domingo, 31 de diciembre de 2017

EL TEMA POR EXCELENCIA DE LA VIDA (O DEBIERA SER)




   A veces ocurre que uno quiere escribir algo y a tu cabeza solo acuden ideas confusas y difusas que se entrecruzan entre sí, como si las envolviera una niebla fría e impenetrable. Para aclararse un poco, y abrirse paso entre la espesura, piensa en los temas de todos los tiempos que han inspirado a los grandes y a los pequeños escritores,  y  te topas con los mismos de toda la vida: la vida, la muerte, el amor, el odio, el paso del tiempo, los viajes, la avaricia, la hipocresía, la envidia, la traición, la soberbia, la inocencia…

    Antes de llegar a tu destino le das un repaso al tema de tu propia vida. ¿Cuál es el tema de mi vida? ¿Qué tema ha desarrollado uno a lo largo de su vida que destaque sobre otros? ¿El amor? ¿El odio?¿El egoísmo? ¿La generosidad? ¿La soberbia?... ¿El pesimismo? ¿El optimismo? ¿Lo apolíneo? ¿Lo dionisiaco?...

   Y así, avanzando en la oscuridad en busca de la luz, te preguntas  ¿cuál es el tema que predomina en la vida?  Y aquí, para ver luz acude uno a las grandes obras de la literatura. Por ejemplo a  «La Celestina», una de las obras cumbre de la literatura española y universal, y a «El Quijote», que supera a la anterior en universalidad y riqueza. En la primera  nos topamos con la codicia, la lujuria, la astucia, la traición, el amor,  la muerte… Sin embargo es una historia de amor.

  Y si nos centramos en  «El Quijote»  vemos algo insólito: que el insigne caballero lucha contra todo esos vicios que se manifiestan en la obra de Alejandro Rojas. Y para hacerlo se engaña a sí mismo, sublime actitud plenamente justificada  pues de lo que se trata es de luchar contra la injusticia y ayudar a los  débiles y menesterosos, cosa que solo puede hacer un caballero que, como es preceptivo, necesita tener su dama, la sin par Dulcinea, que es  una simple campesina pero que él la tiene por princesa y bella entre las bellas. No duda en enfrentarse a los molinos, que para él  son gigantes,  aunque muerda el polvo en tan desigual batalla. Y para reafirmarse a sí mismo  la bacía de barbero es  para él el yelmo de Mambrino,  que torna invencible  a quien lo lleva… Puede decirse, pues, sin lugar a dudas que don Quijote es un idealista, lo demuestra en todos sus actos, sobre todo cuando, por amor a la libertad y a la justicia,  libera a los galeotes y estos, en agradecimiento, le dan una paliza que lo dejan malparado. En resumen ¿cuál es el tema de  El Quijote? La lucha del hombre por hacer realidad sus sueños. Y en esa lucha, o se cree más de lo que es o no lo conseguirá.

   Fijaos. Don Quijote se engañaba a sí mismo, pero denuncia las injusticias del mundo y lucha por acabar con ellas desde la integridad propia de un caballero.  Sin embargo, ¿no se engañaba también a si mismo  Calisto en su alocado deseo por conseguir los favores de su amada Melibea sin respetar principio alguno?  ¿Y qué consiguió con ello? Dejar un rastro de muerte que le alcanzó a él mismo. Sin embargo, Don Quijote dejó un rastro de vida por donde pasó. Y admiramos en él su maravillosa locura. No así a Calisto, que se dejó llevar de su egoísmo por satisfacer su pasión desencadenando con ello la tragedia.  Don Quijote llevó su pasión por ayudar a los demás y combatir la injustica a perjudicarse a sí mismo, luchó por un mundo mejor; Calisto solo luchó por satisfacer su lujuria arrastrando a la muerte a quien participó de su locura. En El Quijote vemos generosidad, en La Celestina, todo lo contrario. Aunque en ambas late la visión pesimista del mundo.

   Pero lo que se pone de manifiesto es que,  guiados por la generosidad o por el egoísmo, nos engañamos a nosotros mismos. Pero también se evidencia que, incluso en esto de engañarse a uno mismo,  no es igual hacerlo desde el  egoísmo  que guiado por la generosidad. El egoísmo es muerte; la generosidad es vida.

  Así que la cosa está clara. Si tuviéramos que destacar el tema predominante de la  Navidad  la palabra que nos viene a las mientes es la generosidad, ese concepto opuesto al egoísmo que acompaña al amor, capaz de vencer a la muerte. Aunque nos engañemos y luego descubramos que detrás está el egoísmo, pero detrás, no delante de la generosidad. Es lo que diferencia al personaje de Calisto de El Quijote.

