martes, 2 de diciembre de 2025

SIEMPRE ESTAMOS ESPERANDO

 

   



   


   Si hay algún valor en la vida que merezca la pena ser conservado es la voluntad, sin ella el oficio de vivir se torna insufrible, pues somos presa fácil del desaliento y los sueños se desvanecen como un ocaso invernal.


   No importa el modo de conservarla, lo que importa es mantenerla pletórica, inasequible al desaliento, presta a superar las dificultades de la vida, pues la voluntad de ser es lo que nos salva de ser pasto de otras voluntades y nos rescata de la inercia de abandonarnos, dejadez que antes o después  pasa factura. No hablo de la tozudez o terquedad, me refiero a la voluntad de lograr aquello que nos propongamos sin que ningún obstáculo lo impida, y a esperar con paciencia a que nuestros sueños se cumplan   No hace falta ser un héroe para conseguirlo,  solo es necesario esforzarse y velar para que nadie robe tus sueños, algo que muy pocos entienden, y si no se encuentra el camino a seguir el más idóneo es elegir el de aquellos que han labrado en la senda de la superación su currículum vitae. No hacerlo, no emular su conducta, no aspirar a su paradigma, es abandonarse al dictado del infortunio que, antes o después, de una forma o de otra, lleva al suicidio, físico o espiritual, tanto da,  pues cuando se nos cierran todas las salidas y la voluntad de vivir huye de nosotros desesperamos de encontrar aquella que nos salve. 

 

    Suicidarse es una decisión deplorable que deja tras de sí un rastro de amargura, la propia del suicida antes de morir y la que origina su acto,  ejecutado por su cuenta porque “vivir no vale la pena”, sea cual sea la causa que lo ha llevado a pensar así, tal vez  arrastrado por un momento de intensa angustia que, una hora después, podría ver de otra manera. El suicida se erige en juez de su propia historia y desde ella acusa y se acusa,  juez  y parte de sí mismo a la hora de dictar sentencia sin que  testigos ni pruebas hagan cambiar su veredicto. Todo eso no le importa al suicida, lo que cuenta para  él es que ya no  encuentra acomodo en este mundo, no es feliz porque ha depositado su fe en serlo en un mundo que, ahora, le resulta hostil y no puede evitarlo. A partir de ahí percibe que tampoco puede hacer feliz a nadie. En este sentido es una rendición, una claudicación y, en tanto  que así, una traición a sí mismo y a los suyos. Sin embargo, él, o ella, piensa todo lo contrario.

   El suicidio tiene diversas causas tras de sí. La más amarga sería aquella que nos arrastra a tomar tan fatal decisión porque el mundo nos ha decepcionado, no ha respondido a nuestras expectativas, hemos sido generosos con él y como premio nos ha estafado, y ya no nos quedan fuerzas para asumir el engaño. Hemos descubierto con desolación que no podemos cambiarlo.  

   Otra causa, también amarga, pero consecuente, es aquella en la que hemos llegado a unos niveles de miseria moral y decadencia física que ya no podemos soportar mirarnos al espejo y vernos reflejados en él. No nos reconocemos, hemos dejado de ser nosotros y, en realidad, a quien matas suicidándote es a otra persona.  

   Aquella que nos lleva a tomar tan fatal decisión porque no hemos conseguido encontrarle un sentido a nuestra vida, o no hemos sabido encontrar nuestro lugar en ella, de manera que se nos antoja que toda lucha es inútil y todo esfuerzo estéril, y la muerte se nos presenta como una liberación, tiene como causa el desengaño, que te lleva al abandono de uno mismo, a rendirte, a abandonarte al sentimiento de que estas solo en la vida y nadie te comprende ni te ama. No encuentras eco en los demás a tus inquietudes.  De modo que el que su suicidio va precedido de su suicidio espiritual. Debe ser el momento más amargo y desolador al que puede enfrentarse un ser humano. 

  Pero que se suiciden unas niñas que apenas han empezado a vivir, su causa no está en ellas, está fuera de ellas, está en la sociedad, una sociedad cada vez más aislada de sí misma, ensimismada en su propio egoísmo, entregada a la tecnología para combatir la angustia que le produce su sentimiento de soledad, lo que la lleva a desentenderse de los problemas de su propio entorno. Es una sociedad en la que cada cual va a lo suyo, a procurarse su momento de felicidad pensado en el próximo, una sociedad que presencia indiferente como unas niñas acosan a otras niñas o a otros niños, sin percatarse de que los conduce a un suicidio indeseado. Y los políticos, en lugar de fomentar la comunicación y la empatía, levantan muros, desacreditan, difaman y/o cancelan a quien no sigue sus dictados o desatiende sus obligaciones.  Y piensan que con leyes que ellos mismos se inventan, arreglan el problema. Mientras que acogen entre sus filas la corrupción sin límites.