domingo, 31 de julio de 2016

YO MISMAMENTE (IV)





   Y para qué hablaros de vuestra Segunda Gran Guerra,  no tuvisteis suficiente con la primera que también provocasteis la segunda,   que en esto no hay quien os gane en toda la galaxia,  si en la Primera fueron treinta millones de muertos en la Segunda  llegasteis a los cien, cifra estimativa,  una guerra que podríais haber evitado  si en lugar del ánimo de revancha os hubiera guiado la generosidad con el vencido, pero ya que no lo hicisteis al menos podíais haber impedido que se os subiera a las barbas, pues le consentisteis tanto que cuando reparasteis en vuestro error  ya era imposible evitar el conflicto,  otra prueba más  de vuestra estupidez que os condujo a una división en bloques ideológicos irreconciliables que provocó otra guerra, la que llamasteis “guerra fría”, que no hizo sino prolongar la anterior  y que estuvo a punto de desencadenar una guerra nuclear, pues emprendisteis una insensata carrera armamentística en la que empleasteis una ingente cantidad de recursos materiales y humanos que podíais haber empleado en combatir el hambre y la injusticia en el mundo, pero sois como sois, el miedo os domina y le ponéis precio a vuestra seguridad, un precio muy alto que pagaréis caro, pues os estáis entrampando con el futuro y este os pasará factura cuando menos lo esperéis. La tensión permanente a la que os ha conducido  vuestra desmedida ambición y afán de dominio con el telón de fondo  de las ideologías os conduce al insomnio y a la zozobra permanente, mala cosa, pues el insomnio afecta al cerebro y os impedirá razonar adecuadamente. Un panorama escalofriante.

    Y es que lo vuestro es de tumbona de psicoanalista, la única cosa que tenéis capaz por sí sola de salvaros a todos de la autodestrucción, me estoy refiriendo al  amor, apenas si lo utilizáis para compadeceros del débil, del desgraciado, del niño abandonado, del animal maltratado…,  sin embargo el odio, que es algo ajeno a vosotros, que no está en vuestra naturaleza en el sentido de que no podáis prescindir de él, lo empleáis de manera sistemática como arma incluso contra vuestros propios hermanos, contra vuestros padres, contra vuestros propios hijos a nivel personal, o bien como arma política  para manteneros en el poder o para alcanzarlo,  para azuzar a otros contra vuestros rivales, o lo dirigís hacia un grupo o clase determinados por pura envidia, o sencillamente porque no os caen bien, o por venganza… Tenéis miles de ejemplos en vuestra dilatada historia que os ha llevado a guerras y a toda clase de conflictos sangrientos a causa del odio,  el más devastador es el generado entre árabes y judíos  y entre cristianos y musulmanes, pero se extiende a todos los ámbitos, odio entre pueblos, entre familias, entre razas, entre etnias, entre ideologías, entre clases sociales…,  El odio lo empleáis como arma de dominación a pesar de que os puede aplastar a todos, pero como os permite avanzar, lo empleáis para vuestras conquistas, está detrás de todos vuestros actos de una manera más o menos evidente, de manera que se puede decir que es el verdadero motor de la historia. Así que vuestro admirado Marx se equivocó, el motor de la historia no es la lucha de clases, es el odio. Está en la historia, está en la Biblia, está en  los griegos, que se odiaban entre sí,  está en los romanos, que odiaban a los etruscos porque eran más cultos y refinados que ellos, está en los nacionalismos, que necesitan generar odio contra sus contrarios para lograr sus fines,  como lo necesitan los radicalismos de cualquier signo para desacreditar y combatir a sus enemigos, y está en el yihadismo, que odia a occidente y a todo lo que representa. Es decir, que sin odio vuestro mundo sería una balsa de aceite, pero no podéis prescindir de él a pesar de que os aniquila.  Os debe asustar la paz.

