TVE emite en la sobremesa una serie
ambientada a principios del siglo XX que se ha ganado el favor de la audiencia. No es solo
por su meticulosa ambientación y su magnífica puesta en escena, es también por
cómo cuenta la historia que cuenta más que por la historia en sí, al fin y al
cabo, un relato que nos muestra las grandezas y las miserias de la nobleza
decimonónica en nuestro país. De casta le viene al galgo.
Por tanto, se demuestra una vez más que, en
literatura como en cualquier otra arte, no es el qué sino el cómo lo decisivo
de una historia que enganche, interese y convenza, entre otras cosas, pues
cuando algo se hace bien hecho todos aprendemos y todos salimos ganando.
Lo que realmente se sustancia en esta serie
titulada «LA PROMESA» nombre de la mansión en la que se desarrolla la trama de
la serie es, por una parte, la relación de la familia del marqués de Luján,
compuesta por el marqués (Manuel Regueiro) y la marquesa (Eva Martín) –que lo
bordan- y sus hijos, dos varones y dos féminas entre sí; la relación entre los
componentes del servicio, entre los que destaca Jana (Ana Garcés), verdadera
protagonista de la historia, Pía (María Castro), ama de llaves de la Promesa, y
Teresa Quintero, ayudante de cocina, de una personalidad arrebatadora y unos
valores humanos ejemplares; y la
relación entre los marqueses y sus hijos y el servicio.
La historia en sí comienza cuando una mujer
(Jana) consigue trabajo en La Promesa en consideración por haber salvado la
vida del hijo menor de los marqueses, Arturo Sancho (Manuel en la serie), que
se había estrellado con su avioneta, pero lo que nadie sabe es que Jana no está
allí por casualidad, sino que sigue su propio plan de vengar la muerte de su
madre, presuntamente asesinada por el padre de la marquesa, y encontrar a su
hermano, que le fue arrebatado por sicarios de La Promesa después de asesinarla.
La serie refleja fielmente el ambiente de la
época, el marco donde se desarrolla la historia, el vestuario, el vocabulario,
la rigidez de las relaciones, la pompa, la hipocresía, el cinismo de una
nobleza que esconde secretos inconfesables, que usa y abusa del servicio a su
antojo, la avaricia, el servilismo de algún criado, los problemas de una
nobleza arruinada que disimula su situación incluso recurriendo al crimen,
los problemas de los hijos de los
nobles, que se enamoran de algún miembro del servicio, los acuerdos entre la
nobleza para casar a su hijos como forma de salvaguardar sus intereses… Y como
fondo de todo ello, Jana representando el anhelo de justicia de los más
débiles, intentado desenmascarar a los responsables de la muerte de su madre.
A partir de aquí, los guionistas de la serie
procurarán mantener la tensión del relato complicando la trama hasta límites
insospechados, pero sin salirse nunca de una realidad que parece ficción, o
viceversa. En realidad, la serie nos muestra, con tanta crudeza como talento,
las miserias y grandezas del ser humano, ambas tratando de abrirse paso, la
bajeza tratando de vencer a la grandeza y, esta, luchando por no desfallecer y
continuar en la brecha. Nada nuevo, en realidad desde que aquellos hombres del
paleolítico cometieron el error de dejar de ser cazadores-recolectores para convertirse en agricultores.
Por lo demás, la serie cumple a la
perfección con las tres condiciones de toda buena historia: formar, informar,
entretener. De ahí su éxito.