   ¿Quién que sea generoso se atreve a decir que odia la Navidad? 
   Pues disfrutad de la Navidad, época de aguinaldos, de regalos, de DAR.

   Que el Nuevo Año os sea propicio.  

martes, 26 de diciembre de 2017

HISTORIAS DE NAVIDAD




  Resulta que hace unos meses un cuñado mío me trajo dos tubos fluorescentes de tecnología LED para la cocina, y me dijo que gastaban la mitad de los habituales y alumbraban el doble. ¡Genial! –le dije. Y ahí han estado durmiendo todo este tiempo hasta que hoy, mayormente acuciado por mi mujer, que se quejaba de que en la cocina había poca luz, he decidido cambiarlos.

   El primer problema con el que me he encontrado ha sido que los cebadores normales no valen, hay que ponerles unos especiales adaptados a las altas prestaciones de los luminosos referidos, con lo cual me he visto obligado a desenroscar la tulipa circular que va pegada al techo,  donde se alojan los cebadores y la reactancia. Todo esto después de quitar los fluorescentes que tenía que sustituir.  Desenrosco y me encuentro con que la reactancia está suelta en lugar de estar sujeta al techo, así que imaginaos la escena: yo subido en un taburete de madera haciendo equilibrio para no caerme, con una mano sujetando la tulipa donde está la reactancia y con la otra quitando los cebadores antiguos para cambiarlos por lo nuevos. Pero al fin lo conseguí, con alguna dificultad, pero lo conseguí.  Satisfecho vuelvo a colocar la tulipa en su sitio, enrosco la tuerca al tornillo que la sujeta, pongo los dos fluorescentes nuevos, le doy al interruptor de la luz y… que si quieres arroz Marcelina. ¿O es Catalina?

    Vuelvo a subirme al taburete, quito los fluorescentes, desenrosco, agarro la tulipa miro en su interior y, lo que me temía,  uno de los cables de la reactancia se había soltado. ¡Voto a bríos! Vuelvo a enroscar y sujetar al techo la tulipa, me bajo del taburete y busco un destornillador adecuado y un cúter para pelar el extremo del cable suelto. Vuelvo, me subo al taburete, desenrosco, sujeto la tulipa, agarro el cable con la misma mano que sujeto la maldita tulipa, cojo el cúter con la otra y trato de pelar el extremo del cable suelto; no solo no lo consigo sino que el otro cable, el que va a la toma de corriente, también se suelta y me quedo con él en la mano. Acordándome por primera vez de mi cuñado me meto el cable en el bolsillo, acoplo de nuevo la dichosa tulipa al techo, me bajo del taburete y pelo el cable por ambos extremos. Me vuelvo a subir al jodido taburete, desenrosco la dichosa tulipa, la sujeto con la mano izquierda, conecto el cable a la toma eléctrica con la derecha,  cojo el destornillador, aprieto el tornillo donde va alojado el cable, conecto el otro extremo a la reactancia ya sudando la gota gorda, lo consigo, encajo la tulipa al techo, cojo la tuerca para enroscarla al tornillo que la sujeta y...,  se produce la segunda catástrofe: la tuerca se me cae al suelo. Esta es la segunda vez que me acuerdo de mi cuñado. ¿Y ahora qué hago yo? –me digo. Llamo a mi mujer que está en la otra parte de la casa oyendo música y no me oye, ¡y eso que la llamé varias veces y a grito pelado! Así que no tengo más remedio que dejar pender la reactancia del cable que la sujeta a la toma de la corriente y bajarme al suelo a buscar la tuerca. No hago más que bajarme del taburete cuando escucho un golpetazo  a mis espaldas: ¿Que qué había pasado? Que el cable no había podido soportar el peso de la reactancia, se había soltado y había caído a plomo, menos mal que no me cayó en la cabeza, si no me avía.