    Todos tenéis el mismo origen, todos nacéis nacéis iguales, sin embargo la diferencia entre vosotros la marca la cuna o el dinero, o ambas  cosas, antes eran los estamentos, ahora son las clases. Pero todo es pura apariencia, pues en cuanto a comportamiento las clases humildes dan más ejemplo de honestidad que las poderosas, no porque sean de una pasta diferente, sino porque no pueden hacer otra cosa, no pueden defraudar a hacienda, por ejemplo,  que es lo que hacen los que pueden. Esta realidad es catastrófica, pues “los de arriba”,  que en consonancia con su posición debieran observar una conducta ejemplar para ser el paradigma de “los de abajo”, se corrompen vilmente dando un pésimo ejemplo a la sociedad en general. Esta contradicción hace mucho daño, pues  los ciudadanos pierden referentes y su moral se resiente, como se resienten los vínculos entre unos y otros, como se resienten los valores y la fe en la justicia, lo que aboca a una sociedad sin fe en sí misma esclava del  relativismo. Así que si en algún momento de la historia constituyeron un modelo a seguir, ya no lo son, en realidad nunca lo fueron, por tanto ya no son referentes de nada ni de nadie. Una auténtica desgracia, pues los ciudadanos de a pie, los que eligen a vuestros dirigentes para que os gobiernen, no tienen en quien mirarse, ni mirando hacia arriba ni mirando hacia abajo, de manera que cada vez es más grande la brecha  que existe entre vuestra clase gobernante  y los gobernados, entre las clases pudientes y las trabajadoras.   

   Tanto hablar  de lucha de clases,  a la que una parte de vuestro planeta le dio categoría de motor de la Historia, para daros cuenta al final de que es otra inmensa mentira por la que han muerto millones de seres humanos, otra prueba más de hasta qué punto ideología y razón no casan,  pues desde ella se han cometido las mayores barbaridades y si ha acabado con algo ha sido con los sueños de quienes creyeron en ella convirtiéndolos en pesadilla. No parece sino que no queréis reconocer que sois contradictorios, que no os mueve una sola cosa, que os dejáis llevar por las emociones más que por la razón, y que hay cosas como la libertad y la justicia y la igualdad por las que siempre lucharéis a pesar de que son solo conceptos, pero como meta a conseguir son inalcanzables, de lo cual se aprovechan quienes aspiran a alcanzar el poder para imponer su credo, pero en realidad su objetivo es dominar,   controlar la economía para favorecer a los suyos, objetivo que está detrás de todas vuestras luchas.  Pero siendo esto cierto, también lo es que,  solventada la cuestión económica, os mueven  cosas más espirituales,  como el afán de conocimiento y el arte por ejemplo,  sin los cuales el hombre aún estaría  en las cavernas. También os conmueven  cosas como la religión, que nada tienen que ver con la lucha de clases, sino con la de las creencias, sin embargo   son también motores de cambio, pues ayudan al hombre a ser feliz, y si algo busca el hombre en esta vida es ser feliz, pero la lucha de clases no conduce a la felicidad, sino a la dialéctica permanente que si conduce a algo es a la frustración. Cientos de millones de muertos en aras de una utopía y sufrimientos sin fin para alumbrar una sociedad sin clases y la realidad ha demostrado que el presupuesto era falso porque considera al hombre simple materia. Y no pasa nada, sus partidarios, pese a la terrible experiencia, siguen creyendo que es posible construir una sociedad sin clases sobre los mismos supuestos, siguen creyendo que el motor de la historia es la lucha de clases, y dan por bueno tanta muerte, tanto sufrimiento, al fin y al cabo, dicen,  la Iglesia, que predica el amor, también tiene muchos muertos a sus espaldas y sigue ahí, defendiendo una creencia falsa.  Os falta imaginación, cuando alguien os recuerda los muertos que tenéis en el armario de la historia y sobre vuestras conciencias respondéis “y tú más”. Sois como niños.




domingo, 24 de julio de 2016

YO MISMAMENTE (III)

   




