Hoy quiero dejaros un cuento para el fin de semana, que hace frío y podréis leerlo al calor de una estufa, un radiador o una chimenea. Puede que os guste o puede que no, pero mi deseo es que os guste. Aquí lo tenéis:
EL CAMINO Y LA VERDAD
El hijo llegó y le preguntó a su padre:
El padre dejó de hacer lo que estaba haciendo, miró a su vástago, catorce años de vida sobre sus aún frágiles hombros, y frunció el ceño. Conocía a su hijo, sabía que, pese a la escasa originalidad de la pregunta, pese a lo vulgar de su enunciado, no se iba a conformar con cualquier respuesta, no aceptaría un monosílabo o una evasiva, exigiría una respuesta adecuada a la importancia de su contenido, él era así porque él le había enseñado a ser así, a no conformarse con cualquier respuesta, pues las cosas, por livianas o superficiales que parezcan, tienen su propia esencia.
--Todo lo que se busca, si se busca con afán, se encuentra –respondió el progenitor.
El hijo no se conformó con la hábil respuesta de su padre.
--¿Aunque no exista? –matizó el muchacho.
--Es que si supiéramos que existe no tendría mayor mérito –especificó el progenitor su respuesta.
--Entiendo –concedió el hijo
--¿Entiendes? –preguntó poniendo en duda su afirmación- ¿Estás seguro?
--Sí –ratificó el chaval- entiendo que las cosas que merecen existir y las que merece la pena buscar son las que no existen.
--De matrícula, hijo –aprobó el papá complacido y orgulloso-, ahora aplícate el cuento.
--Pero papá –objetó el adolescente- ¿existe el camino para llegar a ella?
--No se sabe con certeza, unos dicen que sí, otros que no –aclaró sin aclarar nada-, pero por si esclarece algo tu pregunta te voy a contar un cuento, una leyenda que me contó a mí mi abuelo.
Y el probo papaíto del hijo preguntón comenzó a narrarle la siguiente historia:
--“Hace muchísimo tiempo había un rey que estaba empeñado en hacer feliz a sus súbditos, pues, inteligente él, se dijo que sí lograba que en su reino todos fueran felices él y toda su familia también lo serían, y su reinado perduraría en el tiempo por los siglos de los siglos. Para lograrlo publicó un bando real en el que ofrecía la mano de su bellísima hija la princesa a aquel que consiguiera encontrar el camino que llevara a la felicidad y, además, lo nombraría su primer ministro.
“Acudieron infinidad de príncipes, hombres de letras, sabios, filósofos, hombres de toda clase y condición, y cada uno de ellos le propuso un camino para conseguir la felicidad que tanto ansiaba para él y sus vasallos. El rey, después de escucharlos a todos, dictaminó que ninguno de los caminos propuestos conduciría a su reino a la felicidad, eran caminos que él ya había transitado. Alguno pretendió incluso establecer una Arcadia, mítico reino al que los poetas antiguos ensalzaron en sus églogas, pero el rey, que conocía la historia, no se dejó engatusar por esas leyendas de pastores y ninfas, producto de la fantasía de los hombres, que pierden su tiempo imaginando un mundo feliz en lugar de buscarlo. Él no quería que su pueblo fuera un pueblo de pastores, en él habría diversidad de profesiones y oficios, de razas y etnias, de creencias y opiniones.
“Pasaron los años y un buen día, cuando ya el rey desesperaba de encontrar ese camino a la felicidad, se personó en la corte un joven que dijo traer un mensaje para él. Sin mayores trabas lo llevaron ante su presencia escoltado por dos soldados. El joven no era gran cosa, no era feo, pero tampoco guapo, no era bajo, pero tampoco alto, no era ni rubio ni moreno y sus ojos no eran azules ni verdes, era un joven normal que vestía normal, y solo lo distinguía de otros su sonrisa, capaz por sí misma de transmitirse a los demás.
--Dígame, joven –solicitó el rey perentoriamente cuando estuvo frente a él sin dejar de sonreír- ¿sabe usted cuál es el camino que conduce a la felicidad?
