Decía Virginia Wolf que escribir es como correr por el
campo.
Parece extraña esta comparación, pero correr y
escribir tienen una extraña concordancia, correr por el campo aún más, pues en
plena naturaleza puedes imaginar que estás corriendo por una ciudad fantástica
o por un universo paralelo.
Tenemos el
caso de la novela “La soledad del corredor de fondo”, que corriendo encuentra
la forma de ridiculizar al poder, en este caso encarnado en el director de un
reformatorio, donde transcurre la historia con este prometedor comienzo: «Nada más llegar al reformatorio me
hicieron corredor de fondo de campo a través. Supongo que los tíos pensaron que
estaba hecho para ello porque era alto y delgado para mi edad (y todavía lo
soy) y, de todos modos, no me importó demasiado, para decir la verdad, porque
correr ha sido algo que en nuestra familia se ha hecho mucho, en especial
correr para escapar de la policía».
Pero donde se
pone de manifiesto lo lejos que el poder está de la realidad de sus gobernados
es en este pasaje en el que el protagonista reflexiona mientras corre sobre la
relación entre el director del reformatorio y él: « Soy un ser humano y tengo
pensamientos y secretos y una maldita vida interior que él ni siquiera sabe que
está ahí, y nunca lo sabrá porque es un estúpido. […] Él es un estúpido y yo no
lo soy; porque yo soy capaz de ver dentro del alma de la gente de su clase, y
él no ve una mierda en los de la mía».
De manera que
correr ayuda a pensar sobre nosotros mismos y la realidad que no rodea, las
palabras acuden a nuestra mente y toman cuerpo para luego, en la intimidad de
tu habitación, crear una historia.
La vida misma
es una carrera, y si convenimos en que vida y literatura se confunden, correr
es vivir y vivir es imaginar, y sin imaginación no hay literatura.
Ello nos
lleva al poder de la palabra, que se esconde en los abismos de la mente o tras
el recodo del camino por el que vas corriendo, esa palabra que tal vez nos
libre de la locura disputándose el poder y la gloria. Sí, correr, correr, aunque
sepamos que el final está en el mismo lugar del que partimos.
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