   Comprenderéis mi estupor cuando tuve plena consciencia de lo que supone actuar así, postergando lo cercano, lo que de verdad importa, la familia y los amigos,  por una causa incierta, que revela una falta de amor tremenda, pues habiendo amor nadie se abandona a sí mismo ni a los suyos. Y vosotros lo hacéis, sois volubles, inconstantes e infantiles, menospreciáis lo que tenéis por humo, y es que habéis asumido de tal modo la mentira como algo inevitable que no sólo la habéis convertido en un arma imprescindible en vuestras vidas, sino que la empleáis para justificar lo injustificable y desacreditar a la verdad, aun a sabiendas del daño que con ello os causáis,  pues el daño que se causa antes o después se acaba pagando, lo sabéis, sin embargo lo causáis, así de estúpidos sois. Es como si dijerais «después de nosotros, el Diluvio». Una insensatez que os pasará factura, a nivel personal y colectivo.

   Vuestra historia es patética. Para defender a los más débiles de los abusos de los más fuertes y paliar en parte la injusticia que ello supone  establecisteis la democracia, el imperio de la ley, pues os disteis cuenta de que entregar el poder a un solo hombre no compensa el sacrificio de renunciar a vuestros derechos a cambio de seguridad, pues el poder corrompe y el poder absoluto corrompe absolutamente, algo que siempre se cumple porque la mentira os hace débiles y sucumbís a la tentación de ser lo que soñáis ser sin daros cuenta de que conseguís justo lo contrario, pues si acaso conseguís ser lo que alguna vez soñasteis lo hacéis  a costa de otros, a costa de llenar de cadáveres vuestro curriculum.

   Llegados a este punto comprendisteis que el poder necesita ser controlado, pues propendéis al abuso al que os conduce vuestro egoísmo y vuestra desmedida ambición, por tanto,  el poderoso siempre tiende a identificar su propio bien con el bien general, de manera que sobre tal premisa abusa de su poder,  hecho que por sí mismo es contrario a cualquier pacto, pues en un régimen de poder absoluto nadie puede estar seguro, pues a la falta de libertad y de seguridad se unen la ausencia de derechos, ni siquiera a reclamar comida. Y así no se puede vivir. Pues así habéis vivido siglos bajo la falsa creencia de que vuestro poder era de origen ¡divino!,  lo cual justificaba todos vuestros abusos, pues si el poder lo otorga Dios las leyes que provienen del poder han de ser necesariamente justas, una mentira monstruosa que habéis creído a pies juntillas  que ha costado millones de vidas y condenado a millones de seres a una vida miserable. Y no caíais en la cuenta de que no se puede vivir sin seguridad y sin libertad y sin derechos, que vuestra manera de ejercer el poder era profundamente injusta, contraria por tanto a la misma esencia del Ser del que creíais recibirlo, y no lo visteis a pesar de que hay que estar ciegos para no verlo. Y lo estabais, tan ciegos estabais que no previsteis que antes o después, lo que no quisisteis dar de buen grado os lo quitarían por la fuerza, y como no lo visteis le abristeis la puerta a la revolución, os negasteis a abriros a la realidad de que una sociedad no puede construirse sobre la base de la injusticia, pues injusticia era que una clase social lo tuviera todo y la otra nada, y todo vuestro poder de origen divino se derrumbó como un castillo de naipes,  con lo cual pusisteis de manifestó una vez más vuestra estupidez y establecisteis ya para siempre una ecuación irrefutable: que el poder absoluto solo deja de serlo si se le derriba violentamente, que es como decir que la estupidez solo se combate con más estupidez, o lo que es lo mismo, que la única manera que habéis encontrado de acabar con las consecuencias de vuestra  estupidez  es con más estupidez, y así establecisteis  otro precedente de lo más peligroso, pues las revoluciones no solo devoran a sus mejores hijos y dejan tras de sí un reguero de muerte y odio, sino que al final acaban en nada o se convierten en lo contrario de lo que perseguían, solo cambian las formas,  constatándose con ello que poneros de acuerdo para gobernaros es tarea imposible. 

