domingo, 2 de junio de 2013

EL GRAN GASTBY



  


 El hombre, desde que aún  era un homínido  y se bajó de los árboles para explorar la sabana, inició una búsqueda que lo ha llevado a explorar, en su infinita curiosidad, los confines del Universo. Primero encontró a Dios, se vio a sí mismo tan pequeño en medio de la inmensidad que dio por sentado que solo Dios pudo crear semejante grandeza.  A él recurrió  para explicar lo inexplicable  y encontrarle sentido a su miserable existencia. En él confió  su futuro y sus ansias de trascendencia al sentirse hijo suyo. De él se valió para dominar a otros hombres, y no dudó en manipularlo en su propio beneficio. En su nombre alcanzó   posición y poder  a costa de otros hombres, incluso de sus vidas, sin importarle el alto precio pagado pues el alto fin que perseguía lo justificaba.  El hombre no era nada, pero en tanto que hijo de Dios, era grande, y por amor a Él cometió errores sin cuento. Por amor odió,  por amor murió, por amor mató. Y de pronto repara en que está solo, radicalmente solo, y desde su soledad busca la felicidad, lo que ha buscado siempre por los caminos más tortuosos de su tormentosa existencia aun sin saber lo que buscaba y sin importarle el método. 

   ¿Por qué digo esta obviedad? Estos días se ha estrenado un nuevo remake de “El gran Gastby”, la obra maestra de F.S. Fitzgerald escrita en 1920, y me ha llamado la atención que se insista en hacer una nueva versión de la obra en una nueva película protagonizada esta vez por Leonardo di Caprio, que encarna al singular personaje de la novela. Lo cual, desde mi punto de vista, no obedece a otra cosa que al interés, no solo literario, antes bien humano, de la temática que desarrolla, de permanente actualidad. Es como si quisieran llamar nuestra atención sobre lo que ocurre cuando prescindimos de los valores y lo confiamos todo el poder del dinero. 

         Esta y no otra es la problemática que plantea la historia que nos relata F.S. Fitzgerald,  la búsqueda de la felicidad desde la soledad del hombre en el marco de una sociedad sin valores morales y  de una crisis de identidad de una clase burguesa corrompida y sin norte entregada al hedonismo y al vicio, ficción que gira en torno a una historia de amor cuyo protagonista, Jay Gastby, coherente con la sociedad en la que vive, que lo confía todo al dinero,  trata de recuperar a su antiguo amor perdido, y para atraerla  da fiestas esplendorosas a las que todo el mundo se apunta por la cara.  Es decir, que no emplea su poder de seducción personal ni sus valores morales para recuperarla, emplea su dinero,  lo único que tiene, para conseguirlo.. Ostentación y lujo para impresionar a una dama que cae en la trampa deslumbrada e intrigada por el misterioso personaje que no repara en gastos para atraerla a pesar de estar ya casada.  Tanta pompa y derroche suscita la envidia y la animadversión de una clase burguesa corrompida a la que ella pertenece que no está dispuesta a tolerar que un advenedizo se salga con la suya. Y lo matan. ¡Pero si él solo quería recuperar el amor perdido! Nos decimos estupefactos. Sí, pero cometió el grave error de creer que con dinero puede comprarse todo, el amor y la pertenencia a una clase que no admite competencia. Donde se pone de manifiesto la falta de valores en él,  en  ella y en quienes lo matan.  En todos.  El poder del dinero aliado con la falta de valores es una bomba de racimo, pues no solo mata físicamente, sino que corrompe y destruye.

     Es el sueño americano hecho realidad en un hombre que creyó que el dinero podía comprar el amor perdido sin tener en cuenta los valores. Y se equivocó, la nueva oportunidad que le brindó la vida no supo aprovecharla ni los demás, tan corrompidos como él, se lo permitieron. Es una historia que si enseña algo es a amar la vida sencilla pues el  dinero puede comprar cosas y voluntades,  pero no  la felicidad, no el amor. 

   Nosotros nos estamos equivocando también, hemos prescindido de los valores y cada cual busca su propia felicidad al coste que sea, incluso vendiendo su alma, corrompiéndose. Ya no hay ideales, no hay grandes hombres, el egoísmo ha acabado con ellos y con los valores,  cada cual busca su propia felicidad sin reparar en cómo conseguirla.  Vivimos una fragmentación escalofriante y no sabemos ni donde estamos ni qué queremos. Nos estamos equivocando y lo pagaremos caro. Sin duda, pues los errores siempre se pagan.

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