--No –respondió con toda naturalidad.
--¿No? –se sorprendió el rey- Entonces ¿a qué ha venido usted aquí?
--Vengo a ayudarle a encontrar ese camino, pero no sé cuál es el camino –respondió el chico de forma tímida- ni siquiera sé si hay algo al final del camino.
--¿No le parece jovencillo que ignora usted demasiadas cosas para venir aquí presumiendo de que me va ayudar a encontrar un camino del que no sabe nada? –tronó el rey alterado con impecable lógica.
--Sí, majestad, tiene usted toda la razón –concedió el muchacho sin azorarse-, pero sé una cosa.
--¿Ah, sí? –se sorprendió el monarca- ¿Y puede saberse cuál es esa cosa?
--Que el camino a la felicidad no existe, si existiera ya lo habría encontrado alguien y lo habría ocultado como se oculta el más valioso de los tesoros –respondió el mozalbete dejando al rey con la boca abierta.
--¿Entonces? –inquirió tras reponerse demandado una aclaración.
--Pues que si convenimos en que no existe lo más inteligente es buscarlo –respondió el chaval con un aplomo que envaró al rey de nuevo.
--Joven –invoco con tono admonitorio- le advierto que si ha venido a burlarse…
--Majestad –interrumpió el mozo luciendo la mejor de sus sonrisas- nada más lejos de mi voluntad hacer algo de lo que me podría arrepentir.
--Pues si es como dice ya me dirá usted cómo se busca algo que no existe –exigió de forma un tanto acuciante el decepcionado soberano ante lo que estaba oyendo.
El joven, sin dejar de sonreír, miró fijamente al rey y al cabo habló.
--Si su majestad se enfrentara a un poderoso ejército enemigo y sus consejeros le dijeran que la batalla está perdida, que no hay forma de vencerlo, que lo mejor es rendirse para salvar vidas, ¿daría su majestad por bueno el consejo? ¿Se daría por vencido? ¿No lucharía usted pese a saber que no puede ganar? –propuso ahora el joven dejando al rey de nuevo sumido en sus pensamientos-, pues igual cabe hacer con la felicidad, sabemos que su existencia es dudosa, que no hay un camino para llegar a ella, pero hay que buscar ese camino aunque sepamos que no existe, pues si nos damos por vencidos de antemano no solo habremos perdido toda posibilidad de encontrarlo, sino que habremos perdido también el derecho a quejarnos por no ser felices.
El rey se sorprendió ante los inesperados razonamientos del joven, aun así quiso saber una cosa más.
--¿Y por qué he de hacerlo? –requirió muy serio ante la seguridad que estaba exhibiendo el mozalbete.
Esta vez el intrépido adolescente dejó de sonreír y respondió así:
--Porque cuando esté en su lecho de muerte no querrá arrepentirse de haber hecho lo que los demás esperaban que hiciera y no lo que su majestad quería hacer realmente –con una sencillez pasmosa en su exposición.
“Esta vez el rey hubo de admitir que su imberbe postulante había hablado y al hablar había dicho algo que nadie le había dicho, y desde su sabiduría juzgó que era verdad, una verdad capaz de hacer felices a sus súbditos. Y juzgándolo así le concedió la mano de su hija, la más bella del reino y sus contornos. Y dice la leyenda, y debe ser verdad, que fueron felices”.
Cuando el padre terminó el cuento, el hijo se lo quedó mirando esbozando una media sonrisa.
--Es decir –dijo al fin- que la felicidad consiste en tomar una decisión.
--Así es hijo –aprobó el padre- la decisión de buscar ese camino aunque todo nos diga que no hay camino.
--Entiendo –dijo el joven de nuevo.
Esta vez el padre no puso en duda que su hijo efectivamente entendía.
--Hijo –repuso el padre poniendo una mano en su hombro- tú sabrás ser feliz, tú sabrás encontrar la Arcadia, no la que cantaron los poetas de la antigüedad, sino la auténtica, la única posible, la tuya.
El hijo sonrió feliz y ya no hizo más preguntas.
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