   Y así seguís,  ya bajo  la bandera de la libertad, la igualdad y la fraternidad, pero  la injusticia sigue ahí, más oculta, pero sigue, podéis declarar  que todos los hombres son iguales, pero eso, aparte de ser otra mentira, no acaba con ella, declaración que, por cierto, dejó fuera a las mujeres, otra muestra más de vuestra estulticia. Sí,  supisteis vender muy bien la idea de que solo puede haber justicia si hay igualdad mientras los abusos del poder continuaban. Es decir, habéis llegado a depender de tal modo de la mentira que no sólo mentís de la forma más descarada, sino que ¡os creéis vuestras propias mentiras! Es vuestra forma de resistir, no habéis encontrado otra. Bueno, sí, la religión, otra de vuestras mentiras para sobrellevar vuestra inconsistencia como humanos.  

   Lo de las religiones es como para echarse a llorar, que es lo que, en coherencia con todo el mal  que han provocado, os correspondería hacer. Sin embargo lo tenéis asumido porque sabéis que si no hubieran sido las religiones lo hubieran provocado otras creencias, por ejemplo las ideologías. Cuesta creer que vuestras tres principales religiones monoteístas, que en esencia vienen a coincidir en lo principal, el amor, hayan provocado tantos millones de muertos y tanto sufrimiento. Cuesta creer que una de ellas, el Islam, emprendiera una «guerra santa» contra los infieles para cumplir la voluntad de su dios sembrando la destrucción y la muerte por doquier, y en ello siguen a pesar de todo lo que ha llovido. No le anda a la zaga el Cristianismo, que organizó cuatro cruzadas para conquistar lo que ellos llaman  los Santos Lugares porque su dios, por medio del Papa y atendiendo a su propio interés, demandó   que estuvieran en manos cristianas, no sarracenas, contribuyendo con ello a fomentar un odio atroz entre los creyentes de una y otra religión que se extendió por todo Oriente y Occidente.

   Y qué decir del judaísmo, que entregó a Roma para que lo ejecutara al único hombre justo que dio la cara por la verdad y predicó el amor entre los hombres, pero no le perdonaron que les sacara los colores por su hipocresía, por predicar una cosa y practicar la contraria, pues ellos se consideran el pueblo elegido y nadie está por encima de ellos, soberbia que les impidió universalizarse e imaginar las consecuencias de aquella infame crucifixión que tanto sufrimiento ha causado a la humanidad y sigue causando.  Otra torpeza que ellos han pagado muy caro, y siguen pagando, pero también lo está pagando el mundo, lo que demuestra hasta qué punto el despropósito de unos acaba afectando a todos.  

   Y no aprendisteis nada, pues en lugar de exportar  vuestra revolución y vuestros valores al resto del mundo para acabar con la injusticia hicisteis todo lo contrario, pues movidos por vuestra codicia os lanzasteis a colonizar  tierras, a explotarlas, a esquilmarlas, como siempre sin medir las consecuencias de vuestra insensatez, pues hicisteis un daño irreparable que aún estáis pagando y se lo hicisteis  pagar  al mundo entero, pues ni siquiera os supisteis poner de acuerdo en cómo  repartiros el pastel, lo cual os abocó a una Guerra calamitosa, vuestra Primera Gran Guerra,  que causó un sufrimiento incalculable y  se llevó por delante a diez millones de soldados y a veinte millones de civiles. Varias generaciones desaparecidas de la faz de la tierra debido a vuestra estupidez y a vuestras mentiras.  Como vosotros mismos decís ante una barbaridad,  ¡¡manda huevos!!






domingo, 17 de julio de 2016

YO MISMAMENTE (II)







