domingo, 9 de febrero de 2014

OBLIGADOS A ACEPTAR EL MAL









  Es ingenuo pensar que en los tiempos que corren una mujer espere a que aparezca su principie azul para brindarle su virginidad y  las mieles del amor en primicia.   Lejos están los tiempos en los que la mujer tenía en su  virginidad  lo más preciado de su vida, un  tesoro de inefable valor que guardaba con primor para el hombre que supiera enamorarla y fuera digno de su amor, ¡ay de la mujer que la perdiera! Tiempos oscuros e inciertos en los que la mentira  se paseaba por las calles disfrazada de verdad, tiempos  en los que la mujer tenía que aparentar lo que no era, renegar de lo que más deseaba y entregarse al  papel que la sociedad había dispuesto para ella. Cuando este rol cambió se vio claramente que la mujer era la sacrificada, la que tenía que renunciar a sus sueños y a su vida para que el hombre se realizara. Hoy la mujer pide el mismo protagonismo que el hombre, tener su propio papel en la sociedad, intervenir en un plano de igualdad  en todos los asuntos que le atañen, tanto en el ámbito familiar como en el social, por tanto, no podía quedarse al margen el personal, básico para actuar en libertad. Justo es, pues, que si le gusta un hombre la virginidad no pueda alzarse como un impedimento para su felicidad, mucho menos como referente de su honestidad.

  Todo esto que relato es así, y es justo que así sea, pero hay que enmarcarlo en un contexto de valores que actúen de guía, pues sin ellos todo se corrompe. Uno debe de ser responsable de sus actos, saber calibrar sus  consecuencias a fin de ponderar lo que conllevan y a quién implican, pues con frecuencia incurrimos en actos cuyas consecuencias pagan otros, lo cual es una frivolidad que acarrea mucho sufrimiento. Es verdad que el sexo es un poderoso elixir al que pocos se resisten, que se cuentan con los dedos de la mano quienes aguantan estoicos sus poderosos aguijonazos, y no de grado precisamente, lo cual en sí no es malo, nadie es feliz sin sexo, pero ¿qué pasa cuando la mujer se queda embarazada a consecuencia de un polvo  a escape libre? Hoy esto se “arregla” interrumpiendo el embarazo, un arreglo que la sociedad ha tenido a bien regular como un recurso extremo para enmendar errores humanos y remediar situaciones dramáticas, pero antes no existía esta vía, así que toda la carga del acto había que asumirla con la resignación propia de quien no encuentra otra salida. Y cuando no hay salida, la desesperación y el sufrimiento. De ahí venimos. 

   La tragedia es que se pone una vez más de manifiesto la triste condición del ser humano, que para enmendar un error no tiene otra solución que incurrir en otro aún mayor, por mucho que se quiera presentar el derecho al aborto como un avance social y un gran logro para la mujer.  No es así, es un producto de la injusticia social de una sociedad cada vez más egoísta que ha optado por una vida en la que la libertad no se vea maniatada por impedimentos morales ni éticos, pues vivir conforme a ellos genera aún más injusticia ya que la vida sigue su curso sin tener en cuenta el sacrificio de comportarse conforme a unos valores, mientras que los que prescinden de ellos disfrutan de ella con descaro sin que luego la justicia les pase la factura, si es que se la pasa, y si se la pasa lo hace con descuentos. Esta es la realidad, de manera que prohibir el aborto no llevaría sino a hacerlo clandestino. Los que están en contra del aborto se resisten a aceptar esta verdad, pero es que aunque llegaran a aceptarla pondrían siempre por delante la inmoralidad del hecho, pues conlleva sacrificar una vida en aras de la libertad de acción y de elección, algo que les repugna en su conciencia aun reconociendo que hay situaciones en las que es necesario regularlo, pero de ahí a aceptar el aborto libre hay un gran trecho que los antiabortistas no están dispuestos a recorrer ni a los proabortistas acortar. Es la eterna cuestión de siempre, la resistencia de unos a aceptar que la realidad imponga su tiranía sin presentarle batalla como medio de dignificar al hombre, por una parte, y por otra rendirse a la evidencia y que cada cual decida según su propia conciencia le dicte, o su circunstancia, que también cuenta, pues la verdad es relativa y si fuera absoluta sería mentira. El hombre es como es y esto no hay quien lo cambie.  Ciertamente  necesitamos contrapesos para evitar el caos y la barbarie, referencias a las que agarrarnos para no hundirnos arrastrados por nuestra propia inconsistencia. Y en estas estamos: obligados a aceptar el mal pero necesitados de que nos reconforte el bien. El problema es que para unos el bien es la vida, para otros, la libertad de elegir, sin embargo ambas partes hablan de “dignidad”, pero desde supuestos diferentes, no es lo mismo  la dignidad de defender la vida humana que la de respetar la  dignidad de la mujer. Y no parece fácil integrarlas, pues en ambos casos hay que aceptar el mal.

  

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