sábado, 14 de febrero de 2015

AMOR

  Hoy, día de los enamorados, ¿qué mejor que lo celebremos en este blog con un relato sobre el amor?   Vamos a ello. 



En cierta ocasión leí un cuento en el que un muñeco de nieve –la nieve es el lirio de la Navidad-, se enamora de la muchacha que le dio forma y modeló su rechoncha y familiar figura.  Movido por su amor transformó el vacío de su pecho  en un corazón de hielo transparente y puro. Era tan grande  que su ánimo, incapaz de soportar el suplicio de la ausencia y el tormento del silencio, derritió su cuerpo de blancura iridiscente en un alarde de pasión desbordada.  Cuando, al día siguiente,  la muchacha se acercó confiada  a recrearse con su obra, sólo encontró en su lugar el sombrero y la bufanda roja en medio de una mancha húmeda en el suelo. Lo demás se lo había tragado el sumidero de una alcantarilla.
 
   Así terminaba el cuento, sin aclarar qué fue de la chica. Yo me pregunto, ¿qué pensaría?  ¿Intuyó lo que había pasado o simplemente se encogió de hombros y se preparó para hacer otro muñeco? ¿Se interrogó acerca de la naturaleza del sorprendente e inexplicable fenómeno o lo achacó a cualquier accidente azaroso? ¿Realizó alguna averiguación, se interrogó a sí misma, imaginó las causas...?  Particularmente me inclino por esta última posibilidad. El amor deja siempre una estela por donde pasa, un perfume, una impronta. Si alguien puede percibir la huella del amor de una manera nítida, es una mujer.  Es más, el fenómeno tenía todos los síntomas de ser un prodigio y, como todo el mundo sabe, y apuesto a que la muchacha también,  los prodigios sólo pueden tener como causa el amor.  He aquí  la respuesta:
   
   La joven experimentó al principio la incredulidad propia de lo descabellado, luego el desconcierto ante lo evidente y, por último, el estupor de lo increíble. Se sintió invadida por la tristeza y, finalmente, por el dolor. La  vieja bufanda mojada en medio del rodal de humedad, el surco del agua enamorada sobre la nieve, las fauces negras del sumidero, las últimas gotas precipitándose al abismo..., restos de un naufragio que ella había provocado, le acusaban.  Había realizado su obra a impulso de una ilusión infantil, como un juego,  sin más pretensiones que gozar de su destreza y divertirse modelando. Y se despreocupó, la olvidó a su suerte.  Pero fue tal su ternura, el primor que puso en su empeño que, a su influjo, la ilusión del muñeco por sentirse amado se coló de rondón en su cuerpo inerte y, algo muy parecido a un corazón limpio y puro, empezó a fraguarse en su pecho donde, subrepticiamente, prendió la llama del amor. Luego, lo dejó que se consumiera de soledad y de nostalgia.  Su complacencia le impidió leer la tierna expresión de su cara, la intensidad de su mirada, la ansiedad de su gesto. Y ahora, queriendo enmendar su frivolidad desde la desolación de su recuerdo, desde su dolorida y aleccionadora experiencia, lo llamaba en silencio, ahora, cuando ya no había remedio.

   Ante ella se abría el hueco de lo ausente, de lo que fue y ya no era, efímera existencia blanca, objeto inanimado transformado en sujeto enamorado por su causa, contingencia ni por piensos imaginada: desconocía la fuerza del amor que puso en su obra sin proponérselo. Su ingenuidad provocó la catástrofe. ¿Debía sentirse responsable? ¿Por qué era todo tan complicado?  En algún momento se sintió una Lolita  sorprendida de sí misma.

    La nieve comenzó a caer de nuevo. El cortejo de lágrimas incólumes cubrió pronto el rodal húmedo convirtiéndolo en recuerdo. Sólo la bufanda roja seguía allí, ya semioculta. En un impulso repentino se agachó a recogerla descubriéndola con lentitud, casi con mimo. Se acercó al desaguadero del colector y, con gesto ausente y exquisito cuidado, la coló  entre los barrotes de la rejilla en lo que pretendía ser un último gesto amoroso de homenaje y de emocionado adiós, un intento, no de remediar lo que ya era irremediable, sino de ponerle  un digno epitafio de reconocimiento postrero a quien, por amor, había renunciado a sí mismo.  Abrígate –pensó más que susurró.