   Recojo la maldita tuerca, recojo la reactancia asesina  y me acuerdo de mi cuñado por tercera vez.   Me subo otra vez al taburete, meto la reactancia en la tulipa y tras mucho esfuerzo consigo conectar el cable en su sitio de nuevo, pero no me salió gratis, pues el otro polo, el negativo, de tanto trasteo, se salió de la toma de corriente. Y vuelta a empezar. Desconecto el cable recién puesto, me bajo del taburete con la tulipa, la dejo sobre el mueble, me subo otra vez al taburete, pelo el extremo del cable, me bajo otra vez al suelo, cojo de nuevo la tulipa, me subo a la madre que parió al taburete, y sudando y acordándome de mi cuñado por cuarta vez consigo conectar ambos cables a la toma de corriente y a la reactancia. Resoplando como un remero coloco la tulipa de nuevo, enrosco la tuerca con un temor del infierno a que se me cayera otra vez, pongo los dichosos fluorescentes, me bajo del taburete, le doy al interruptor y que si quieres arroz  Filomena pa’comer (ya me da igual cómo se llame). Y me acuerdo por quinta vez de mi cuñado. Vuelvo a subirme al puñetero taburete, quito los fluorescentes, desenrosco la puñetera tuerca, cojo la tulipa, miro su interior y veo que todo está bien, todo está bien menos la reactancia, pues compruebo,  a punto de declararle la guerra al mundo, que está afectada en su parte plástica por el golpe. Y aquí me tenéis de nuevo desconectando la maldita reactancia mientras me acordaba ¿cuántas veces van ya?, de mi cuñado.

  Y no me queda otra que coger la reactancia, abrigarme y salir a la calle a buscar una ferretería para comprar una reactancia nueva. La compro por fin después de hacer cola diez minutos detrás de una mujer rumana que había comprado luces para una discoteca, vuelvo a casa y como mi mujer no puede ayudarme, escarmentado y temiendo que se pueda repetir la escena, llamo a un vecino para que me ayude. Y ya con él la cosa es diferente. ¿Por qué no lo hice antes? Pues ya sabéis, uno cree que lo puede  hacer solo, para qué voy a molestar a nadie... Entre los dos conectamos la reactancia muy bien, pues mientras él sujetaba yo conectaba, él subido en el  taburete de marras y yo  a una escalera para trabajar mejor, y así, mientras el sostiene la tulipa, yo conecto los cables, enrosco la tuerca al tornillo de la tulipa, coloco los fluorescentes, bajo al suelo, doy al interruptor de la luz y ¡oh sorpresa! ¡Se encienden!

   Se encienden, sí, pero mientras yo esperaba una luz como la misma luz del día aquello no pasaba de luciérnaga enamorada, un candil alumbraría más que los dos fluorescentes de mi cuñado, que se tenía que haber metido su idea debajo el ombligo,  así que no tuve más remedio que acordarme de nuevo de mi cuñado, subirme otra vez a la escalera, quitar los fluorescentes, aflojar la tuerca, coger la tulipa, retirar los cebadores especiales, poner los anteriores, volver a colocar la tulipa en su sitio, colocar los fluorescentes de toda la vida, bajarme de la escalera, dar al interruptor, comprobar con alivio que iluminaban como antes y dejarlo todo exactamente igual que cuando empezó la odisea después de dos horas de trabajo agotador.

   Cojo el teléfono, llamo a mi cuñado, y cuando descuelga le digo: «¡No se te ocurra traerme nunca más en tu vida un fluorescente, ¿te enteras?! Te los comes tú» Y colgué. Le di las gracias a mi vecino y le comento  «dos horas de trabajo para nada».  «No hombre, para nada no, me has dado la oportunidad de que te ayude». 

  Y al poco me llama mi cuñado y me dice: «Oye, que se me olvidó decirte que los fluorescentes leds no necesitan reactancia»


   ¡No me lo puedo creer! 

miércoles, 13 de diciembre de 2017

SOLEDAD

    


     


 ¿Convenís conmigo en que cuando una sociedad está  enferma sus síntomas  nos afectan a todos?  

  Pues hoy quiero llamar vuestra  atención sobre un padecimiento social del que deberíamos preocuparnos y ponerle remedio ya que  afecta a lo más sensible de la naturaleza humana: los sentimientos, esos que están presentes en casi todas nuestras decisiones y que son determinantes para nuestro equilibrio interno.

    Y no, no me refiero a quienes se empecinan en que todos vivamos de acuerdo con sus ideas, incluso  de sus  gustos y preferencias, esos que se empeñan en llevar a cabo toda una política de desinformación y adoctrinamiento para imponer su voluntad y mostrar lo propio como  la quinta esencia del bien y lo ajeno como el paradigma del mal, y  en su desvarío llegan a ser  tan cínicos que llaman fascistas a quienes no siguen sus dictados y pasan por alto que quienes obran con métodos fascistas son ellos. Toda  una escuela de perversión social que tiene consecuencias nefastas para la convivencia y la salud social, son como bombas de racimo, todo fundamentado  sobre falacias, pues haber nacido en un lugar determinado del mundo no puede utilizarse como argumento para nada, mucho menos para considerarse superior y por ello sentirse con derecho a imponer a otros sus fantasías políticas.

