Hace unos días el Papa Francisco (cada día me
gusta más este Papa), se desplazó, aceptando la invitación de su alcaldesa, a Lampedusa, pequeña isla italiana frente a
las costas de Túnez y Libia, donde la tragedia de la inmigración ha alcanzado unos
niveles de deshumanización insoportables. Se calcula que han muerto, en su
intento por llegar a esta pequeña isla italiana desde las costas africanas, más
de 8000 inmigrantes, sin que ello haya conmovido a nadie ni nadie haga nada por
evitarlo.
En su breve, pero contundente homilía, el
Papa Francisco ha dicho: "La ilusión por lo insignificante, por lo
provisional, nos lleva hacia la indiferencia hacia los otros, nos lleva a la
globalización de la indiferencia".
No deja de ser un sarcasmo que aquellos que
nos presentaron la globalización como un instrumento para el progreso del mundo
se desentiendan de su mentira, se laven
ahora las manos, cuando son los responsables de “la globalización de la indiferencia” que ha
denunciado el Papa. Las recetas del
hombre en el plano de la economía y de la política solo benefician a quienes
las ponen en práctica.
"¿Quién de nosotros –se preguntaba el
Papa en su homilía- ha llorado por la
muerte de estos hermanos y hermanas, de todos aquellos que viajaban sobre las
barcas, por las jóvenes madres que llevaban a sus hijos, por estos hombres que
buscaban cualquier cosa para mantener a sus familias? Somos una sociedad que ha
olvidado la experiencia del llanto".
“¡La experiencia del llanto!” ¡Hemos olvidado
tantas cosas en esta sociedad entregada al egoísmo y a la corrupción! Consciente de ello, de que poco cabe esperar de quienes gobiernan
este mundo y llevan a cabo políticas profundamente injustas, que se ha dirigido
a Dios, pues ¿qué cabe esperar de ellos?: "Te pedimos –le ha implorado- por
tanta indiferencia hacia los demás, por quien se ha acomodado, por quien se ha
encerrado en el propio bienestar. Te pedimos ayuda para llorar por nuestra
indiferencia, por la crueldad que hay en el mundo, en nosotros y en todos
aquellos que desde el anonimato toman decisiones socio-económicas que abren la
vía a dramas como estos".
¿Qué haría falta para que esta sociedad se
movilice contra esta injusticia que de forma tal cruel y a diario se reproduce
ante nuestros ojos sin que nos inmutemos, sin que ni siquiera derramemos una
lágrima? Ante esta realidad, la
alcaldesa de Lampedusa, Giusi Nicolini, envió el pasado mes de febrero una
carta la Unión Europea en la que se
preguntaba: "¿Cuán grande tiene que ser el cementerio de mi isla?"
Claro, a ella le preocupa el hecho de que su isla ya no tiene espacio para
enterrar a tanto muerto, pero lo mismo que preguntó eso podría haber preguntado
que si es que la UE quiere convertir a Lampedusa en un cementerio de
inmigrantes para que, al igual que el Papa, los europeos podamos ir allí a
llorar ante sus tumbas y preguntarnos si
podíamos haber hecho algo más para evitar tanta muerte.
Será que vemos y leemos tanto sobre las penurias ajenas que ya nada nos sorprende ni nos conmueve. Es posible que esas imágenes se hayan convertido en algo tan cotidiano como el cuadro que lucimos en nuestro salón frente al que pasamos tantas veces al día. Ya sabes que no soy de Papas, ni de Francisco ni de ninguno, pero cuando se tiene razón se tiene. Esta globalización de la indiferencia comienza a asustarme. Buena entrada, Juanma. Un beso grande.
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