miércoles, 13 de diciembre de 2017

SOLEDAD

    


     


 ¿Convenís conmigo en que cuando una sociedad está  enferma sus síntomas  nos afectan a todos?  

  Pues hoy quiero llamar vuestra  atención sobre un padecimiento social del que deberíamos preocuparnos y ponerle remedio ya que  afecta a lo más sensible de la naturaleza humana: los sentimientos, esos que están presentes en casi todas nuestras decisiones y que son determinantes para nuestro equilibrio interno.

    Y no, no me refiero a quienes se empecinan en que todos vivamos de acuerdo con sus ideas, incluso  de sus  gustos y preferencias, esos que se empeñan en llevar a cabo toda una política de desinformación y adoctrinamiento para imponer su voluntad y mostrar lo propio como  la quinta esencia del bien y lo ajeno como el paradigma del mal, y  en su desvarío llegan a ser  tan cínicos que llaman fascistas a quienes no siguen sus dictados y pasan por alto que quienes obran con métodos fascistas son ellos. Toda  una escuela de perversión social que tiene consecuencias nefastas para la convivencia y la salud social, son como bombas de racimo, todo fundamentado  sobre falacias, pues haber nacido en un lugar determinado del mundo no puede utilizarse como argumento para nada, mucho menos para considerarse superior y por ello sentirse con derecho a imponer a otros sus fantasías políticas.

   No hace falta ser muy avispado para verles el plumero a los tales, sus mensajes no van dirigidos a la inteligencia, sino que  están concebidos para taponar o desdibujar esa vía,  pues saben que sus tesis no resisten el más somero de los análisis, concebidas para exacerbar  las emociones.  Y sí, es un problema de salud social, un problema que existe en la sociedad desde siempre y que el hombre no ha sabido resolver sino recurriendo a la guerra o a la violencia.  No creo que haga falta poner ejemplos, no hay más que darle un vistazo a la historia.

     El problema del que quiero hablaros  es un problema más cercano y personal, más humano, más vital, pues nos afecta de una manera mucho más directa.

   Enfrascados como estamos en “lo nuestro” no reparamos en el drama personal y familiar, a veces trágico,  que supone la separación matrimonial, por el trauma que supone para ambos cónyuges,  sus hijos y demás familia, y por las consecuencias que conlleva, que son muchas, pues cuando un matrimonio se rompe con él se rompen muchas cosas que ya nunca se podrán recomponer. No solo eso, sino que el fracaso matrimonial, que ya no es mera anécdota sino un verdadero problema social, va calando en la consciencia de nuestra juventud  que trata de buscar nuevas vías y formas de emparejarse que mitiguen  el trauma de la separación o le resten dramatismo, al tiempo que retrasan hasta edades casi imposibles traer hijos al mundo. Detrás de lo cual está el miedo a equivocarse y a fracasar.

    Sí, el miedo a comprometerse, ilusionarse  y a hacer proyectos de futuro para que, en un momento dado, todo se venga abajo por una infidelidad o por incompatibilidad de caracteres. Y lo malo es que, hasta que llegan a la conclusión  de que la mejor solución para ellos es separarse,  le han hecho vivir a sus hijos el infierno de las discusiones diarias y luego el trauma de la separación, que los marcará para siempre.  Separación que si es amistosa puede que el trauma no pase de ahí, pero si no lo es las consecuencias pueden ser devastadoras.

   Bueno, pues,  un problema de tamaña trascendencia social no se aborda como cabe esperar en una sociedad que aspira a mayores cotas de bienestar y justicia social y nivel de vida. Se  gastan millonadas en cosas innecesarias porque al político de turno le interesa que sea así para su mayor gloria personal, pero de los problemas reales de la sociedad, aquellos que inciden en la salud mental y emocional del ciudadano se olvidan o se marginan.

   ¿Alguien puede explicarme por qué no se estudia en los institutos este problema y se enseña a los jóvenes cómo superar una crisis de pareja y a superar el miedo al compromiso?  Si se sabe que la separación matrimonial y de pareja constituye un drama cuando no una tragedia, ¿por qué no se arbitran medios para reducir en todo lo posible sus nefastas consecuencias sociales, el drama personal y familiar que supone?

   Hay cosas que uno no entiende y estas es una de ellas. El daño inmenso que causa en el cuerpo social  las crisis de pareja y pareciera que la sociedad se resigna a que ese mal se enquiste y se convierta en endémico. ¿Por qué?

  A ver dónde están esos políticos a los que se les llena la boca de promesas de servir a los ciudadanos y resolverle sus problemas. Aquí tienen uno que nos los defraudará y que la ciudadanía sabría valorar en su justa medida, sobre todo  esa parte cada vez más numerosa de la población que sobrevive en soledad presos de la melancolía y mueren solos sin que nadie los eche de menos.
  


  

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