No puede decirse que la puerta sea un
invento comparable al de la aguja, que permitió a nuestra especie sobrevivir
durante las glaciaciones y luego convertir la costura en arte, sin embargo, ha
contribuido a civilizar a la especie, pues permitió guardar bajo llave los
misterios de las distintas culturas y sus tesoros, poner a buen recaudo a los
delincuentes, guardar la intimidad de hombres y mujeres, guarecer del frío y evitar las corrientes, proteger
la propiedad privada…, pero lo que no
consiguió nunca la puerta fue cumplir un sueño, como la aguja lo hizo con la
moda. Aunque no faltó quien lo intentara.
Cuentan que se llamaba Sandalio Botín Descalzo, de origen incierto, soltero,
muy natural con ese nombre. De entre sus aficiones más sobresalientes se
cuenta su inclinación por coleccionar puertas. Las coleccionaba de todas clases, abatibles,
ascendentes, descendentes, basculantes,
corredizas, egipcias, giratorias, de guillotina, de maroma, plegadizas, batientes,
automáticas…, eso sin contar con las más habituales como las acorazadas,
blindadas, de interior, macizas, huecas, metálicas, de madera, chapadas… Era auténtica obsesión la que tenía Sandalio con las puertas, pero aquella que
buscaba con más pasión y ahínco no la encontraba por ningún lado, aquella que, al
traspasarla, llevara a otra dimensión,
como en el Ministerio del Tiempo, del
que era un fan incondicional. Era su sueño. Y como no diera con ella decidió fabricarla él.
Se dijo, tras mucho cavilar al respecto, que
la clave para conseguirlo estaba en el material, un material que
interactuara a nivel cuántico con la radiación del cuerpo humano y, como
resultado, obrara el milagro científico de abrir un pasillo a otra dimensión
que permitiera acceder al Paraíso, de cuya existencia no dudaba, solo que el
hombre no podía verlo por haber heredado de Adán la mentira, que esta fue la razón y no otra por la que fue expulsado del Paraíso.
Se gastó dineral, construyó la puerta en el más absoluto de los secretos y, una vez concluida, la instaló
en su huerto una noche de luna llena. Sudando como un leñador, jadeando como un caballo de carreras, con una ansiedad de película de terror la conectó a la red eléctrica, se puso ante ella, frente al umbral, se santiguó antes de dar el trascendental paso y, con el corazón a la carrera, la traspaso. Aquello dio un
fogonazo que iluminó la noche dejando el pueblo a oscuras y a los vecinos alarmados asomados a las ventanas. Y desapareció. Y con él la puerta. Y del huerto no quedó ni un triste pepino. Los
amigos, desconcertados, se maliciaron que algo grave había pasado y denunciaron su
desaparición a la Policía. Pero no les creyeron, les dijeron que no había nadie
en sus archivos locales ni tampoco en los centrales que se llamara Sandalio Botín Descalzo. Un auténtico misterio.
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