   En la fase de supervivencia cada hombre juega con las cartas que le han tocado en suerte. Lo normal es que gane quien mejor cartas lleve, pero esto no siempre es así, pues también cuenta la habilidad del jugador al jugarlas,  el  que mejor sepa mentir con mayor  aplomo y convicción hasta el punto de confundir y hacer dudar  al jugador con mejores cartas, son las reglas del juego y son aceptadas por todos, pues la mentira, el disfraz está al alcance de todos.  Pero en la segunda fase, cuando ya no es la supervivencia la que está en juego, sino la supremacía, no hay reglas, rige la ley de la selva, y si es necesario matar, matáis,  incluso a vuestros propios hermanos, a vuestra propia familia, hasta ese punto llegáis en vuestras ambiciones, lo que demuestra que la paz no es lo vuestro, lo vuestro es el estado de guerra permanente, de ahí que  necesitarais  de un pacto social para no aniquilaros los unos a los otros, y os distéis leyes para regularlo, y un Estado para que vigilara su cumplimiento. Pero en realidad seguís siendo los mismos, no tenéis remedio, con pacto social o sin él la injusticia sigue siendo vuestro gran tema pendiente. El pacto social representa vuestro fracaso como género porque no sabéis vivir sin mentir, necesitáis que la paz os sea impuesta para que podáis soñar, ¿y en qué soñáis? ¿Cuáles son vuestras aspiraciones?  Reflexionad sobre la sociedad que habéis creado  y tendréis la respuesta. Soñais con ser alguien en la vida, pero una vez que lo sois os corrompéis, soñáis con ser felices, pero una vez que lo sois os aburre la felicidad y buscáis otras emociones que llenen el vacío que no podéis dejar de alimentar. 

    A nivel individual eludís vuestra responsabilidad, es más, racionalizáis vuestros hechos reprochables para evadiros de su peso, y hasta reaccionáis contra la víctima  si os veis descubiertos. Y si las leyes no pueden demostrar que sois culpables y las pruebas señalan a otros, cometéis la vileza de permitir que los castiguen sabiendo que son inocentes.  Sólo esto debiera bastar para que vuestra conciencia, la conciencia que tenéis de vosotros mismos, se retuerza de espanto. Pero seguís viviendo como si tal cosa, asistiendo al trabajo como si tal cosa,  hablando con vuestros amigos como si tal cosa, educando a vuestros hijos y haciendo el amor con vuestras mujeres como si tal cosa. Es terrorífico comprobar cómo permitís sin conmoveros que otros paguen los crímenes que habéis perpetrado vosotros.  Y para acallar esa voz maldita que os dice que no estáis haciendo bien las cosas os decís “nadie es inocente, si no han hecho estas cosas  habrán hecho otras que otros habrán pagado por ellos”. ¿No es escalofriante? Os degradáis moralmente hasta límites insoportables ¡y lo justificáis!   Es decir, superada la primera fase la segunda aspira a la riqueza y al poder, cosas por las que  vosotros, los hombres,  no sólo mentís, sino que matáis  a otros hombres y declaráis guerras, destruis el medio que os cobija y acabáis con especies que la naturaleza ha tardado en crear  miles de años de evolución.

   Si la cuestión se plantea a nivel colectivo es mucho peor, pues las naciones que superan la fase de supervivencia y aspiran a la supremacía sobre otras naciones no dudan en recurrir a la guerra para conseguirlo, y una vez conseguido,  para que nadie le dispute su poder, lleváis a cabo una política de abusos y engaños, una endiablada guerra fría, una guerra solapada  que se cobra miles de víctimas  y hace un daño irreparable en las sociedades  que la soportan,  sin que la injusticia que ello supone os detenga. Para eso habéis inventado la razón de Estado, para que la injusticia no sea un obstáculo en vuestros fines.  

   Sabéis que el problema del poder es que quien lo gana accede  a él desde la mentira, por lo que mantenerse en él sólo  puede conseguirse  a través de ella. Las consecuencias son desastrosas,  vosotros lo sabéis mejor que yo. Si conseguir el poder es cuestión de mentir, lo conseguirá quien mejor mienta,  quien se invente la mayor mentira, de esta premisa partisteis para desarrollar vuestras ideologías y creencias que no son sino distorsiones para confundir a la razón y  los sentimientos. Ergo para mantenerse en él no hay otra salida que seguir inventando mentiras,  y si es necesario, eliminar a quien pretenda  debilitarlo o disputároslo o llevar a cabo las acciones que sean necesarias para reforzarlo.