   No hace falta ser muy avispado para verles el plumero a los tales, sus mensajes no van dirigidos a la inteligencia, sino que  están concebidos para taponar o desdibujar esa vía,  pues saben que sus tesis no resisten el más somero de los análisis, concebidas para exacerbar  las emociones.  Y sí, es un problema de salud social, un problema que existe en la sociedad desde siempre y que el hombre no ha sabido resolver sino recurriendo a la guerra o a la violencia.  No creo que haga falta poner ejemplos, no hay más que darle un vistazo a la historia.

     El problema del que quiero hablaros  es un problema más cercano y personal, más humano, más vital, pues nos afecta de una manera mucho más directa.

   Enfrascados como estamos en “lo nuestro” no reparamos en el drama personal y familiar, a veces trágico,  que supone la separación matrimonial, por el trauma que supone para ambos cónyuges,  sus hijos y demás familia, y por las consecuencias que conlleva, que son muchas, pues cuando un matrimonio se rompe con él se rompen muchas cosas que ya nunca se podrán recomponer. No solo eso, sino que el fracaso matrimonial, que ya no es mera anécdota sino un verdadero problema social, va calando en la consciencia de nuestra juventud  que trata de buscar nuevas vías y formas de emparejarse que mitiguen  el trauma de la separación o le resten dramatismo, al tiempo que retrasan hasta edades casi imposibles traer hijos al mundo. Detrás de lo cual está el miedo a equivocarse y a fracasar.

    Sí, el miedo a comprometerse, ilusionarse  y a hacer proyectos de futuro para que, en un momento dado, todo se venga abajo por una infidelidad o por incompatibilidad de caracteres. Y lo malo es que, hasta que llegan a la conclusión  de que la mejor solución para ellos es separarse,  le han hecho vivir a sus hijos el infierno de las discusiones diarias y luego el trauma de la separación, que los marcará para siempre.  Separación que si es amistosa puede que el trauma no pase de ahí, pero si no lo es las consecuencias pueden ser devastadoras.

   Bueno, pues,  un problema de tamaña trascendencia social no se aborda como cabe esperar en una sociedad que aspira a mayores cotas de bienestar y justicia social y nivel de vida. Se  gastan millonadas en cosas innecesarias porque al político de turno le interesa que sea así para su mayor gloria personal, pero de los problemas reales de la sociedad, aquellos que inciden en la salud mental y emocional del ciudadano se olvidan o se marginan.

   ¿Alguien puede explicarme por qué no se estudia en los institutos este problema y se enseña a los jóvenes cómo superar una crisis de pareja y a superar el miedo al compromiso?  Si se sabe que la separación matrimonial y de pareja constituye un drama cuando no una tragedia, ¿por qué no se arbitran medios para reducir en todo lo posible sus nefastas consecuencias sociales, el drama personal y familiar que supone?

   Hay cosas que uno no entiende y estas es una de ellas. El daño inmenso que causa en el cuerpo social  las crisis de pareja y pareciera que la sociedad se resigna a que ese mal se enquiste y se convierta en endémico. ¿Por qué?

  A ver dónde están esos políticos a los que se les llena la boca de promesas de servir a los ciudadanos y resolverle sus problemas. Aquí tienen uno que nos los defraudará y que la ciudadanía sabría valorar en su justa medida, sobre todo  esa parte cada vez más numerosa de la población que sobrevive en soledad presos de la melancolía y mueren solos sin que nadie los eche de menos.
  


  

martes, 5 de diciembre de 2017

LIMPIAR







   Esta sociedad no acaba de darle a la educación la importancia que tiene en relación con la trascendencia de su buena aplicación. A mí se me ponen los pelos de punta de solo pensar en lo que nos estamos jugando de cara al futuro, futuro que está en manos de los jóvenes de hoy, de cuya educación va a depender lo que seamos o no seamos mañana, de lo que la humanidad sea o deje de ser, que si no es mejor que la actual hemos fracasado en toda regla, algo que no nos podemos permitir. Hasta que no cale en nosotros la idea de que de lo que hoy les enseñemos a nuestros hijos va a depender lo que seamos mañana la educación no será lo que debiera ser.  

   La educación es una de esas experiencias vitales que debiera estar presente en todas las facetas de la vida, que no solo debe estar dirigida a la obtención de conocimientos materiales, sino sobre todo al enriquecimiento en valores que nos permitan convivir desde la libertad y el respeto a los demás. De ahí la perversidad del adoctrinamiento, pues no tiene en cuenta el concepto fundamental de convivir y respetar. 

