Uno cree saber de qué va esto de la vida,
sin embargo no deja de sorprenderse de lo que sigue pasando a pesar de que
nadie quiere que pase, y de lo que no
pasa que todos quieren que pase. Que esto haya sido siempre así y siga siendo
es la muestra más palpable de que una cosa es predicar y otra dar trigo, que lo que nos gobierna no es la generosidad del
intelecto, sino la mezquindad de la pasión, que nace irónicamente del amor a la
par que del odio, y que tienen en común que ambas son destructivas. Y no, no me
refiero a la pasión que inspira el amor por una mujer, no, me refiero a ese
otro amor que inspira odio a todo aquello que sea contrario al objeto que se
ama. El caso más patente es el fundamentalismo islámico, que odia a muerte a
toda esa parte del mundo que no comulga con sus creencias y que ha prometido
exterminar, que lleva la muerte allá donde va y la invoca como arma de su
sinrazón por amor a su profeta.
Lo mismo cabe decir del fanatismo
etarroarbetzale, que por amor a una tierra y a una cultura han sembrado la
muerte en España durante más de cuarenta años, y aún siguen alentando ese odio que
los identifica como seres de un submundo que solo ellos transitan, y si no
siguen matando es porque no pueden.
Pero es que ese odio irracional ha cuajado ya a nivel deportivo, sobre todo en
fútbol y baloncesto, por la pasión que levanta el amor a unos colores, causa de
muchos muertos y frecuentes enfrentamientos. Antes las aficiones
confraternizaban y cuando sus respectivos equipos se enfrentaban a equipos foráneos, tanto los
aficionados de uno como de otro equipo manifestaban su deseo de que ganara el
equipo de aquí. Ya no es así, ahora prefieren que gane cualquier equipo de
cualquier nación a que gane el equipo rival de aquí. Y si hablamos de la
selección española ya sabemos cómo se las gasta cierta ideología nacionalista. Otra manifestación más de odio.
No hace ni dos semanas un importante
político del PSOE, que fuera presidente del Gobierno, dijo que apoyaba una gran
coalición PP-PSOE, “si el país lo necesita lo deben hacer”, dijo concretamente,
que cayó como un jarro de agua fría en el seno de su partido, tanto que
posteriormente se vio obligado a decir que se arrepentía de haberlo dicho. Es
decir, que si alguien dudaba de que lo que prima en España no es el interés
general, sino el partidista, tiene la
mejor prueba en esta reacción visceral, pues ese ex mandatario no dijo ninguna
barbaridad, sino algo propio de un hombre de Estado. Lo han hecho y lo siguen
haciendo otras naciones de nuestro entorno,
¿por qué aquí no? Nuestra última Guerra Civil la desencadenó el odio, odiosa
pasión que sumió a nuestro país en la miseria y se llevó por delante un millón
de muertos. Pues no hemos aprendido.
Que el odio sigue latente lo ha demostrado
el asesinato de la presidenta de la Diputación de León, que ha suscitado en las
redes sociales todo tipo de coletillas repugnantes contra ella y contra los
militantes de su partido. Lo último ha sido la nube de comentarios antisemitas
en Twiter porque el Maccabi de Tel Aviv le ha ganado la Final Four
al Real Madrid. Cualquier evento es bueno para abrir las espitas del odio. ¿Y
qué hacen los políticos al respecto?
Hace unos días preguntaba yo a mis amigos de
Facebook que si el problema que tenemos es de educación, ¿cómo es que la
izquierda se opone a la LOMCE? Y hacía esta pregunta por ver si se suscitaba un
enriquecedor debate al respecto. Pues no, una amiga respondió diciendo que la
LOMCE ha suprimido la asignatura de música en la educación primaria –ella es
profesora de música-, y un sobrino mío, militante del PC, respondió lo
siguiente: “No
creo que una ley de educación, de unos o de otros, solucione el problema, más
grave, de la falta de educación. Mira Cañete, por ejemplo. Tan educado y las
cosas que dice de las mujeres. España no es Suecia ni Finlandia... Ni falta que
hace, por otro lado”. Y debió quedarse tan tranquilo él. Me quedo con la
primera parte de su respuesta: “No creo
que una ley de educación, de unos o de otros, solucione el problema, más grave,
de la falta de educación”. Es decir,
que el problema grave, según él, es “la falta de educación”, sin embargo
reconoce que una ley de educación de uno o de otros no lo va arreglar.
Pues mira por donde estoy de acuerdo con él, pues una ley de educación
debe ser cosa de todos, de todos en general, no de un partido solo, única
forma, creo yo, de abordar seriamente el problema de la educación en España,
causa de nuestro retraso secular, de nuestros enfrentamientos, del
desconocimiento de nuestra propia historia, de los prejuicios.., en definitiva
del odio que nos profesamos unos a otros fundamentalmente por ignorancia. Esto lo saben los políticos, sin embargo no
ponen remedio, así, cuando llegan al poder unos cambian la ley de educación y
cuando llegan los otros hacen lo propio, un auténtico dislate.
Pues deberían dar un poco de ejemplo y no
dedicarse solo a enriquecerse y a vivir del cuento, pues les pagamos para que
gobiernen, no para que se sajen entre ellos y se pasen la legislatura diciendo lo impresentable que es fulanito y lo
indecente que es zutanito para justificarse, pues así, lo que hacen, es generar aún más odio, además del que
generan por su mal ejemplo como políticos, pues no solo no gobiernan bien,
sino que se corrompen, y en la mayoría
de las ocasiones con la mayor impunidad. Deberían mirárselo. Pero no lo van a
hacer, siguen vigente el sostenella y no
enmendalla.
¿A quién le interesa que sea así? Yo sería el primero en asistir a una
manifestación para exigir una ley de educación que superara ese odio y cuyo interés
se centrara, no en alimentar la ideología propia, sino las necesidades de los
educandos, en la misma línea que se sigue cuando es el interés del menor el que
debe primar por encima de las querencias egoístas de los padres.
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