   Esta realidad me llevó a otra: si para conseguir el poder y mantenerse en él el hombre se vale de la mentira ello significa que su naturaleza  carece de los atributos   necesarios para ostentarlo,  es débil, y quien es débil no puede ser poderoso tal y como nosotros entendemos el poder en nuestro planeta, y desde su debilidad sospechará de todos, pues sabe que su mentira no puede alcanzar a todos, por tanto se volverá cruel para imponerse con el arma del miedo, se instalará en la tiranía, caerá en la paranoia y se rodeará de aduladores,   su tendencia a perpetuarse en el poder y rehuir su propia responsabilidad lo conducirá  a utilizarlo en contra de aquellos  que cuestionen su forma de ejercerlo, no utilizará el poder para hacer felices a los demás hombres, sino para perpetuarse en él, lo cual lo lleva a un callejón sin salida, hasta ese punto es estúpido, pues está utilizando el poder contra sí mismo y no reacciona, contra sí mismo y contra los suyos, lo que se revelará en toda su crudeza  antes o después, así lo certifica vuestra  historia.  El poder, pues, supera al hombre,  se le va de las manos, se olvida de su procedencia y se entrega a un mesianismo absurdo que lo lleva a creer que es un elegido por los dioses para iluminar al mundo y hacer feliz al hombre, cuando lo que persigue es dominarlo y ser venerado por ello.  Un ser patético que menosprecia el valor de la familia y de la amistad, los acontecimientos cotidianos que la rodean imbuido de la idea de que a él lo ocupan empresas de mayor calado que preocuparse de los problemas de su casa, de su mujer y de sus hijos y de la atención que merecen los amigos. ¡Cómo no va a mentir cuando se da de bruces con la realidad y se da cuenta demasiado tarde de que sus pretensiones no son más que quimeras y que lo que importa en la vida no es salvar el mundo, sino esforzarse por hacer felices a los suyos que es la mejor manera de salvarlo!  Y dirá, en tal tesitura, ¡que todo es mentira!

lunes, 4 de julio de 2016

YO MISMAMENTE

   Por si os aburrís, por si el calor os impide dormir, por si la noche se os hace larga, por si no tenéis mejor cosa que hacer, os dejo estas notas encontradas en una caja de cartón en un contenedor de basura. Las he dividido en varios capítulos que iré incorporando  a este blog semanalmente. Son escalofriantes. 






CAPITULO I

   Si leéis  esto es que ya no tiene  importancia que sepáis quien soy, lo que indicará que mi misión en la Tierra ha culminado con éxito. Os escandalizara, y  seguramente decepcionará, pero ya no puedo ocultarlo por más tiempo, prefiero que lo sepáis por mí antes de que  cualquier desaprensivo pretenda sacar provecho  de mi silencio: yo no nací en este planeta, mismamente es así,  soy un extraterrestre. Diréis que un extraterrestre no habla así, que mi forma de expresarme es propia de cualquier terrícola. Y lleváis razón, pero he aprendido muy bien vuestro idioma, y vuestra forma de plasmar en palabras lo que pensáis. Por cierto, y dicho sea de paso, pensáis poco y mal.

   Cuando llegué podéis imaginar mi asombro y mi miedo. Tuve que aprender sobre la marcha a sobrevivir en vuestras ciudades, a comportarme con arreglo a vuestras costumbres y formas de vida. Pronto supe que lo más importante para pasar desapercibido era disimular,  un concepto nuevo para mí.  Tuve que hacerlo porque mi comportamiento habría levantado sospechas, y aunque difícilmente habríais concluido que no soy de aquí, os habría resultado “raro”,  y lo raro os llama la atención, justo lo contrario de lo  que yo pretendía, pues para mí era vital pasar desapercibido.  ¿Imagináis lo que habríais hecho de mí si alguien hubiera llegado a sospechar que vengo de otro lugar del espacio?  Escalofríos  de sólo pensarlo.

