Hasta yo mismo me asusto de mis propias
conclusiones cuando, acuciado por mi propia inquietud, sitúo el objeto de mis
desvelos más allá de lo observable, que en contra de lo que pudiera pensarse no
es aquello que está fuera de nuestro campo de visión o más allá, sino aquello
que nos ocultan quienes teniendo la obligación de hacer las cosas bien, no las
saben hacer. No es que se equivoquen –pues una equivocación siempre puede
subsanarse- es que carecen de ideas propias. En
consecuencia mienten aun siendo conscientes de que la confianza no se gana con
engaños, no se gana mintiendo, sino esforzándose por acercarse a la verdad y
acertando.
Podría haberme detenido aquí, pero no soy
hombre que se pare en lo meramente anecdótico, en lo fácilmente observable,
porque la zozobra persiste y no da tregua, sigo ahondando en lo inasequible y
descubro con asombro que, lo que realmente pretenden ocultarnos no es su
desatino, al fin y al cabo todos podemos equivocarnos, cualquiera puede
confundir una negra con una corchea, lo que se esconde tras su honestidad
aparente, lo que a toda costa niegan es que no sólo la han pifiado sino que,
cegados por los intereses, no reparan en los principios. Los partidos son entes
que están siempre situados en el
horizonte de los sucesos inabordables, aunque en honor a la verdad, no hace
falta especificar cuál, un recto sentido de la equidad me dice que no se pueden
medir todos con el mismo rasero, pero todos coinciden en un punto: poco o casi
nada que sea honesto puede esperarse de ellos. Lógico si hemos convenido en que
no son los principios, sino los intereses, los suyos propios, los que los
mueven. Dicho de otra forma: van a los suyo.
Claro que, por otra parte, y esto es lo que
más desazón me produce, qué otra cosa sino los intereses mueven al mundo. Pero
pensaba yo, ¡ingenuo de mí!, que quienes nos gobiernan se regían por principios.
Si no hubiera sido tan ingenuo me hubiera adelantado a la corrupción, imagino
que como la mayoría. Y ahora nos lamentamos. Teníamos ante nuestros ojos la
verdad de lo que estaba ocurriendo y no nos enterábamos. Yo no soy nadie, pero
esos que protestan y salen a la calle cuando la verdad es evidente, ¿dónde
estaban cuando nos la ocultaban?
Ayer leí una entrevista de John Ralston
Saul (http://elpais.com/elpais/2013/02/04/eps/1359975187_178411.html) un escritor y ensayista canadiense con las ideas muy claras respecto a la
crisis que nos agobia. Dice cosas que están en la mente de todos, pero que él
dice con fundamento. Lo primero que dice es que “Llevamos 30 años de una abrumadora mediocridad intelectual”. Esta
es la verdadera crisis, que hay mucho economista pero no hay intelectuales de
la economía, no hay gente con autoridad. Dice que “No hay razón para salvar a los
bancos, no necesitamos tanto dinero. Lo razonable habría sido aprovechar la
oportunidad para limpiar el desorden. No hay más que tomar el ejemplo español
de Bankia. Una buena política habría sido, por ejemplo, que el Gobierno
anunciase que pagaría todas las hipotecas hasta una cantidad determinada,
pongamos 300.000 euros. Das el dinero a la gente que está en su casa y que
tiene una hipoteca, y de hecho salvas a los bancos: es el ciudadano el que da
el dinero a los bancos al cancelar su hipoteca. De pronto, la gente ya no tiene
deudas y puede gastar lo que gana. Así es como se crea una clase propietaria y
además se relanza la economía. Es tan simple”.
Pues eso, nuestros intelectuales nos hablan
de vericuetos financieros para relanzar la economía que no entiende nadie
porque ya sabemos que con austeridad y recortes no se sale de la crisis, cuando la solución es tan simple. A alguien le
interesa que esta crisis perdure. ¿O
cabe otra conclusión más optimista? En fin, no dejemos de pensar lo mejor
aunque esperemos lo peor.
No hay comentarios:
Publicar un comentario