   Al incorporarse se dio de bruces con la realidad.  Un policía municipal se acercó a ella.
   -Señorita –le comunicó llevándose cortés la mano a la gorra- me veo en la obligación de denunciarla por arrojar objetos al interior del alcantarillado susceptibles de causar una obstrucción. 

   Mientras el agente anotaba sus datos, la nieve caía y caía. Ella, de vuelta a la realidad,  enrojeció de vergüenza y desconcierto.  No sabía si ponerse a reír o a llorar, pero para sí pensaba que las cosas que nacen a impulso del amor solo las entiende quien ama, ¿cómo explicarle al municipal que su acto no era una gamberrada sino un acto de amor? Se la llevaría a salud mental.


viernes, 6 de febrero de 2015

REFLEXIONES SOBRE LO BELLO Y LO FEO, LO MALO Y LO BUENO, LO DE AQUÍ Y LO DE ALLÁ




  Nuestra convivencia está asentada sobre la fraseología. Una frase, una simple frase o una palabra que resume una frase es capaz por sí sola de suscitar las más encendidas polémicas. A partir de una frase puede comenzar todo un movimiento que puede trastocar todas las teorías que sobre una determinada materia haya establecidas o la concepción  que se tenga  sobre una determinada creencia o sistema de creencias. Nuestra historia está llena de frases que en su día fueron la semilla para cuestionar toda una filosofía o desvirtuar un concepto, principio o credo. Hay frases que pueden cambiar una vida y frases que pueden cambiar una sociedad, esto lo saben muy bien y lo utilizan para su propio provecho,  quienes ostentan el poder y quienes aspirar a ostentarlo o detentarlo, los propagandistas de todo tipo, los publicistas y los vendedores de humo, los comunicadores sociales y los políticos de toda laya, los malos y los buenos, los necios y los listos, los  maliciosos y los bienintencionados. ¿Cómo cabe interpretar la frase “la religión es el opio del pueblo” que dijera Marx? ¿Bienintencionada o mal intencionada? Por cierto, hoy nadie la dice ni cree en ella –excepto los recalcitrantes, claro-, pero cambió el mundo, no precisamente para bien, pero si la comparamos con esta otra, que también lo cambió, seguramente tendremos más elementos de juicio para saberlo: “no mires la paja en  ojo ajeno sin ver la viga en el propio", que dijera Jesús, o esta otra que también dijo él: “quien esté libre de pecado que tire la primera piedra”. Son frases que calan, llenas de sentido común y humanidad.  

  Esto es así, pero no es menos cierto que  todo es según el color del cristal con que se mira, lo que quiere decir que cada cual interpreta a su modo aquello que somete a su juicio, por tanto una frase puede ser interpretada de diversas maneras, incluidas las sesgadas y torticeras, sin que necesariamente nada tengan que ver con la significación que pretendió darle el autor, que a veces es intencionadamente equívoco.  Ante esta realidad cabe preguntarse ¿es bueno o es malo que esto sea así?  

   Uno podría zanjar el asunto respondiendo que no es bueno ni es malo, es sencillamente inevitable. Lo malo es que esto nos aclara poca cosa de la cuestión suscitada, por tanto creo que vale la pena embarcarse en la aventura de intentar responder de alguna forma.  Y digo de alguna forma porque elija la forma que elija siempre habrá quien esté de acuerdo y quien disienta absolutamente.

   Estos temas eminentemente polémicos siempre dejan en quien los aborda la duda de si habrá acertado en su exposición, sobre todo para que no sea  la causante del desacuerdo. De ahí que me sorprenda la cantidad de personas que hablan sobre ellos con la seguridad absoluta de quien tiene la verdad de su parte, y claro, no tengo más remedio que desconfiar de ellas y de lo que dicen.

