Como ejercicio de higiene cívica me
apetece, hoy día de Reyes, y siquiera someramente, repasar
con sentido crítico lo que ha dado de sí el año que ha pasado –aunque debería
hablar en plural, pues la cosa viene de lejos- y lo que pueda depararnos el que recién acaba
de empezar. Sin pretensiones.
He de decir de entrada que el 2014 ha sido un mal año en general, aunque para mí fue mucho peor el 2013. Del 2014 no me gusta ni su enunciado, un año como para que cada vez que oigamos hablar de él nos echemos inmediatamente las
manos a los bolsillos, pues si quienes
más obligación tenían de sacarnos adelante y hacernos la vida pelín más
llevadera nos han hundido en la miseria,
¿qué cabe esperar de los subalternos? En el 2014 se ha cumplido la
contradicción más temida: que han sido los lobos los que han cuidado de los corderos, que los
padres de la patria, los llamados “padres de la patria”, se han comportado en realidad como padrastros.
Nadie con obligación de hacerlo
dio la voz de alarma, nadie avisó de que venía el lobo, lo cual no tiene otra
lectura que la de afirmar que todos eran lobos e hicieron la vista gorda, y si
la hicieron es que también sacaban tajada. O son unos cobardes, que también puede
ser y que es mucho peor. O todo a la vez. ¿Y
ahora qué nos queda aparte de avergonzarnos?
Pues el derecho al pataleo, decirles en la cara que lo han hecho fatal,
que eso no se hace, que no solo no se
han ganado el sueldo que cobran sino que no han hecho los deberes, que para estar
donde ellos están hace falta dar ejemplo, no irse de putas y luego disimular en
el Congreso priorizando disputas estériles sobre si tú más
que yo y viceversa en lugar de gobernar, convirtiendo nuestra democracia en la casa de Tócame Roque, lo que ha propiciado que el río bajara revuelto y pescaran
en él los oportunistas, los antisistema, los enemigos de la democracia, que es lo que ha hecho “la
casta nacionalista”, los que se definen a sí mismos como “los de casa”, que han
entrado a saco a sacar su tajada particular olvidándose de gobernar con tal de
debilitar a Estado, que es lo que a ellos
les conviene y añoran. Es decir, que en lugar de ponerles las cosas
difíciles, nuestra clase política, la que hemos votado para que defiendan los
intereses generales y no los propios, se las ha facilitado poniendo al Estado
en un brete. No es admisible, no, que
una parte del Estado que se financia con dinero de todos gobierne en contra del
mismo Estado que lo mantiene y le exija que le reconozca un “derecho a decidir”
al que no tienen derecho y no sepan callarle la boca o pararle los pies. Se
presentaban como los más íntegros de la manada, los más limpios, cuando les llegaba la mierda a la barbilla. No
me imagino la cara de bobos alucinados que debieron de poner cuando saltó el
escándalo de la familia Pujol con el “Honorable” como mascaron de proa –y eso
que el caso Palau, aún en fase de instrucción, no ha estallado todavía en toda
su intensidad, pues cuando lo haga va a manchar de mierda hasta al apuntador, y los Prenafeta y Alavedra aún no han dicho ni
mu-, ellos, los limpios de polvo y paja, los que se avergüenzan de mirar su DNI
y ver escrito en él la palabra “España”, un Estado opresor y corrupto, cuando de lo que deberían avergonzarse es de
haber convertido a la verdad en una intrusa y dar ejemplo.
Ante tanto dislate ¿a quién le extraña que surja de la nada el
movimiento “Podemos”, quien con un programa infumable han sabido capitalizar el descontento general y se ha puesto a la cabeza de la carrera? Es
la prueba más palpable de la profunda decepción de la ciudadanía, harta de que
sus votos solo valgan para enriquecer a la “casta”. Y es lógico. Como también
lo es que haya surgido “el pequeño Nicolás”, ese pícaro actualizado propio de la novela “El lazarillo”,
que a base de mucha cara y una estudiada verborrea ha sabido colarse en el banquete de rondón, una alegoría
perfecta de lo que ha venido pasado todos estos años, siendo tal vez el ejemplo
más claro el de Andalucía con los ERE,
que todo el mundo sabía lo que estaba pasando y nadie decía nada, pues todos
chupaban. No es de extrañar, por tanto,
que ahora traten de hacerle la vida
imposible a la juez Alaya en lugar de facilitarte su trabajo. ¿Qué queda de esos
famosos “cien años de honradez”? ¿Esta es la clase política que nos ha
gobernado y nos ha dicho que todo iba bien?
Con su derecho al pataleo la ciudadanía ha encontrado en Podemos, cuyos
dirigentes están más cerca de los terroristas que de sus víctimas, más cerca de
regímenes totalitarios que de sistemas democráticos, nunca olvidemos esto, la
fusta perfecta para castigar a “la casta”. Es lógico y saludable.
Un ejemplo, solo uno, de que esos a los que el partido de moda ha
bautizado como “la casta” han estado mirando al tendido todo el tiempo es lo
que ha dicho el Presidente del Tribunal Supremo cuando afirmaba que nuestra
legislación en materia procesal está preparada para combatir a los robagallinas, no a las enrevesadas
tramas de la corrupción de nuestros días. Deberían de avergonzarse que un
miembro de uno de los poderes del Estado diga eso.
Ante todo ello, el Estado se ha vuelto más líquido aún. Si antes era gel
de baño ahora es nitroglicerina, ya
nadie cree en nadie ni confía en nadie, lo atestigua lo que ha pasado con el feo asunto del ébola. Fijaos el escandalazo que se produjo por el
contagio accidental de Teresa Romero, la
enfermera del hospital Carlos III, cuyo
caso ha sido utilizado por todos para cargar contra el Gobierno de manera inmisericorde,
cosa que hubiera pasado igualmente gobernara quien gobernara, hasta el perro de la afectada
ha sido instrumentalizado para cargar contra el ejecutivo por haber sido
sacrificado como medida precautoria. Esto, en circunstancias normales, no hubiera dejado de ser un incidente que como
mucho habría obligado a dar alguna explicación al ministro/a del ramo, pero en
las actuales ya no se pasa una, y no es que no deba ser así, debe de serlo, es
que el mal de fondo que generan estas cosas, que se traducen en descontento
cuando no en cabreo, puede ser aprovechado, y de hecho lo es, por los que esperan su oportunidad agazapados
tras su mampara ideológica, pero sin una sola idea nueva, para hacer su agosto
particular, lo cual es preocupante, pues el Estado puede
llegar a ser ingobernable. Que quien siembra vientos recoge tempestades se
cumple aquí a la perfección.
Ya nada será igual, el daño causado ha sido inmenso, la poca inocencia
que nos quedaba ha sido arrasada por el vendaval de barbaridades cometidas, por
la cantidad de esperanzas traicionadas, por lo que nos costará recuperar la confianza perdida y por lo que sufriremos hasta conseguirlo. Pero no queda otra que seguir adelante, pues
quien no come después de harto no trabaja después de cansado. A buen entendedor…
De cualquier forma, y aunque no valga de nada, no estaría de más que le pidiéremos a los RRMM
que inocule en nuestros políticos el virus de la honradez y la sensatez necesarias para que lo que ha
sucedido no vuelva a suceder nunca más.
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