   Hay un concepto que conocemos todos que es el de «limpiar», que evidentemente se opone al de «ensuciar». Bueno, pues si les enseñáramos a nuestros niños que limpiar es una de esas tareas fundamentales de la vida de la que no podemos sustraernos, so pena que la mierda nos invada y nos esclavice, habremos dado el primer paso en el buen camino para una humanidad mejor.

  Sí, limpiar es básico para poder vivir, pero entendámonos, carecería de valor que limpiáramos  nuestra casa por fuera si no la limpiamos también por dentro, si al mismo tiempo que limpiamos nuestro cuerpo no limpiamos también nuestra mente, nuestra alma,  y la liberamos de adherencias indeseables.

  Una de las cosas que a mí particularmente más daño me hizo fue que me ocultaran aspectos básicos de la vida en mi niñez y en mi adolescencia, esos  que uno debe conocer para poder situarse y tomar partido y tener criterio para no ir por la vida dando bandazos. Porque crecer creyendo que hay buenos y malos, que los buenos son los tuyos, los de tu casa, tu calle, tu barrio, tu pueblo, tu ciudad, tu región, tu nación…, y que los demás son los malos es ensuciar el alma,  y una vez que se ensucia limpiarla cuesta, ya lo creo que cuesta. Porque al cabo, cuando creces, no solo en edad,  accedes a la verdad de las cosas y pierdes la inocencia, y aquellos que te dijeron que eran malos resulta que no lo eran, solo eran diferentes, y los que eran buenos, pues resulta que no eran tan buenos, no eran ni mejor ni peor que los demás, pero el trauma que te han creado quienes te educaron se queda, y si no quieres dejar de crecer  estás obligado a superarlo, es decir, a limpiarlo, pues al fin y al cabo crecer es eso, superar traumas, limpiar tu mente de escoria, pues los traumas generan odio, rencores, resentimientos, envidias, prejuicios… Y si no crecemos no solo comprometemos nuestro futuro, comprometemos el de la humanidad. 

   Entonces, si estamos de acuerdo en que la tarea del ser humano es limpiar ¿por qué se permite que haya quien educa ensuciando? ¿Por qué no se ponen de acuerdo todas las fuerzas y la comunidad educativa para arbitrar un sistema educativo que tenga como objetivo una educación libre de intoxicaciones ideológicas con la vista puesta en la consecución de una humanidad más justa, libre y limpia y creativa? ¿Y por qué no se ponen a disposición de esa idea todos los recursos necesarios para conseguirlo?


  Desde luego si otra humanidad es posible tiene que partir de esta premisa. 

domingo, 3 de diciembre de 2017

EL ZOMBI DEL POLÍGONO


   

    Yo no creo que haya zombis propiamente dichos, aunque como dicen los gallegos respecto a las meigas, haberlos ahilos. La sociedad esta llena de zombis, por desgracia. 

  Pero el caso es que voy a tener que creer que los hay, aunque el de mi caso no llega al nivel que llegaron aquellos zombis de la película "La noche de los muertos vivientes", que eso es lo que son los zombis, muertos vivientes que, por serlo, matan a los vivos para que todos sean iguales, al fin y al cabo lo que persiguen las ideologías que  sueñan con imponer el pensamiento único, propio de los regímenes totalitarios: que nadie disienta, que el pensamiento muera y solo prevalezca el de quien manda. Y si alguien diverge se le persigue y se le convierte en zombi. 

   Pues yo ta he tenido dos encuentros con una especie de zombi. El primero fue hace un año, y este año, hace unos días, el segundo. Lo cual es para para mosquearse, vamos que del castaño oscuro se ha pasado al negro. Si me pasa una tercera voy al programa de Iker Jiménez. 

    Iba yo tan tranquilo dando mi caminata matinal por uno de los polígonos industriales que hay por donde vivo, y he aquí  que veo venir hacia a mí a un individuo que ya en la distancia me pareció un zombi, por la forma de andar. "Un borracho" -pienso para mí. Pero a medida que se acercaba a mí ya no me parecía un zombi, ¡es que lo era! Los pelos de punta se me han puesto. 

   Al pasar a mi lado el tipo ni me miró, como si yo no existiera, tenía el color del azufre en su cara, feo, feo. Aún así, más asustado que alarmado le llamé la atención:«Perdone, ¿le ocurre algo? ¿Necesita usted ayuda?», le pregunté sin tenerlas todas conmigo. Entonces el tipo se para, se vuelve hacia mí y me dice: «No, gracias ¿no ve que estoy muerto? Y usted también lo está ¿es que no se ha dado cuenta?». Y siguió su camino. 

    Estoy por ir al médico.