    Aprender a disimular no fue fácil para mí, pues hacerlo supone, como vosotros sabéis muy bien, echarse en  brazos de la mentira, técnica de la que pasé a depender para poder sobrevivir. Fue, por extraño que os parezca, lo más duro para mí, y también lo más humillante. Yo nunca había mentido y al hacerlo me sentí fatal. No entiendo muy bien como soportáis la profunda humillación que supone engañar a otros, al contrario, os envanecéis de ello, de tal forma que es el burlado el que se siente humillado por no haber sabido detectar el engaño.

   Yo procedo de un mundo en el que nadie miente. No es que no exista la mentira, existe, pero como si no existiera, pues nadie ha encontrado la forma de evitar las consecuencias de mentir. El que miente sufre los efectos de su mentira ipso facto: decrece un centímetro, se hace más pequeño a la vista de todos. ¿Pensáis que eso es imposible? Pues no, no lo es, los científicos de mi planeta, tras estudiar los cambios que tienen lugar en el organismo cuando el individuo miente, que por si no lo sabéis son devastadores,  han sabido integrar los mismos en el sistema endocrino de tal manera que cuando alguien recurre a la mentira para obtener una ventaja de algo inhibe la segregación de unas hormonas y excita la fabricación de otras,  fenómeno que produce un encogimiento general del organismo que se traduce en una disminución de la estatura. En cambio, cuando se miente para evitar un mal mayor no pasa nada porque el organismo no sufre los cambios radicales que sí experimenta cuando miente a sabiendas para aprovecharse.  Así que si habéis concluido que en mi mundo hay muy pocos  bajitos estáis en lo cierto, casi todos somos altos, y las mujeres igual. Tenemos las mujeres más altas y esbeltas de la galaxia. En cambio los bajitos son sospechosos, por eso hay tan pocos.  Es una de las ventajas más visibles de no mentir, pero no la más importante. Imaginaos mi extrañeza y mi tormento. Mi extrañeza al comprobar que aquí se miente impunemente y nadie empequeñece, y mi tormento al no saber si en mi caso el efecto sería el mismo o, por el contrario, tendría consecuencias sobre mi estatura, fue bestial. No tuve más remedio que arriesgarme porque en un planeta como este, en el que mentir no acarrea consecuencias y decir la verdad te puede costar caro, ir con ella  por delante me habría comprometido. Ponderé, pues, la situación y llegué a la conclusión de que si mentía y me lo notaban el mal sería menor que si decía la verdad. Así que mentí sobre mi fecha y lugar de nacimiento y no disminuí ni un milímetro, de lo cual deduje que la Tierra es el planeta en el que mentir no sólo es natural sino que sale gratis. Es normal, pues, que todos mintáis sin excepciones, desde el más chico al más grande. Para vosotros mentir es un arma que utilizáis para sobrevivir, vuestra justificación es esa, lo que os lleva a no asumir responsabilidades de buen grado, lo cual me dio una somera idea de vuestra madurez y autoestima. El mecanismo es muy sencillo, enseguida lo comprendí: como mentir está detrás de vuestro instinto de supervivencia la mentira estaría justificada hasta cierto punto, pero una vez superada esta meta pasáis a una segunda que ya no es tan justificable, pues lo que pretendéis es garantizar la supervivencia. Hasta cierto punto es lógico, el problema es que como no hay recursos para todos recurrís a engaños más sofisticados y, cuando os fallan, a la violencia para obtenerlos, otra consecuencia más humillante aún del disimulo, humillante y degradante, pues a lo que aspiráis es  a vivir mejor que los demás a costa de que los demás vivan peor. Esta conducta supone llevar el egoísmo demasiado lejos, pues ya no se trata de sobrevivir, sino de vivir, y no de cualquier forma, sino de vivir bien, cuanto más mejor, sin preocuparos de quienes, debido a ello, vivirán peor.  Aquí está la raíz de  vuestro problema y por eso necesitáis un cambio de rumbo.  Por eso he venido. Deberé tener mucho cuidado en no convertirme en uno de vosotros, no sucumbir al dulce egoísmo que os aísla del dolor ajeno, pues entonces no habrá remedio para este planeta. 

Y en ello estoy.