La distancia aboca al olvido. El silencio es la tumba del recuerdo. Al final todo es olvido porque distancia y
silencio desafían a la memoria y agotan
la imaginación. Tengo que reivindicarme a mí mismo porque callar es otorgar. Yo no olvido aunque a veces quisiera olvidar y
no pueda.
Conozco el alma humana en sus pocas grandezas y en sus muchas miserias,
y sé, porque lo he vivido, que no hay más cera que la que arde. No me hago ilusiones respecto a lo que puedo
esperar de mis semejantes, me conformo con que me ignoren, lo cual no quiere
decir que no lo sienta.
He buscado en los demás su capacidad de ponerse en el lugar del otro, su
altruismo, tal y como yo concibo ambos conceptos; en su lugar he encontrado vampiros al acecho dispuestos a clavar sus
colmillos en la yugular de sus semejantes para aparentar la vida que no tienen,
a cobardes revestidos de dignidad que se
esconden cuando la verdad pasa por su calle, a traidores presumiendo de
integridad que hacen de sus mejores amigos el objeto de su villanía, mamones
incapaces que, tras su máscara de honestidad, hoy te adulan y mañana te
escupen, tontos útiles que van por la vida haciendo daño sin enterarse o
haciendo como que no se enteran para seguir mamoneando, a envidiosos narcisistas
dispuestos a vender a su propia madre con tal de no soportar el éxito de sus amigos.
He procurado ir por la vida con la sonrisa franca y el corazón abierto,
pero he tenido que hacer un gran esfuerzo para que la maledicencia y el desdén no
me la borren y la ingratitud y el menosprecio no me lo cierren. He intentado creer en el hombre, pero he
tenido que aprender a perdonarme a mí
mismo para no derrumbarme.
He sido tan elogiado como denostado, tan admirado como menospreciado,
tan reconocido como ignorado, tan recordado como olvidado. Cuando alguien me ha necesitado he
respondido. Siempre. Cuando he sido yo el necesitado he procurado evitar que mi
necesidad no se una a la necesidad de los demás.
Y me he equivocado tratando de caer bien, tratando a los demás como a mí
me gustaría ser tratado; muy tarde he comprendido
que sólo hay que esforzarse por ser uno mismo, ver en el egoísmo del mundo el
reflejo del tuyo propio y aprender que, ser egoísta, es necesario para ser
mejor siempre que no te lo impida el propio egoísmo.
Como amigo he antepuesto la lealtad a mis propios intereses, pero la lealtad es otro concepto etéreo que
sólo aprecian los empresarios respecto de sus asalariados o el administrado
respecto a su administrador. He
aprendido que los envidiosos buscan su felicidad en la infelicidad de los
demás, que no descansan, ni duermen, ni aman, ni sueñan, que no paran ni cesan
hasta ver cumplida su aspiración de arruinar la vida de su mejor amigo, de su
hermano si es preciso, para descansar. Amigos de la envidia, hacia la que muestran una férrea lealtad que
no conceden a nadie.
También he aprendido que no hay
mal que por bien no venga por muy
relativa que sea la sentencia. He
conocido al hombre por su disfraz, por lo que oculta más que por lo que muestra
–tal vez el mal sea el disfraz del bien o ambos sean las dos caras de la misma
cosa-, y he sabido de sus miserias cuando he reparado en las mías. He buscado la felicidad lejos de los
míos y he acabado por regresar,
aleccionado, al punto de partida.
He tenido mis cinco minutos de gloria como cualquier soñador, pero no me
lo han perdonado los que nunca le han escrito una carta a sus sueños, y al ilusionarme más de la cuenta he obtenido
como recompensa la amargura de la decepción.
Si de algo me arrepiento es de no haber amado más, de no haber hecho más
por mí y por lo míos porque con los demás estoy cumplido, unas veces porque no
he querido, otras porque no he podido, y otras, ¡ay!, porque no he sabido, y
guardo un poso de resentimiento contra aquellos que maniataron mi pensar para
que no descubriera su juego en lugar de enseñarme a jugar. Mas no pierdo la sonrisa, ni las ganas de
vivir, ni las ganas de ser; no me entrego al reproche, aunque a veces los
recuerdos me atormentan. Vengo de lejos tratando de superar lo insuperable,
dándole largas cambiadas a la vida para no rendirme, tomándome en serio sólo lo que hace ser mejor.
¿Lo demás? ¡Ah, lo demás! Lo demás, lo reconozco, está ahí, sea virtual,
real o lo que sea, tengo que contar con él. Vosotros para mí sois “lo” demás y
yo lo soy para vosotros, no podemos escapar a la dualidad. Ni siquiera sé a ciencia cierta por qué estoy
escribiendo esto si lo que yo quería era quejarme de olvido. Ayer fue mi mejor amigo y hoy eres tú, ¿quién
será mañana o esta noche misma si no lo ha sido ya?
Va ser verdad que no somos nadie, pero aspiramos a la inmortalidad.
JMA
No hay comentarios:
Publicar un comentario