraudaban a Hacienda. Eran abogados,
empresarios, economistas, altos funcionarios…, y todos de izquierdas, todos
menos uno, la oveja negra, que era de derechas, todos en activo y con unos
emolumentos de consejeros. Como era preceptivo después de un año sin verse tenían
que responder a la pregunta, siempre la
misma, de cómo les había ido no obstante estar al tanto salvando los
detalles, que era respondida por todos con los tópicos
de siempre: “fatal, yo he tenido un año fatal, pero aquí estoy…”El mío no ha
ido mal, podría haber ido mejor, pero…”, “no me puedo quejar, aunque…”, “pues este
ha sido un buen año para mí, excepto por…”,
etc.
Pero ese año, llegada la sobremesa, iba a
surgir una nueva pregunta, algo que nunca había ocurrido en sus reuniones
anuales. El menos hablador, el que escuchaba más que charlaba, el que era de derechas
sin que ello fuera obstáculo para saborear la cocina de izquierdas, propuso que
cada uno respondiera a la siguiente pregunta: “¿Cuál es vuestro mayor miedo?”
Su propuesta, por lo inesperada, generó un
denso silencio, unos segundos durante los cuales sus rostros cambiaron de
expresión. Luego todos rieron la ocurrencia, pero al final hubo ocho
respuestas. El primero dijo: “Mi mayor miedo es perder mi trabajo, no sé hacer
otra cosa”. El segundo: “El mío es perder a mi mujer, no sabría qué hacer sin
ella”. El tercero: “Si algo me da miedo en esta vida es a perder a mi hija, no
lo soportaría”. El tercero: “Para mí no hay mayor miedo que perder la memoria y
no saber quién soy”. El cuarto: “Mi mayor miedo es aquedarme sin argumentos
durante un juicio”. El quinto: “Mi miedo es que un día pueda arruinarme”. El
sexto: “Perder el cariño de los míos, ese es mi mayor miedo”. El séptimo: “Si a
algo le tengo miedo en este mundo es a
caer en un pozo, lo he tenido desde niño”. El octavo: "A perder los papeles y no saber justificarlo".
Cuando los siete expresaron sus miedos quisieron saber cuál era el miedo del
ponente, el cual los miró a todos y con gesto grave y melancólico, dijo: “Tengo
miedo a que en el momento de morir me dé cuenta de que me he equivocado”. Que los dejó a todos sin habla.
Historia verídica que me contó mi padre y
que yo la cuento tal cual, nunca me dijo el nombre de quien formuló la
pregunta, solo me dijo cómo se llamaban los ocho: José Luís, Julio, Ángel, Baldomero,
Tomás, Juan Antonio, Rosendo, Emilio y mi padre, Daniel.
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