   Pero volviendo a la pregunta lo primero que se me ocurre para responder a ella es hacer una nueva: “¿Es bueno o es malo que junto a lo bello exista lo feo?” Una pregunta, por otra parte, que se responde por sí misma, pues lo malo y lo bueno siempre han ido juntos, son inseparables, por tanto el sentido común nos dice que aunque no sea bueno debe de ser necesario. Esto no obsta para que, si nos dan a elegir entre algo bello y algo feo incuestionablemente elegimos lo bello, y que si analizamos por separado ambos conceptos la belleza ganará por goleada a la fealdad, siempre y cuando tengamos claro la calidad de una cosa y de otra.  Ahora bien,  si nos dan a elegir dos cosas igualmente bellas, pero distintas entre sí, la  elección ya no será tan clara, puesto que en ambos casos encontraremos razones para elegir cualquiera de las dos, ¿cuál, pues, elegir? En condiciones “normales” nos daría lo mismo elegir una que otra, pues son igualmente bellas, pero la naturaleza del hombre está mediatizada por su vida, por sus propias experiencias, y serán estas, no la belleza en sí,  las que inclinarán la balanza en uno u otro sentido, si tenemos esto claro también sabremos que no ha sido la calidad de más o menos bello el criterio que nos ha movido a elegir, sino nuestra propia subjetividad,  nuestra experiencia vital,  aunque sepamos que no es  la decisión más acertada. ¿Qué nos dice este ejemplo? Sencillamente que, independientemente de que lo bello sea deseable a lo feo, nos inclinamos por lo feo si lo bello lo encontramos detestable, por lo tanto a la hora de elegir no ha sido la razón la que nos ha llevado a hacerlo,  simplemente nos hemos dejado arrastrar por nuestras emociones. Un ejemplo: ¿Cómo se explica que aún existan partidarios del comunismo  si está más que demostrado que el comunismo ha sido uno de los mayores fiascos de la historia del hombre  que además ha causado el mayor sufrimiento, ha sido regido por auténticos asesinos en serie y no ha resuelto ninguno de los problemas  que pretendía resolver?  La misma pregunta cabe hacerse respecto de los independentistas catalanes en este momento, que saben que lo suyo es pura utopía y que la independencia de Cataluña no es viable, pero es que aunque lo fuera, no es deseable.  La cuestión solo puede responderse ponderando las pasiones humanas que llevan a elegir lo peor con tal de no admitir que “lo otro” es mejor. Entran en liza el odio, el falso orgullo, el resentimiento, la manipulación, el adoctrinamiento, el menosprecio, los intereses…  

   La lección que nos da esta realidad es que lo bello lo es por conocimiento y existencia de lo feo, de tal forma que para justificar su elección lo que hace es destacar y criticar lo feo de lo bello, puesto que lo feo no puede defenderse por sí mismo. Ejemplo: ¿cómo justifica el terrorismo su nefanda actividad? Lo hace recurriendo a agravios pasados, y si nos los hay los inventa, criminalizando a sus víctimas para presentarlas socialmente como odiosas y merecedoras de la muerte, mientras que reaccionan como áspides cuando la víctima es alguno de ellos. En el fondo saben que el fin nunca justifica los medios, por tanto tienen que justificarse presentándose como víctimas y a sus víctimas como repugnantes verdugos.  Pero el terrorismo no puede defenderse como un bien, ni siquiera como un mal necesario.

   ¿Es bueno o es malo que el hombre interprete subjetivamente la realidad? Es bueno en la medida en que acepte que su interpretación de la realidad no es universal, que la realidad puede interpretarse de diferentes maneras  y que lo que realmente importa es defender una realidad en la que la inmensa mayoría se sienta aceptablemente integrado y cómodo, no imponerla ni manipularla para conseguir que la realidad que él interpreta se imponga a la otra sin que sea mejor, solo porque no se encuentra cómodo en ella por las causas que sean. Es aquí donde entra en escena la fraseología y los eslóganes para confundir a los indecisos, a los débiles, a los que ignoran de qué va esto y alimentar a los propios. Pura propaganda, intoxicación y manipulación de masas, pues así como conocemos lo bello por la existencia de lo feo,  no está tan claro que sea necesario el mal para valorar el bien, es decir, que lo malo y lo bueno pueden confundirse para quien no tiene clara la diferencia si alguien es lo suficientemente hábil para presentar lo malo como bueno. Y viceversa.  Al fin y al cabo lo malo y lo bueno también se prestan a interpretaciones.

   Por tanto, existe un riesgo cierto de  que elijamos lo malo por creer que es bueno y rechacemos lo bueno por creer que es malo si no tenemos claro que el mal se enmascara para pasar por bueno.  Por tanto, no se puede confiar en quien solo señala el mal ajeno y se aprovecha de él para aparecer ente todos como el único que puede acabar con sus abusos, pues además de mentir como un bellaco, no le mueve el interés general, sino el suyo particular y de quienes están con él.  En esta sociedad y en este mundo y a estas alturas del partido, que alguien aparezca con monsergas salvadoras prometiendo lo que no está en condiciones de dar, es obsceno.