viernes, 27 de septiembre de 2013

FUENTE DE FELICIDAD (I)








   Hoy os voy a hablar de música, no para sacaros  de dudas, ni tampoco de vuestras casillas, sino mayormente para distraeros de vuestras preocupaciones, que seguro las tendréis. 

   Sería presuntuoso por mi parte tratar de disuadiros  del mágico brillo de una estrella, bastaría con que os dijera simplemente: “elevar vuestra  vista al cielo y comprobadlo por vosotros mismos”.  A partir de ahí, las palabras no harían sino confirmar vuestros propios deseos de alcanzarla. Por lo demás, que cada cual siga su propia estela. Pero advierto, si las penas con pan son menos si le ponemos música dejan de serlo, dicho sea con el mejor ánimo de que sigáis leyendo y de que descubráis el misterio y la magia que rodea a la música, no lo dudéis.



   “Empezaré por deciros que la música posee algo que escapa a nuestro entendimiento, se escabulle  entre la red que nuestro pensamiento teje para prenderla. La música nos comunica estados de ánimo de lo más dispar, es evocadora de momentos que ella enmarca imprimiéndoles un sello imborrable, todo un prodigio teniendo en cuenta la facilidad con que se olvidan las cosas, sobre todo por parte de algunos de cuyo nombre no quiero acordarme, puede acercarnos al éxtasis sin que sepamos si se debe a la melodía que nos llega, al instrumento que la interpreta o a la voz que la canta, sugiere mundos fantásticos al hilo de las imágenes que nos comunica, historias románticas al influjo de la melodía, hace soñar,  eleva el espíritu, purifica la mente y, como colofón, nos reconcilia con la humanidad.  ¡Y no la entendemos! Ahí precisamente reside la magia, pero no toda, pues incluso para los entendidos la música está llena de misterio. ¿Cómo se explica? Quien tenga curiosidad por comprobar lo que digo que escuche el “Claro de luna” de Beethoven, por citar  un solo ejemplo y no abrumaros.  

  “Pocas cosas existen en este mundo que, como la música,  puedan provocar emociones tan íntimas y suscitar sentimientos tan auténticos. Su sinfonía puede elevarnos y hacernos flotar, engendrar en nosotros estados de serena melancolía muy cercana al llanto, estremecernos, invadir nuestro espíritu de un raro bienestar,   proporcionarnos vitalidad y optimismo, embebernos. La música puede enamorarnos, disparar nuestra imaginación, vivir en un instante sensaciones únicas, inenarrables. Sin la música es imposible  experimentar la belleza espiritual. ¿Qué tiene la música que penetra tan profundamente en nosotros? Puede compararse a un poema en el que las palabras cobran tal belleza y nos transmiten imágenes tan nítidas que estremecen nuestro ser.
   “Los que hacen cine, los que se dedican a las creaciones audiovisuales, saben muy bien de lo que hablo. Los directores, los guionistas, los publicistas y los creativos buscan a los mejores músicos para ilustrar y enmarcar sus creaciones, para ponerle música a un rostro, a una escena, a una conversación, a un paisaje, a una historia…, para reforzar el dramatismo de un momento, de un pasaje…, a veces incluso la convierten, aun sin pretenderlo, en la verdadera protagonista de la obra. Tan es así que sin ella sería gris y anodina. 

   “También lo saben las madres. Hasta la menos cultivada sabe, sin saber por qué, del poder  hipnótico de la música, poder que, asociado por el niño a la voz de la madre que le canta una nana, induce en él un sueño bendito. ¡Ojala no estén demasiado ocupadas las madres para cantarle una nana a su hijos!  Porque un niño que se duerme oyendo cantar a su madre, escuchando el timbre de su voz, la cadencia que llega a sus delicados circuitos neuronales, por fuerza será un niño feliz. ¿Sabéis lo que significa que un niño sea feliz? El Estado debiera pagar a las madres que le cantan nanas a sus hijos. Nos lo ahorraríamos en cárceles y hospitales.  

   “Hasta las fieras, según se dice, se amansan con la música. Aunque a decir verdad no sé hasta qué punto una hiena hambrienta puede amansarse con el Adagio de Albinoni o un toro de Miura con un nocturno de Chopin.  Pero algo de verdad debe haber, ahí tenéis al Flautista de Hamelin sin ir más lejos. Pero sea verdad o no, se corresponda con la realidad o sea ficción, el hecho de que se diga y haya pasado de generación en generación como máxima dice mucho sobre el poder  misterioso y deleitable de la música.

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